Por Pedro Lipcovich
Estamos ciegos y nos alimenta un monstruo. Esta fórmula, que para algunos podría resumir la condición del ciudadano bajo el capitalismo global, fue escenificada ayer frente a un supermercado por la entidad ambientalista Greenpeace, para pedir la identificación de los alimentos �transgénicos�. Las mismas empresas que, en el Primer Mundo evitan estas sustancias o, en todo caso, etiquetan los productos que las contienen, en la Argentina los incluyen �a escondidas�, según los ambientalistas, quienes estiman que el 60 por ciento de los alimentos que consumimos incluyen componentes genéticamente modificados. Además de �la inacción del Gobierno ante esta discriminación contra los consumidores argentinos�, que denuncia Greenpeace, hay otra inquietud: en los últimos años, silenciosamente, la agricultura argentina se volcó hacia los transgénicos, y ahora está bajo la amenaza del cierre de sus principales mercados por el rechazo de los consumidores, más ilustrados, del Primer Mundo.
Ayer, en Cerviño y Bullrich, a las 12.29, Frankenstein, en la convincente caracterización de un voluntario de Greenpeace, se apostó con un cucharón frente a un gran caldero humeante que decía �Knorr�: un centenar de voluntarios, con sus ojos vendados, fueron desfilando con platos ante el monstruo que les servía un feo líquido verdoso. Unas letras negras anunciaban: �Alimentos transgénicos: exigí saber�.
Es que los �Fideos con salsa bolognesa� de esa marca, según el dictamen de un laboratorio independiente, contienen �soja genéticamente manipulada RR patentada por la corporación Monsanto�. La acusación es por �discriminación contra el consumidor argentino, ya que la empresa Bestfoods, propietaria de Knorr, en Europa hace constar que sus productos no contienen materiales genéticamente modificados�, explicó Emiliano Ezcurra, de Greenpeace.
La manipulación genética de los vegetales de cultivo consiste principalmente en introducirles genes de otras especies para hacerlos resistentes a los herbicidas. �No es que esté probado que esto sea perjudicial: si así fuera, directamente pediríamos la prohibición�, señaló Ezcurra. Pero, según un documento de la Asociación Médica Británica (BMA) aportado por Greenpeace, �hasta este momento del desarrollo de la manipulación genética, no es posible ninguna garantía o seguro por sus errores�. La BMA solicita �un enfoque prudente, una investigación de los efectos en la salud y el medioambiente de los organismos genéticamente modificados (OGM)�. Los riesgos señalados son que puedan causar alergias, que la resistencia a los antibióticos que inducen se transmita al hombre, que los genes modificados alteren a su vez otras especies, pero, sobre todo, se apunta a los peligros aún desconocidos, poniendo el ejemplo de que, �cuando se alimentaron las vacas con cadáveres de ovejas, nadie creyó que esto llevaría a la epidemia conocida como �mal de la vaca loca��.
Es posible que, ahora, Knorr retire de la venta sus fideos a la bolognesa, pero esto no cambiará el problema: �Estimamos que el 60 por ciento de los alimentos en las góndolas de los supermercados está alterado genéticamente�, sostuvo Ezcurra, ya que �casi el 90 por ciento de la soja que se produce en el país, y el 10 por ciento del maíz, tienen modificaciones genéticas; y el 60 por ciento de los alimentos contiene soja�. Así, hay proteína de soja en hamburguesas, salchichas, medallones de pollo, galletitas, chocolate. Hay lecitina de soja en golosinas y alfajores, y la composición del producto no necesariamente la anuncia como tal sino sólo como �lecitina� o, crípticamente, como INS322.
Según deploró Ezcurra, �el Gobierno no exige que se etiqueten los transgénicos, para no comer a ciegas estos productos �Frankenstein��. Otro camino es �presionar a las empresas para que etiqueten: hoy las empresas son más sensibles a la presión de los consumidores que el Estado alreclamo de los ciudadanos�. De las distintas firmas a las que se dirigió Greenpeace, �hasta ahora ninguna certificó que sus productos no sean transgénicos�. Claro que los intereses más fuertes no son los de las empresas que están en las góndolas sino los de los grandes productores de semillas transgénicas como Monsanto, Aventis, Dupont, Novartis y Astra Zeneca. Según Ezcurra, �por este camino, unas pocas corporaciones van a dominar el mercado mundial de semillas�.
Casi toda la soja local
En la Argentina, cuyo principal cultivo es la soja, las variedades transgénicas fueron creciendo desde 1996 hasta ocupar, el año pasado, más del 80 por ciento de la superficie. Esto sucedió de manera silenciosa: �Los organismos nacionales no difundieron la cuestión, que sólo empieza a debatirse ahora porque comienzan a cerrarse los mercados europeos�, observó para este diario el ingeniero agrónomo Walter Pengue, especialista en mejoramiento genético y políticas ambientales en la Universidad de Buenos Aires.
�Nuestro país todavía no tiene problemas serios para exportar porque Europa todavía no tiene para abastecer sus propios molinos de procesamiento, pero esto no va a durar. Y Estados Unidos diferenciará en sus exportaciones los productos transgénicos de los que no lo son. La Argentina, en cambio, todavía no está preparándose para identificarlos�, se inquietó el especialista, y señaló que �en Brasil, en cambio, está prohibido el cultivo de soja transgénica�.
�Tenemos todos los huevos en la misma canasta�, graficó Pengue, para quien �esto es peligroso no sólo para el agro sino para la sociedad en su conjunto�, en un marco donde �nuestro papel ya no es el de país cerealero sino productor de aceite y harinas para alimentos de animales: una Argentina aceitera�. |
En Europa, con etiqueta
En la Unión Europea y Japón es obligatorio que los alimentos que incluyan componentes transgénicos lleven etiquetas anunciándolo. En Estados Unidos es de práctica por decisión de las propias empresas. También, los alimentos que no incluyen transgénicos lo anuncian así en sus envases.
Los productos transgénicos empezaron a comercializarse a principios de los �90, pero su incorporación masiva �y conflictiva� se dio a partir de 1998. Desde el año pasado, todos los restaurantes ingleses que vendan comida elaborada con transgénicos deben aclararlo así. La resistencia de los consumidores europeos obligó a que los alimentos importados a ese continente deban ser etiquetados por separado si contienen transgénicos.
El año pasado, 135 países reunidos en Cartagena, Colombia, acordaron en un protocolo de Bioseguridad que incluía precauciones sobre transgénicos, pero la firma no se concretó por la oposición de Estados Unidos y otros cinco países que forman el grupo Miami de exportadores de granos: Argentina, Australia, Chile, Uruguay y Canadá. |
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