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panorama politico
Por J. M. Pasquini Durán

Contaminaciones

¿Qué más se puede decir? Si no hay argumento, oración, rogatorio, petición, exigencia, invocación, reclamo, que no hayan sido pronunciados ya, de una y mil maneras, en todos los tonos y resonancias, con los mejores fundamentos de la ley, la razón y la fe. Esta semana fue, otra vez, por la AMIA. Cada día, en realidad, en ambientes más recoletos, hay alguna familia que conmemora su propio aniversario trágico y renueva la irrenunciable demanda por verdad y justicia. Para encontrar los datos de estas ceremonias privadas basta con hojear la edición de cualquier día de Página/12, el único diario de alcance nacional que publica anuncios testimoniales de ese inagotable recordatorio. La repudiada impunidad de los victimarios, sin embargo, sigue impune. O, para decirlo mejor, la mayor parte de los impunes �no todos, porque algo consiguió la lucha� siguen amparados por la subcultura de la impunidad. Con este agravante: en vez de disminuir con los años, el número de impunes aumenta lo mismo que la cantidad de rubros en los que actúan, debido justamente a que no sólo son delitos individuales o de asociaciones ilícitas, sino la expresión perversa de una concepción del poder y la sociedad.
En los ámbitos de los poderes �grandes, medianos y chicos� predominan solidaridades corporativas, complicidades delictivas, normas mafiosas de mutua protección contra terceros y, a la vez, canibalismo interno para arrebatar espacios de control o de influencia que agranden los privilegios de cada uno y los sostengan en el tiempo, por encima del relevo periódico de figuras, figurones y figuritas en los escenarios principales. En la �casa de Caín� hay razones que la razón no comprende. A menos, claro está, que uno se tome el trabajo de seguir los hilados de la espesa y sórdida trama hasta encontrar los puntos de enlace con los que se teje la impunidad. Recién entonces los hechos que parecen aislados unos de otros revelan los puntos de confluencia de ciertas elites. En más de un caso, la impunidad emerge sin necesidad de conspiraciones preconcebidas sino como el resultado �natural� de esas coincidencias establecidas.
Esta semana, por ejemplo, en diversas tribunas se levantaron voces airadas que siguen tratando de rasgar los velos que impiden el esclarecimiento del atentado contra la sede de la AMIA y piden el debido castigo a los autores materiales e intelectuales del acto terrorista. Al mismo tiempo, en Mendoza, Raúl Moneta, conocido en el lenguaje corriente como �el banquero de Menem� debido a sus conexiones con ese gobierno, denunció una presunta conspiración judía que lo ataca como la causa última de sus desventuras actuales. Cuando Moneta estaba en la plenitud de sus influencias y negocios, otro puntero alto del régimen anterior, uno que batió records de permanencia como presidente de la Cámara de Diputados, ya había tratado de descalificar las investigaciones de otro periodista mencionándolo como �judío roñoso�. Moneta hizo estas declaraciones a partir de un programa de TV dedicado a lavar su imagen, emitido desde una empresa que pertenece a una corporación multimedial en la que tiene una posición destacada el ex ministro menemista José Luis Manzano, a quien se le atribuye la remanida frase de �robo para la corona�, quien acaba de reaparecer en el entorno del ex presidente Menem, en su reciente fiesta de cumpleaños. El antiguo jefe de Manzano jamás asistió a ningún acto público en favor de las víctimas de la AMIA. El ex ministro, mendocino como Moneta, se recicló en el submundo de los negocios de la mano de un conocido anticastrista ya fallecido, Mas Canosa, imputado en Estados Unidos por sus relaciones simultáneas con la mafia de Miami y la CIA.
La urdimbre es más compleja aún. A pesar de los atentados contra la embajada de Israel en Buenos Aires y contra la AMIA, el Estado israelí no dejó de distinguir a Menem y a su gobierno como buenos aliados. Legisladores de la oposición durante el último tramo del menemismo, algunos de los cuales ahora ocupan prominentes cargos en la Alianza,proclamaron en público su respaldo a la tarea del juez Galeano, encargado de la causa, aunque ya para entonces se insinuaban las mismas críticas a su gestión que hoy se proclaman a voz en cuello, sin que ninguno de aquellos adherentes haya rectificado o explicado en público si modificó ese voto de confianza. La ambigüedad o la conciliación, elementos primarios de la impunidad, traspasaron los estrechos límites de las cúpulas para contaminar a la opinión pública. Cuando sucedió la tragedia de la AMIA, Menem era presidente y Carlos Ruckauf ministro del Interior, es decir, los dos máximos responsables políticos por la seguridad pública. Al año siguiente, ambos reunidos en la fórmula presidencial de la reelección recibieron el voto mayoritario de la ciudadanía y en octubre último, el mismo Ruckauf fue electo gobernador bonaerense por mayoría indiscutible en las urnas. Desde esa posición, convocó a Aldo Rico, también electo intendente por decisión de sus vecinos, para �garantizar� la seguridad pública de la provincia y detener, antes que nada, la purga masiva en la policía de Buenos Aires que había iniciado León Arslanian, actual defensor de Víctor Alderete en los expedientes por corrupción en el PAMI. Durante todo ese trayecto, el ahora gobernador no tuvo necesidad de explicar o rendir cuentas por su cuota-parte de responsabilidad en el oscurecimiento de la investigación. 
Hay más: según recientes sondeos de opinión, tres de cada diez encuestados rechazan la vecindad con judíos y una proporción semejante repudia a paraguayos y bolivianos, en esta patria amasada por gente que bajó de los barcos y donde el mandato alberdiano ��gobernar es poblar�� fue repetido hasta el cansancio hasta en los textos escolares. A la sombra de una campaña xenófoba sobre �la invasión silenciosa�, más de setenta hogares de origen boliviano asentados en el distrito que gobierna Ruckauf fueron asaltados por comandos encapuchados que torturaron y saquearon a esos inmigrantes trabajadores, de acuerdo con métodos usuales en los grupos de tarea del terrorismo de Estado, cuyos miembros fueron perdonados, amnistiados o indultados por dos gobiernos de la democracia. Hasta ahora, la bonaerense no pudo descubrir a uno solo de los asaltantes. Los terrores económicos, el miedo a la miseria, el predominio del pensamiento económico de Apocalipsis, reforzado por estadísticas como las del desempleo, que aumentan a la par de los discursos que lo condenan, han quebrado el mandato constitucional de bienvenida a todos los hombres y mujeres de buena voluntad que quieran habitar el suelo argentino. Han quebrado el principio elemental de igualdad ante la ley y han fomentado la articulación de prácticas mafiosas que se extienden como manchas de aceite. En lugar de mirar cada uno de los antecedentes y conductas incluidos en esta enumeración, breve en comparación con las noticias diarias, como si fueran fragmentos separados, inconexos, desvinculados, deberían ser considerados como conjunto, causas y efectos de relaciones interactivas, y así resultaría más fácil discernir que la impunidad no es la simple ausencia de castigo para el que burla la ley o la ética sino un asunto esencial de cultura política, que abarca un arco de temas tan amplio y variado que requiere una modificación de conductas y valores sociales hasta construir nuevas, incluso inéditas, formas de organizar la convivencia en la sociedad y en sus instituciones. 
La frase hecha ��ya está en manos de la justicia��, como si esta fuese la fórmula exacta o única contra la impunidad, es otra forma del disimulo ante la prepotencia del más fuerte, presentada como argumento de honestidad cuando se trata en realidad de hipocresía alimentada por la malicia, la impotencia o la banalidad. Nadie puede estar ausente de este enorme desafío, tampoco los propietarios y trabajadores de los medios de difusión, ni siquiera los perjudicados más directos, porque la trama corrupta de las relaciones de poder contamina todo lo que puede. Reducir la lucha contra la impunidad a la búsqueda de castigo para la injusticiamás cercana es como el árbol que tapa el bosque. La condena de los impunes es parte de la tarea, pero no la agota, porque éstos serán reemplazados por otros mientras la verdad y la justicia sean asuntos privativos de sus víctimas y nadie avance en el compromiso hasta que no se convierta en perjudicado directo. Está en juego la posibilidad de construir un destino colectivo diferente, empezando por la posibilidad de imaginarlo, pero hace falta que los juegos de poder, las manipulaciones, los ratings, las alianzas de ocasión, las honestidades impotentes, dejen de funcionar como últimas razones para los negocios públicos. 

 

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