Más plan, menos mercado
Plan, la palabra prohibida, está de regreso. Y la que va volviéndose cada vez más rara es la palabra mercado, que antes figuraba en todos los discursos. Un día se habla del plan de infraestructura, otro día del plan PC, y después del plan de vivienda. El Gobierno planifica y el Banco Nación lidera el financiamiento. Se crean fondos de garantía o de fiducia que el Estado llena con activos o con compromisos. El puente entre esos planes y el mercado siempre se llama negocio: éste, el milagro del rédito, logra que hasta los economistas más ortodoxos y pro establishment se dividan, unos a favor y otros en contra, como si sus convicciones liberales se tambalearan. Los planes generan oportunidades de ganancia que no pueden brotar espontáneamente, y mucho menos en una economía estancada y donde el riesgo de prestar es cada vez más alto por la incertidumbre. Alguien, por tanto, debe ponerse delante del carro y correr el peligro, en la medida en que lo haya. Y es el Gobierno el único con voluntad de hacerlo en estas circunstancias porque está obligado políticamente. La Alianza se cansó de esperar las buenas noticias que iba a traerle el mercado, y ya al borde de la exasperación recibió el funesto índice de desocupación de mayo, junto con ninguna esperanza de un sustancial cambio favorable en los próximos trimestres. A este paso, el 2001 sería un salto al vacío, dentro de un período presidencial demasiado corto como para esperar los presuntos frutos a largo plazo de la macroeconomía.
La discusión que ya están engendrando estos planes es si se los debe anotar por debajo o por encima de la línea. Es decir, si no tienen impacto en las cuentas fiscales o, por el contrario, implican más gasto (hoy, mañana, algún día) y, por tanto, aumentan el déficit, a menos que se lo compense con nuevos ajustes en el gasto corriente. Conociendo los secretos de la contabilidad pública y con habilidad para la ingeniería financiera, los colaboradores de José Luis Machinea se jactan de haber matado dos pájaros de un tiro, evitando la registración de las obras como gasto (gracias a que no son construcciones propias), y haciendo mucho con poco dinero (porque el mecanismo permite un fuerte apalancamiento). Si nadie se pone demasiado pesado, estos ardides contables y financieros pasarán. Otro tanto puede ocurrir con los créditos que otorguen el Nación y otros bancos estatales: los críticos ya están viendo allí el disfraz de un eventual déficit cuasifiscal, que caerá sobre el Tesoro el día que esos préstamos no puedan recuperarse. ¿O esta vez la banca oficial cobrará como cualquier banco privado?
Toman por caso las cien mil viviendas populares que se anunciaron. Aunque los créditos estén respaldados por hipotecas, ¿sería políticamente posible ejecutar a los malos pagadores, si llegara el caso? ¿O se repetirá la experiencia de los Institutos Provinciales de Vivienda, que nunca cobraron casi nada, o del Fonavi, que, según datos oficiales, está licuado en un 98 por ciento? Pero para cualquier objeción hay respuesta, se la acepte o no. En el Gobierno aseguran que esta vez será diferente porque habrá un banco fiduciario que recibirá instrucciones precisas y no admitirá interferencias políticas. También dicen que en esta ocasión las viviendas serán escrituradas, a diferencia de lo acontecido con el Fonavi, que tiene aún 200 mil viviendas sin escriturar. Y que cuando la gente ve una escritura, paga. Y, por último, que los pobres cumplen mucho mejor que los ricos. De cualquier manera, ningún banco privado quiso embarcarse con las viviendas-habitación de 9 mil pesos. �Es que son clasistas�, confió un funcionario.
Algunos se preguntan cuáles son las fallas de mercado que vuelven necesaria la intervención gubernamental para movilizar operaciones que el sector privado por sí mismo no encara. En cada caso hay un subsidio o una garantía que pone el Estado y que, por más que Economía minimice su importancia, hacen la diferencia. Pero ya que el Gobierno introdujo sunariz, cada cual intenta que el negocio se reparta del modo que más lo favorezca. Es el caso del plan de infraestructura. Como las empresas adjudicatarias harán las obras con créditos de la banca, sólo podrían presentarse a las licitaciones las constructoras que vayan de la mano de uno o más financistas. Así, toda la torta se la comerían un puñado de compañías transnacionales, que vendrían con su imbatible financiación, aunque no tengan colocado ni un perno en el país. Tal vez logre asociárseles alguna grande local, pero las constructoras chicas serían barridas del negocio. Sólo el lápiz oficial puede dibujar una reserva de mercado para las constructoras establecidas en el país. Pero éstas no se conformarán tan fácilmente: también exigen que el fondo de garantía a crearse no sirva sólo para garantizar sino también para pagar directamente.
Mientras tanto, aunque los planes logren la reactivación que el mercado no provee, el país seguirá sufriendo bajo lo que algunos llaman �la maldición sobre los recursos naturales�, que no es otra cosa sino su persistente tendencia a valer cada vez menos. Según un índice que calcula el Banco Mundial, en los últimos veinte años las commodities (materias primas e insumos), excluido el petróleo, perdieron un tercio de su valor. Esto ocurre, entre otras razones, por el constante aumento de productividad en su producción, que reduce los costos, pero también por los enormes subsidios agrícolas de la Unión Europea, Estados Unidos y Japón. Esta distorsión impacta de lleno sobre la Argentina.
Esto conduce a otra nueva y vieja cuestión: si el Gobierno cree que con planes de construcción relanzará la economía y generará muchos puestos de trabajo, ese mérito se le convertirá en contrariedad si las exportaciones no crecen y se diversifican, más allá del circunstancial impacto favorable del encarecimiento petrolero. Hoy, la calma externa está basada en la chatura de las importaciones, explicada a su vez por la debilidad del consumo y la falta de inversiones. ¿El paquete pro competitivo estará, como plan, a la altura de las necesidades? Si así fuera, ¿por qué todavía no consiguió movilizar la inversión? ¿Es todo cuestión de malas expectativas, solucionables con una buena operación de imagen? ¿No serán los planes, en el fondo, sólo eso?
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