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�TOY STORY SOBRE HIELO� EN BUENOS AIRES
Los juguetes que están vivos

La versión patinada de la historia de Woody y Buzz entretiene a lo grande, con la salvedad de que hay que haber visto los dos notables films previos.

El vaquero Woody y el guerrero espacial Buzz Lightyear, protagonistas de la aventura de los juguetes.


Por Inés Tenewicki

t.gif (862 bytes) Parecía difícil el traspaso de la película a la pista de hielo. Parecía imposible imaginar en patines a los personajes animados por computadora. Tampoco parecía sencillo creer que, en la piel de los patinadores, podría apreciarse la sonrisa inmóvil y la pátina brillante del rostro de un juguete. Pero Toy Story sobre hielo lo consigue. No sólo no está por debajo de su versión de celuloide sino que, en su género, supera otras historias de Disney reproducidas sobre el hielo. En efecto, el film creado en 1995 sobre aquellos juguetes que cobran vida en la habitación de un niño para protagonizar una historia llena de aventuras es recreado en vivo con fidelidad en la pista blanca de Costa Salguero, con coreografías a cargo de Robin Cousins, ganador de una Medalla de Oro Olímpica y un elenco de 43 patinadores internacionales. Sin embargo, no es la fidelidad su única virtud: mientras que por un lado sigue los dictados de un guión concebido para la pantalla, el espectáculo agrega un despliegue coreográfico y de vestuario que le otorga méritos propios. Claro que, si alguien no vio los films, se perderá buena parte del encanto. Una precaución para padres desprevenidos: el montaje parece por momentos una excusa para la venta de merchandising.
Los acontecimientos de Toy Story, tanto en la película como en la pista helada, comienzan cuando los juguetes del cuarto de Andy, un chico de seis años, despiertan mágicamente y comienzan a revelar un entramado de relaciones en la que intervienen toda la gama de sentimientos humanos: celos, rivalidades, amor, amistad, complicidad, desconfianza. Revolucionado por la llegada de un moderno viajero del espacio, el cuarto de juguetes reorganiza sus liderazgos y finalmente todos terminan combatiendo a Sid, el malicioso niño de la casa de al lado. Terminada la aventura, el habitante espacial Buzz habrá descubierto que es un juguete made in Taiwan y no un héroe, y para todos se habrá revelado el valor de la amistad.
Woody, el vaquero �consentido� por su dueño y por el resto de los juguetes; Buzz, el héroe intergaláctico que viene a disputarle la supremacía, la romántica pastorcita, el Señor Cara de Papa, eterno cascarrabias, la armada de soldaditos y el dinosaurio, entre otros personajes del cuarto de juguetes de Andy, están extraordinariamente caracterizados gracias al diseñador de Broadway Frank Krenz. Pero, además, integran maravillosos cuadros de baile sobre patines. La habilidad de los patinadores no es, en este caso, un elemento decorativo o un instrumento que agrega brillos al espectáculo, sino un modo de expresión con fuerza propia, el idioma común con que estos personajes de carne y hueso cuentan una historia originariamente contada por dibujos computarizados. Si bien hay efectos especiales propios de una gran producción, como el vuelo de Buzz o el despegue del auto hacia el final, los mejores efectos son los producidos por las coreografías de los distintos juguetes, tanto los más convencionales de Andy como los engendros fosforescentes de Syd, el diabólico niño �torturador� de juguetes.
Se destacan en este rubro los saltos mortales de Alexandr Klimkin como Buzz y el patinaje circular de Eddie Gornick como Woody, pero también la armonía y audacia de muchos de los cuadros colectivos, como la marcha de los soldados o el fantasmagórico ballet de los extraterrestres rescatados por Cousins de la maquinita electrónica, en una de las mejores transgresiones al guión cinematográfico que se permite el coreógrafo. 
La escenografía es notable: resuelve inteligentemente las relaciones entre los objetos, las personas y los juguetes jugando con las proporciones. Un marco de ventana desmesurado, por ejemplo, ocupa gran parte de la escena para que los juguetes miren el jardín vecino. Una cama gigante, por su parte, les recuerda a los espectadores que los habilidosos personajes quedanzan sobre el hielo no dejan de ser juguetes. Ni más ni menos que unos chiches desparramados en el cuarto de un niño, protagonistas de un sueño universal de la infancia: el de transformarse en el desideratum de un juguete, que no es otro que el de cobrar vida.


Opciones en el mar

En Mar del Plata hay múltiples opciones para los chicos. El cronograma del ciclo �A desaburrir el invierno� se desarrollará en las salas Astor Piazzolla, Nachman, Nave y Payró, en el horario de 14 a 18, e incluye cine infantil, teatro, títeres, música, talleres de video-teatro, cerámica, fotografía, computación. En el marco del III Festival Nacional de Teatro y del XII Encuentro de Teatro Marplatense, se desarrollarán en el Centro Cultural Pueyrredón las obras El viaje a la isla del agua mágica (de La Plata, hoy a las 15) y La revuelta de Caperucita (de Capital Federal, hoy a las 17); El viaje a la isla del agua mágica (de La Plata, mañana a las 15) y La revuelta de Caperucita (de Capital Federal, mañana a las 17), entre otros espectáculos. Otra propuesta infantil será �La cultura en zapatillas�, en el Archivo Museo Histórico Municipal (Lamadrid 3870) y en el Museo Municipal de Arte (Colón 1189), entre otros lugares, donde se realizarán una serie de actividades con un costo de 1 peso para grandes y chicos.

 

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