Por Romina Calderaro
�Un peinador es como una planta. Vos la plantás y la desarrollás. Con el tiempo, sólo con el tiempo, la ves crecer. Un peinador no es aquel que solamente sabe hacer un brushing. Tenés que tener una larga trayectoria. Hay gente a la que la matan las ambiciones.� Miguel Romano no lo nombra, pero sus dardos apuntan a Diego Impagliazzo. Hasta hace un tiempo, un peinador más de su equipo. Ahora es el peluquero de María Julia Alsogaray, que declaró ante la Justicia por haber usado a sus anchas una extensión de la tarjeta de crédito de la ex secretaria de Medio Ambiente, a la que atendía en la peluquería. Al eterno peluquero de Susana Giménez no le hace gracia que �un chico que estaba empezando� le haya sacado tal clienta. Tampoco le parece bien que haya hecho compras con plata ajena. En diálogo con Página/12, Romano habla sobre María Julia, sobre Impagliazzo, sobre las mujeres argentinas y sobre cómo la peluquería es escenario de confidencias femeninas que un buen profesional, para conservar a sus clientas, jamás debe revelar.
�¿Cómo es María Julia?
�Era muy dulce, muy correcta. Bien, una mujer bien. No te puedo decir media palabra de María Julia. La acompañé a muchos lados. Jamás me pagó, jamás tampoco le cobré. Tengo un gran recuerdo.
�¿Y qué siente cuando un peinador al que usted formó le lleva a una clienta famosa?
�A María Julia la trajo a mi peluquería Graciela Borges. María Julia tiene un pelo muy finito, muy ondulado, y yo le hice unos postizos, una semipeluca. Vos viste que el cambio de su look fue un vuelco total en su vida. Pero yo no puedo estar en la misa y en la procesión. Y este chico, que trabajaba conmigo, Diego, se estaba especializando a mi lado. Estaba empezando. El le hacía los brushing en la casa. Y yo no puedo estar yendo a domicilio todo el tiempo... yo estoy dedicado a Susana ahora. Entonces ellas se van acostumbrando y adaptando. Lo principal de esto es que el peinador tiene que aprender a estar al lado de una señora. Yo sería incapaz de tocar algo de Susana o sentarme a su lado. Es una cosa muy especial. A mí vos me podrás dar una confianza inmensa, pero yo no me la voy a tomar. Vos allá y yo aquí. Así me perduran durante tantos años mis clientas. Y lo más importante es ser reservado.
�A su entender, ¿Impagliazzo estaba preparado para ser el peluquero de María Julia y para poner su propia peluquería?
�Era un chico que... hay gente a la que las ambiciones la matan. Se fue, le convino más trabajar con esta señora, se hicieron íntimos amigos, viajaron y... María Julia hace como seis años que no viene a la peluquería. Ni me llama, nada.
�¿Es cierto que mientras estaba acá Impagliazzo le robaba las clientas?
�No es lo mismo atender a una señora de apellido importante que atender a la señora de Don Mateo, ¿te das cuenta? Entonces los peinadores se dan cuenta si tu cartera es Louis Vuitton o es del Once, y aprenden el valor de una Fendi o de una Cartier. Y van donde les conviene más. Pero a mí eso nunca me importó. Me importa que la clienta se quede conforme. Como esas criaturas que hacen tratamientos de quimioterapia que te parten el alma, chiquitas de quince años. Yo les hago una peluca con el mismo amor con el que se la hice, por ejemplo, a Sofía Loren.
�¿Pero no le da pena formar a alguien y que después...?
�Y que después te defraude. Yo he viajado, pero siempre me compré hasta donde pude, ¿te das cuenta? Hay un refrán muy lindo: �No se puede cagar más alto que el culo�. Un día, una persona con la que yo estaba fue a Versace a comprarse un montón de ropa. Yo me quería comprar un par de tiradores. Cuando me dijeron que costaban cuatrocientos pesos los puse a un costado. No los tenía y no los iba a gastar. Esa es la ambición de cada peinador.
�O sea que usted no aceptaría una extensión de la tarjeta de crédito de una de sus clientas, como hizo Impagliazzo con la de María Julia.
�Eso no sé con qué fin lo hicieron. No sé con qué fin. Ya te digo, la ambición te mata. Yo tengo muchos peinadores y algunos se quieren comparar conmigo. No pueden. Tenés que tener cuarenta, cuarenta y cinco años de trayectoria, trabajar catorce, quince, veinticuatro horas sin dormir y a veces no cobrar un peso. Yo hice todos los teatros de la calle Corrientes, de Tita Merello a Eva Franco. Jamás he cobrado un peso a nadie. Ahora estoy bien, pero estoy al final de mi carrera. Pero no se puede tener una ambición desmedida como aceptar una extensión de tarjeta para comprarme cosas. Lo que me compro, es lo que me gano. Y yo trabajo mucho. Lo único que me divierte es trabajar, lo único que me hace feliz. Y de vez en cuando ir a Miami a hacer compras. Me interesan mi nieta, mi hija, mi mujer. Nada más. Hace cinco meses me hice cuatro bypass. Hago una vida tranquila.
�¿Por qué es tan importante el peluquero para las mujeres famosas?
�Todas las grandes señoras, te puedo nombrar a la señora de Noble, a la señora de Fortabat, a la señora de Juncadella, las primeras damas, se aferran a un peinador porque te confían, conversan. Estás al lado de ellas en todos los momentos, entonces se van pegando, te vas haciendo amigo de las clientas. Yo a Susana la peino hace treinta años, y peiné a la señora de Stroessner, a Isabel Perón, la señora de Lastiri, la señora de Illia. Se te van aferrando. En este momento me tocó la suerte de trabajar con la señora Susana Giménez, que con lo que me paga ella vive toda mi familia, que voy con ella a todas partes, le hago las pelucas, las extensiones. También trabajé con Zulemita, que en los viajes tenía que estar constantemente cambiando de peinado.
�¿Cuál fue la mujer de la farándula más difícil para peinar?
�Nacha Guevara.
�¿Por qué?
�Porque es demasiado exigente. Sabe el oficio de un peinador a la par de uno. Pero hoy, ella, que viaja, me dice: �No hay como vos�. Volvió de viaje especialmente para que le haga extensiones. Tenía el pelo quemado y en España no había quién se las hiciera.
�¿Y a quién no peinaría?
�Hay rivales entre las actrices. Hay algunas que me prohíben que peine a fulana o a sultana y si yo no las peiné hasta ahora, voy a seguir sin hacerlo. En este momento, mi vida está dedicada a Susana Giménez. El otro día, cuando llegué, me dijo: �Mickito, mi amor, feliz día del amigo�.
�O sea que si Susana le dice �no peines a tal�, usted no la peina.
�No.
�¿No me va a decir quiénes están enfrentadas?
�No, no puedo. Ellas lo saben.
�¿Usted la atendía a Mirtha Legrand?
�Sí.
�¿Y por qué dejó de atenderla?
�(Se frota los dedos índice y pulgar). Yo estuve quince años al lado de Mirtha. Fui el primero en estar en su mesa, la quiero mucho, es una gran profesional, una diva, una star, pero no hay arreglo de dinero.
�¿Quién va a ser su sucesor?
�Estoy enseñando, quiero enseñarle a alguien cómo se hacen los pelos, cómo se trabajan los pelos. Pero todavía, desgraciadamente, no sabría decirte quién.
�¿Cómo son las mujeres argentinas?, ¿qué les preocupa?
�Lo que más les preocupa son los años. A la única que no le preocupan es a mi esposa, que está divina, a sus sesenta años, y se preocupa por los nietos. Eso sí: se mantiene flaquita porque camina una hora y media todos los días, de lunes a lunes. Al resto de las mujeres, en cambio, les preocupa si se les cae el pelo, si les sale una mancha. El problema es que quieren competir con la gente joven. Y es toda una cadena... saben que a los maridos les gustan las chicas jóvenes. Es muy triste. Muchas saben que sus maridos tienen amantes.
�¿Y usted qué les dice?
�Aceptalo. Hacete la tonta que salís ganando vos. Nadie es dueño de nadie. Una mujer de cincuenta no puede competir con una chica de veinte. Si el marido de alguna está en esa situación, yo le aconsejo que se haga la tonta y siga adelante. Si tenés una familia numerosa, la mesa grande, hijos, nietos, y ves que tu marido da un mal paso, es mejor que lo dejes pasar.
�¿Y pasa mucho?
�El noventa por ciento de los hombres es así. Nadie es dueño de nadie. Es muy triste.
|