Por Cristian Alarcón
Una mujer pasea mirando de soslayo las vidrieras de la calle Guido con el garbo que impone el tapado de visón que la abriga. No se ha ahorrado, para llegar a su cita recoleta, el sombrero de símil piel antiecológica que le queda apenas grande y amenaza con correrle el velo de maquillaje, arrastrándole la frente hacia los párpados. �Antes casi sólo lo usaba para los viajes invernales a Londres, donde viven mis hermanas�, dice pudorosamente feliz por el frío que azota las pieles de unos desacostumbrados porteños. La dama sabe que murieron más de 30 personas, la consecuencia extrema de la ola polar. Es cierto, los cambios que un frío desopilante impone a la mayoría superan a la moda. En un recorrido azaroso por el invierno ciudadano se detectan estrategias impensadas de vendedores ambulantes para no contraer pulmonía, turistas alemanes tiritando frente a la tumba de Eva, una merma en el comercio sexual callejero, marineros ateridos frente al Monumento a los Caídos de Malvinas, cierta disminución del delito cuando el frío se mezcla con la lluvia, taxistas felices del aumento de pasajeros, la frialdad del clima como telón de fondo de una ciudad con muchas más adversidades.
�El calor no discrimina; el frío, sí�, sintetiza su teoría personal sobre el asunto Silvia Lewicki, una taxista acelerando por la 9 de Julio. Se lo escuchó decir, no sabe si como una cita, a alguno de los pasajeros que le agradecen con charlas sobre el tiempo la cuerina lustrada de los asientos, la calefacción y el termómetro que colgó del espejo retrovisor como un tributo al frío. En su familia, entre sus amigos, la discriminación funciona: algunos viven en barrios en los que la presión de gas cayó hasta dejar las estufas en un mínimo insuficiente. �Le pasó a mi madre, a mi mejor amigo, a mi novio, a todos se les apagaron las estufas y no hubo caso, no volvieron a encenderse�. Silvia imagina el horror de un mundo con calentadores en huelga, la desazón de perder masivamente las fuentes de calor: �La paranoia de quedarte sin nada que te caliente�.
Si pudiera permutarse una persecuta por otra, quizás dando lugar a la del apagón de estufas, podría mitigarse la de los preocupados por la �inseguridad�. Dos fiscales y un policía admiten, con la reserva que les exige la falta de estadísticas oficiales, que el clima adverso aquieta el ímpetu de los ladrones. �Digamos que cuando el frío es mucho y para colmo llueve, podés quedarte más tranquilo si estás de turno porque es seguro que baja el ritmo normal de los hechos�, dice uno de ellos en plena feria judicial desde su casa donde el teléfono le permite un descanso. Y su colega explica que se trata de sentido común: así como ese turista del interior que camina Buenos Aires se aventura menos a conocer la ciudad y prefiere el shopping al parque, la galería a las compras en Once, también se guardan más �los chorros que trabajan al voleo� y �la policía, que trabaja menos�. Claro que la lógica no se extiende a los �verdaderos profesionales� que, según uno de los abogados de bandas más respetados del hampa mayúscula, �no descansan por semejante huevada�.
El frío experimentado
En La señorita Smila y su especial percepción de la nieve, el danés Peter Hoeg cuenta la historia de una muchacha puesta a investigar la muerte de un niño de su vecindario, una pequeña comunidad de esquimales groenlandeses que viven en Copenhague. En apariencia el chico resbaló hacia el vacío de su edificio de monoblocks y en eso hubiera quedado el caso si Smila no fuera experta en las propiedades físicas del hielo: es el frío el que conserva, en la novela, la prueba del crimen. La muchacha esquimal filosofa en torno del frío danés, al que respeta más que al de su tierra: �El frío, no el mensurable, ni el frío de termómetro, sino el experimentado, depende más de la fuerza del viento y del grado de humedad que de la temperatura�, lo describe. Y lo enfrenta con capuchas forradas en pieles, pollera escocesa, botines de alpaca y una capa impermeable. En Buenos Aires, sobre la vereda de la Costanera Norte, justo antes de Aeroparque, José María Caravallo resiste con su propia muda la falta de piedad del viento en la zona del desastre aéreo. Hace más de un año que dejó el oficio de carpintero por el de la venta de choripanes y no le va nada mal, teniendo en cuenta lo que vende en un día de semana con el sudeste cuarteándoles la cara a él y a sus clientes. Desde una ventanilla le gritan �¡poneme dos, uno con chimi!� y esperan a que lo saque de la parrilla, milagrosamente, porque es de no creer que tenga la cancha para mantener encendidos los carbones. José, de González Catán, más allá del cinturón ecológico, jura que no había sentido tanto un invierno como a éste. Por eso el combate es cuestión de aplicar la técnica de la cebolla: camiseta, remera, otra remera, dos poleras, pulóver, y un buzo engrasado encima; además del pantalón de gimnasia bajo el jean y los dos pares de medias. �Perdí la campera, sino también la tendría�, dice y le pasa el menú al cliente que corre despeinándose por la ventisca con el choripán en la mano hasta saborearlo adentro de un Taunus rojo.
En el caso de Pablo Morelli, 19 años, nacido en Ezeiza y voluntario de la Armada Argentina, no es tan fácil soportar el frío que lo congela mientras monta guardia mirando fijo al horizonte de Retiro y aferrado a un fusil Mauser. La paradoja de su caso es que, vestido con el �uniforme de gala de invierno� �la clásica chaqueta con cuello marinero, pañuelito y pantalón de frisa en azul, guantes y polainas blancas�, se entumece ante el Monumento por los Caídos en Malvinas, el escenario en el que el frío terminó de acabar con las fuerzas de los pibes de la guerra. A él, una hora en las mañanas, dos por las tardes, le toca este destino y lo prefiere, porque no desearía, conociendo este frío, probar los del confín austral en la cubierta de un barco. �¿Quiere saber qué tengo puesto abajo?�, pregunta incrédulo; y acusa: �La remera y una pechera, pero es como si nada�. Su declaración gatilla en una mujer que espía el diálogo absurdo con el marinerito un recuerdo de junio del �82 cuando a Santos Lugares regresó Eduardo Barrancos, un sobreviviente. Alrededor de la puerta de su casa se reunieron los vecinos, abrigados, abrazándose a sí mismos por el frío. El les contaba de trincheras en mangas de camisa.
El frío de la calle
Mientras por Recoleta pasean grupos de familias de excursión con reminiscencias barilochenses en los atuendos, en el cementerio, por sus pasillos, lo hacen los turistas extranjeros, escasos de ropa debido a las malas previsiones que hicieron entre sus agencias de viaje e Internet. Natalie, una francesa de boina, con la traza de una universitaria chilena en tiempos de lucha armada, se ha perdido: no encuentra la tumba de Eva Perón. Viajera y gasolera la muchacha se ha resistido a comprar un abrigo contundente. Creyó que dejaría de pasar frío en su visita a las cataratas, pero acaba de volver huyendo de las bajas temperaturas de la Mesopotamia.
La entienden, luego, ya reunidos frente al mausoleo de Evita, Daniel Stahr y su amigo David Dietl, dos chicos alemanes. Daniel vino a la casa de sus parientes hace dos meses y convenció a David de pasar una semana en Buenos Aires. Sólo que se equivocó al recomendarle equipaje, por creerle al calor de hace tres semanas. �Frío. Increíble. Pensé que vengo a Sudamérica�, balbucea el jovencito de Munich.
En Retiro es diferente: los vendedores ambulantes se niegan a charlar con la prensa hasta del tiempo, demasiado atentos al aviso de uno de sus propios centinelas que alertan sobre la aparición de la Policía Municipal, al acecho. Sólo María Galván, la vendedora de chipá, es autorizada a contar que viene a las cinco de la mañana desde Quilmes, y parada en el mismo rincón de la estación Mitre, permanece, embutida en ropa, hasta las 19. Algo así como lo de las trabajadoras sexuales, que no pueden abandonar el uniforme escotado de las zonas rojas, porque para colmo de males, con este frío de la hostia, ralean los clientes. �Estamos medio acostumbradas a andar con poca ropa, porque si no se muestra no se labura�, dice una travesti con el look de la MTV Ruth Infarinato. Y como las borrascas de este invierno son impiadosas ellas tienen sus estrategias: el tapado largo que cobija la piel de un vistoso cuerpo esculpido; los tres pares de medias oscuras, bajo la mini blanca que destaca las piernas; el uniforme de colegiala con una pollera escocesa, como la de Smila.
Así, la adversidad del frío se siente en los obligados a vivir de la calle, y también en la historia interminable de los muertos. Helmuth Landsberg, especialista en biometereología, cuenta en Tiempo y salud, sobre las campañas de invierno de la guerra de Corea, en la que más de la cuarta parte de las bajas norteamericanas fueron causadas por el congelamiento. Landsberg describe el estrechamiento de los vasos sanguíneos periféricos y cómo el bajo cero es fatal para alguien expuesto a la acción prolongada del viento. Así, esa visión estética del frío de los visones, como la práctica de los turistas alemanes, son apenas colores graciosos al lado de la dimensión que el frío tiene para los hombres y mujeres tajeados por la adversidad climática, puesta a jugar aquí en el terreno político de los dolores y los humores sociales.
El invierno, interpretado
Por C.A.
Lo dijo hace tanto, burlona y literalmente, el capitán ingeniero: �Hay que pasar el invierno�. Y lo analizó el filósofo Jean Starobinski en su libro 1789, los emblemas de la razón. En ese ensayo magistral el suizo analiza la transición entre feudalismo e ilustración, y rescata como una modalidad, como un estilo, al crudísimo invierno de aquel año, interpretándolo más allá de �el orden anónimo de las leyes de la naturaleza�. Entre otros indicios se detiene sobre �El Invierno�, de Goya, uno de los cuadros de su obra negra: �El viajero desafía la borrasca y se repliega sobre su fuego personal; el hombre se aprieta contra el hombre�, dice. Luego, toma lo dicho por Bernardine de Saint Pierre, quien asocia el frío, el granizo, el hielo y la gestión de las finanzas públicas. �El desastre financiero y el trastorno meteorológico eran las dos cartas de la misma adversidad�, apunta, dejando siembra para el futuro.
Silvia Delfino, del Area de Estudios Quear de la UBA, señala lo que del clima interviene en la transición invernal que viven los argentinos: los comentaristas políticos insisten en que estamos frente a un momento de adversidad y lo adjudican a una sociedad que no tolera la transición entre el exceso del menemismo y la austeridad delarruista. �Analizan la resistencia a la transición como cultural y no política �dice�. Sería bueno advertir lo que el frío viene a remarcar, que es lo que la sociedad en realidad no tolera. La adversidad del clima queda aparentemente reducida a las muertes que causa, siempre relacionadas con la pobreza. Es un rasgo vergonzante para la sociedad argentina, como la mayoría de los escenarios y los sujetos que lo padecen: desde los linyeras y los vendedores ambulantes, hasta el monóxido de carbono de los braseros que ahoga a los pobres de las villas�. |
Los únicos beneficiados son los vendedores de estufas
Por Horacio Cecchi
�¿Estufa? ¿Quiere una de cuarzo? No hay. Je, je. ¿Caloventor? No me quedan. Escúcheme bien: no hay una sola estufa de cuarzo, ni un solo caloventor en todo el país. Hasta la semana que viene no traen. Je, je�. Rodeado de cocinas, televisores, hornos de microondas, lavarropas, enceradoras, balanzas y multiprocesadoras, pero ninguna estufa barata para salir del paso, Rubi no sabía si reír de alegría por su agotado stock, o de angustia por dilapidar clientes ansiosos de calorías. Rubi no fue el único en su rubro, ni el único rubro en festejar la baja temperatura en plena recesión. El miércoles pasado, Metrogas elevó en tres millones de metros cúbicos la inyección de gas. La ola de frío arrasó con las estufas en comercios de barrio o en las grandes cadenas ��vendimos tres mil calefactores en un día�, aseguraron a Página/12 en Rodó, �agotamos el stock�, afirmaron en Garbarino�. Elevó la venta de mondongo y lentejas en los supermercados, de frazadas y acolchados en las casas de ropa de cama. Modificó el rubro de los vendedores ambulantes: de despertadores a camisetas de frisa y cuellos polares. La ola de frío realizó milagros. De la manteca de cacao hizo un negocio: triplicó sus ventas.
Rosa lleva varios días de pie sobre la esquina de Avenida de Mayo y Chacabuco. Circunstancialmente se la puede ver en Florida y Rivadavia. Nunca fuera de esa zona. Y sólo por estos días. Se la reconoce por su pelo colorido (o descolorido, según la óptica), su estatura baja. Pero, especialmente, porque en un brazo carga una percha repleta de bufandas y pañuelos, y con el otro sostiene un palo del que cuelgan gorros de corderoy. �¡Ahí tiene! ¡A dos los polares!�, es su particular voceo con acento paraguayo. Una caja de cartón es su improvisado stand de cuellos polares. Hay de dos pesos, �los comunes�, y de cuatro, �los que tienen un cordón y sirven de gorro�. �Las que más compran son las chicas �explica Rosa y, como Rubi, se alegra, pero se lamenta�. Lo que más salen son los gorros de lana. En un solo día vendí diez y no vendí más porque no tenía�.
Rosa no es la única. Si en días de lluvia aparecen los vendedores ambulantes de paraguas, en olas de frío pululan los de camisetas de frisa. �Están un poquito caras�, dice Tino, que instaló cinco hileras de camisetas empaquetadas sobre una alfombra de papel madera, en Rivadavia y Florida. �Están a dos por diez, pero la gente en Once las consigue más baratas. Pero yo me instalo acá, porque siempre alguno con frío cae�.
Para Metrogas, el 19 de julio fue un hito histórico. �Desde la privatización, la inyección promedio diaria es de 21 millones de metros cúbicos como máximo en los días invernales. Pero el 19 de julio inyectamos 24 millones, una cifra que sólo habíamos alcanzado el 9 de julio del �86�, dijo Virgina Gatti, vocera de la empresa. El invierno de Gas Natural BAN, proveedora de la Zona Norte, también fue record. �El 10 de julio alcanzamos el pico con 17 millones de metros cúbicos, cuando lo normal un día de frío son 13 millones�, afirmó Daniel Bosque, gerente de prensa. �Desde la privatización, éste fue el invierno pico: se vendió un 35 por ciento más que otras temporadas�.
En el mismo rubro, pero gas en garrafas, un vocero de New Gas aseguró: �No damos abasto. Tuvimos que desconectar el teléfono cuando se nos agotaron. Nos quedamos hasta la madrugada haciendo envíos. En promedio estamos vendiendo unas 30 mil garrafas por día. No exagero�. En el híper Jumbo, de Pacífico, la cajera Alejandra Pagliari hizo un perfil polirrubro de la clientela: �La gente combate el frío con lo que puede. Se vende mucho más mondongo, porotos y lentejas para guiso. Pusieron los pulóveres a cuatro pesos y se venden a rolete. El sábado vendí siete estufas, y son 60 cajas en dos turnos�. Y en el sector electrodomésticos, su jefe, Walter Fierro, dijo a este diario: �Esta semana y la anterior se agotó todo. Vendemos unos 500 caloventores, 300 radiadores y 20 a 30 estufas de tiro balanceado por día. Cinco veces más que el resto del año�. Y en el sector textiles: �Tenemos que reponer frazadas y acolchados cada hora, cuando lo normal es cada cuatro. Vendemos unas 40 frazadas y 30 acolchados por día�.
María José, vendedora del local Soki, de ropa interior, sostiene: �Lo que más se vende son los calzoncillos largos. Antes los llevaban los chicos de las motos, pero ahora los compran todos, hombres y mujeres. Además de las medias largas de mujer, el doble, y las medias de esquí.� El frío también tuvo su efecto en las farmacias: el negocio del día, además de los clásicos y agotados antigripales y jarabes para la tos, fueron los lápices de manteca de cacao, que se venden el triple de cualquier invierno.
En Garbarino también aceptan que el caloventor es la estrella de turno. En el local de Florida y Sarmiento, Oscar se restriega las manos sobre un radiador. �Es el único que quedó y no se vende. �Hoy por hoy nos estamos perdiendo de vender y hacer caja porque no quedan estufas. A todos les tenemos que decir: vamos a tener la semana que viene�. Y en Rodó, Emilio Masona, jefe de compras, confirma: �Un 200 por ciento más que el invierno pasado. Más que nunca. Se hizo mucha diferencia. Basta imaginar que en un día vendimos 3 mil calefactores, especialmente los eléctricos�.
La elección tiene su lógica y Rubi, de Elektrogar, la diseña rodeado de artefactos del hogar y ninguna estufa: �Lo que quieren es calor ya. Y barato. Una estufa de tiro balanceado es muy cara, hay que pagar un plomero, romper la pared, y lleva un tiempo ubicarla. En cambio, por diez o doce pesos se llevan una estufa de cuarzo o, por un poquito más, un caloventor. Aunque el consumo es más caro, con sólo enchufarlo tienen calor. La gente sigue sin tener plata, pero ahora tiene frío.�
Informe: Virginia Caressani y María Laura Weiss.
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