Por Sergio Ciancaglini
Diego Maradona aseguró que la Argentina es un país drogado. En todo caso no seríamos una excepción. Datos: el 99 por ciento de los billetes ingleses, el 82 por ciento de los italianos, el 79 por ciento de los norteamericanos y el 65 por ciento de los españoles (aunque otros estudios suben la porción al 88 por ciento) tienen rastros de cocaína, por quienes usan esos billetes como aspiradora y también porque los consumidores exudan partículas de droga que queda impregnada al papel al tocarlo. No va en desmedro de las tarjetas de crédito, sobre las que no hay datos, aunque he podido ver, en España, cómo se las utiliza para ordenar los polvitos. Sé que adictos y consumidores no estarán de acuerdo, pero para mí es un símbolo más de algo que ya vimos: el dinero cargado de muerte.
Pero la historia es otra. En el programa The true Hollywood story (La verdadera historia de
Hollywood) del canal norteamericano de entretenimiento E! emitieron un especial sobre la hija de John Phillips, el fundador del conjunto musical The Mamas and the Papas.
Este señor tuvo dos hijos. Un varón, Jeffrey, y una nena, Mackenzie. Se separó, se casó de nuevo, y sus hijos vivieron la niñez en medio de literales orgías de droga, en Los Angeles, California, con todas las celebridades musicales del momento, incluidos algunos Beatles (Paul) que cada tanto visitaban a Phillips. Jeffrey cuenta que uno de los juegos paternos era esconder la droga. Los chicos tenían que encontrarla. El premio era drogarse ellos también. Lo más liviano era la marihuana y la cocaína. Mackenzie se convirtió en niña prodigio de la televisión americana a los 14 años, pero según ella misma lo cuenta, casi nunca actuó sin estar absolutamente drogada. Era protagonista de One day at a time (podría traducirse como �un día a la vez�, o �día a día�), una de esas comedias semanales tan edificantes para los valores familiares, con la cual se hizo más famosa que el padre, que mutó de oficio, de músico a narcotraficante para mantener su propia adicción. Había compuesto California somnolienta y pasó a la excitación insomne.
Terminó preso, tiempo después, con las manos ennegrecidas por falta de circulación, ya que la cantidad de pinchazos para drogarse le había destruido las venas. Mackenzie también descubrió que la cocaína inyectada era mucho más eficiente. La echaron del programa de televisión, porque ya no se tenía en pie, y se internó con su padre. Ambos se recuperaron demasiado velozmente: tres meses. Dieron conferencias de prensa hablando sobre la belleza de la vida y lo malas que son las drogas. Ella fue contratada nuevamente en el programa, que quintuplicó su audiencia. Le pagaban 50.000 dólares por capítulo. Pero volvió a la droga. Y Phillip pasó de drogadicto a alcohólico. Ella cuenta que �al no reponerse del todo� se convirtió en una adicta aún más severa. Se inyectaba cocaína cada 20 minutos, a un costo de mil dólares diarios. La volvieron a echar del programa. En los 80 reflotaron a The Mamas and the Papas, pero con ella como cantante. Ya ni su padre la soportaba, por el grado de adicción que tenía. Se enamoró del guitarrista Shane Fontayne y quedó embarazada. Mackenzie relata que ni siquiera le importó el embarazo, y siguió drogándose. Dos meses antes del parto la internaron para desintoxicarla. Milagrosamente tuvo un hijo sano.
Salió del parto y volvió a la droga.
�Cuando me iba a inyectar pensaba ¿ésta será la última? Un nene de tres años no puede estar preocupándose por su madre, pero el mío un día me vio en la cama, con una botella y me dijo: das asco�.
Llamó al médico con quien antes había intentado tratarse, que la envió al centro de rehabilitación considerado uno de los más eficientes del mundo, para los adictos más eficientes del mundo: Little Hill Alina Lodge, en New Jersey. Lograron recuperarla en nueve meses, en base a cambio de hábitos. La sorpresa es: ¿cuáles hábitos? La obligaron a no hablar durante meses, incluso en los primeros encuentros de terapia grupal. No se trató de incomunicación, sino de lo contrario: la obligaron a callarse (�me hicieron cerrar la bocota�) para aprender a escuchar a los demás. Mackenzie sencillamente no registraba la existencia de los otros, o no le importaba. Tan poca percepción tenía de quienes la rodeaban, y de sí misma, que había seguido drogándose embarazada y luego con un bebé, sin que le afectase demasiado. (El esposo guitarrista, en cambio, abandonó las juergas apenas nació el chiquito).
La señora a cargo del tratamiento, una anciana llamada Geraldine Delaney (ex alcohólica), sintetizaba así el primer plan de acción que le ordenó a Mackenzie: �No bebas, no te drogues, vas a las reuniones, te sentás, te callás y escuchás�.
Cuando era una nena se drogaba y los invitados de su papá alguna que otra vez la violaban, y todo parecía natural. Ahora debía aprender a callar y a pedir permiso.
En el programa dicen que la trataron con una disciplina casi militar. No estoy de acuerdo. La disciplina con la que intentaban contener a Mackenzie es la que no había recibido de chica. Una disciplina organizadora de la vida.
La disciplina militar ha sido una disciplina de muerte, de militares matando gente, o tirándola viva y dopada desde los aviones, robando bebés y torturando con picanas eléctricas; borrachos mandando a la guerra a jovencitos sin equipos ni entrenamiento, todo bajo la tutela y auspicios de la disciplina militar norteamericana. El servicio militar obligatorio en la Argentina quedó abolido tras el homicidio de un soldado, y por la presión del sentido común de la sociedad.
La otra perversión del término �disciplina� se observa todos los días en los diarios, con los anuncios sobre sadomasoquismo. Yo prefiero pensar que disciplina es la del trabajador o el empresario que hacen bien su tarea, el artista que concreta una obra, el deportista que compite, el científico que investiga.
Para evitar distorsiones, propongo cambiar las palabras. Prefiero sugerir que el valor en el tratamiento de Mackenzie fue la firmeza. Firmeza en el proyecto, en el pensamiento y en la acción. Eso es lo que puede dar registro del mundo externo y de los demás a alguien que no encuentra los límites. La firmeza no es rigidez. La rigidez es frágil. La firmeza mezcla la fuerza y la flexibilidad. El ejemplo es el arco, que para lanzar la flecha no puede ser rígido, porque se quebraría, sino firme, fuerte y también flexible.
Otra táctica de rehabilitación se basa en un lema: a day at a time (un día a la vez, como el programa en el que Mackenzie actuaba). El valor implícito ahí es la tenacidad, una forma de la voluntad. el proyecto del adicto es lograr sobrevivir ese día sin drogas. Y otro día más, y otro. Con el correr de los meses, la recuperación de la noción de que existían otras personas, el día a día, la interacción, Mackenzie Philips �sufriendo primero y casi sin darse cuenta después� fue perdiendo el hábito de drogarse. Se desacostumbró. Empezó a descubrir que podía pasarla sin droga, y que el mundo seguía siendo un lugar soportable. Fueron nueve meses (tal vez nuestro reloj biológico necesite ese tiempo para gestar una nueva vida, para cambiar la conducta).
Además logró entender, al quitarse de encima el aturdimiento de la droga, un detalle que le había pasado casi desapercibido: tenía un hijo. Eso reorientó su vida. Había proyectos. Y el principal: ella misma. La firmeza y la tenacidad activaron su voluntad de vivir.
La historia de un taxista
Por S.C.
El hombre trabajaba como jefe de sección en una empresa de seguros, que un día cerró. Quiebra fraudulenta, no cobró ni el sueldo de ese mes: Argentina menemista. Entendió que le iba a costar muchísimo conseguir trabajo a los 47 años, con seis hijos, uno de ellos recién nacido. Se puso a buscar. Nada: Argentina menemista. Vendió su departamento, que no había terminado de pagar. Alquiló. Pronto se le acabó el dinero. Meses lentos, angustiantes. No podía ni pagar la luz. Vio un aviso en el que pedían ayudantes de cocina, o algo que ya no recuerda. No tenía plata para el viaje. El canillita de la esquina le prestó dos (2) pesos. Fue. Había una cuadra y media de cola. Toda gente como él, rogando por un empleo de cualquier cosa. Se deprimió tanto que se sentó en el cordón de la vereda y se quedó allí. Derrumbado. Ni siquiera los hijos representaban un motor. En ese momento los sentía como una carga. Quería morirse. Quería matarse.
Paró un auto. El conductor lo había reconocido. Era un cliente de la compañía de seguros en la que el taxista había trabajado, al que una vez le habían robado el coche. Este hombre había hecho mal la denuncia y la compañía no le quería pagar. Pero nuestro taxista se había dado cuenta de que todo no era más que un mínimo error, y logró que el seguro pagase (pasó con un incendio en mi casa; si alguien no empuja el trámite, lo único que uno tiene asegurado es el sufrimiento). �Era lo que correspondía�, dice el hoy taxista. El viejo cliente le preguntó qué hacía ahí. El casi no podía explicarlo. Lo subió al auto y lo llevó. Llegaron a la casa del cliente, que le dijo a su mujer que buscase todo el dinero que tenían. Eran 900 pesos. Lo llevó a un supermercado. Hicieron una compra de unos 400 pesos, para cubrir las necesidades familiares. Conversando, acordaron que era un buen proyecto ir a sacar el registro de conductor profesional. Con ese trámite cumplido, quedaban 320 pesos, que el hombre le dejó. Reanimado, nuestro amigo recordó que conocía una empresa donde precisaban choferes y allí está, desde entonces.
Lo que este hombre llama milagro tuvo una lógica: él había actuado correctamente con respecto al cliente. Y este individuo, que lo vio en la calle (ése fue el milagro) no deja de parecerse a los personajes que Frankl describía en los campos de concentración, esos pocos casos de personas con una suficiente libertad interior como para intentar decidir en cada momento la mejor acción. Fue un acto solidario, que empalma con aquel contenido de humanidad y sentido social que tiene el sentido común. No como palabrerío sino como convivencia. El hombre actuó interesadamente. Le importó el problema. Colaboró con alguien a quien conocía (dato que conviene no olvidar). Es posible que se haya arriesgado, invirtiendo tanto dinero, pero sabiendo que esa persona lograría devolver todo, peso sobre peso, apenas estuviese en mínimas condiciones.
El sentido común salvó una vida, por lo menos. |
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