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Por Alfredo Grieco y Bavio
Promesas de vacas locas

 La industria de los alimentos genéticamente modificados será en la primera mitad del siglo XXI lo que las tecnologías de información fueron en la segunda del XX.� Con este augurio del futuro próximo e interpretación del pasado reciente, el premier laborista británico Tony Blair se puso ayer decididamente del lado de Estados Unidos en el cierre de la cumbre del Grupo de los Ocho en Okinawa. De hecho, Blair se había sentado junto a Bill Clinton en la conferencia de prensa, lo que fue interpretado como que se había ubicado contra los europeos. Y si se alineaba con el amigo americano, más lo había hecho con la industria de su país, a la cabeza de cuantas desarrollan las biotecnologías alimentarias. Dicho de otro modo, su país fue también el del síndrome de la �vaca loca�, por lo que su carne bovina sufrió una veda en el continente europeo. Precisamente el presidente de la Comisión Europea Romano Prodi y el presidente francés Jacques Chirac se expresaron ayer como los más violentos adversarios de importar del otro lado del Canal de la Mancha alimentos cuyas consecuencias los científicos deben testear aún. Las ONGs aportaron otra vuelta de tuerca al debate al denunciar que los informes de la Organización para la Cooperación Económica y el Desarrollo (OCDE), redactados por un encargo que efectuó la anterior cumbre del G-8, habían resultado �por decir poco� incompletos. Según la OCDE, los gobiernos tienen plena confianza en los organismos genéticamente modificados que ya han autorizado; según las ONGs, la OCDE, para formarse una opinión propia, descartó sistemáticamente la de científicos disidentes. Y en contra de lo que esperaban o exigían las ONGs, el documento final de Okinawa no aportó nada nuevo sobre cómo aliviar la deuda de los países en desarrollo. Si a esto se une la eufórica respuesta anglo-norteamericana sobre los alimentos modificados, la conjunción no favorece a la Tercera Vía de Londres y Washington. Por lo menos, no a los ojos europeos. Pero Clinton negó que estuviera, o que sólo estuviera, respaldando a las grandes empresas. �El problema es cómo conseguir la mejor alimentación para la mayor cantidad de gente en el mundo. Y éste es el punto: al menor precio posible.� En otras palabras, piden pan, no les dan, pero sí alimentos genéticamente modificados, que son más baratos, y tan convenientes, sobre todo para ustedes que no pueden pagarse otros. 

  

 

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