Consentidos
Por J. M. Pasquini Durán
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Lo mismo
que en el fútbol, los partidos políticos que encabezan la
tabla se van quedando con sólo dos camisetas, que además
se intercambian cada vez que la ocasión manda. De local cuando
son gobierno y de visitante cuando les toca hacer de oposición.
La igualación es el efecto de dos hipótesis conservadoras
aceptadas como dogmas universales. Una sustituyó a las ideas (ideologías,
como antes se las nombraba) por ingenierías electorales y estrategias
publicitarias. La otra lavó el cerebro de los economistas para
implantarles una idea fija: el ajuste permanente. Desde el tablón,
para seguir con la alegoría, cada vez se hace más difícil
distinguir los colores propios de los favoritos. Para colmo los políticos
han construido una teoría sobre la indiferencia, a la que llaman
consenso. De acuerdo con esa regla, la gestión de gobierno debe
buscar a toda costa la uniformidad de opiniones. La consecuencia es desconcertante:
si, por ejemplo, Aníbal Ibarra, Domingo Cavallo y Gustavo Beliz
coinciden en las políticas fundamentales para la ciudad, ¿qué
los diferencia? Semejante pregunta se puede aplicar también a la
concordancia entre UCR, Frepaso y socialistas.
¿Da lo mismo votar a uno que a otro? Bueno, si no hay ideologías
válidas y hay un solo programa económico, la distinción
posible es el estilo personal, los modales o el ritmo con que cada uno
suene la misma tonada. Elegir partido o gobernante es equiparable a decidirse
por Rodrigo o la Mona Giménez. En ese clima, los publicistas reemplazan
a los líderes, los encuestadores a los filósofos y los economistas
a los oráculos. Es la hora del BoBo (bohème bourgeois),
ese joven ejecutivo despolitizado (o pragmático de la cabeza) que
concibe al poder como un destino personal y al pueblo como un consumidor
boquiabierto siempre dispuesto a metabolizar la buena publicidad. Creen
que internet es una utopía, comen pescado crudo con agua mineral
como una señal de estirpe, son desganados para vestir y confían
en que sus pasiones privadas con estrellas del espectáculo les
permitirán apropiarse de las idolatrías populares.
En el reverso del BoBo, la política aloja a los antiguos punteros,
que cuadriculan al pueblo por circunscripción, sus feudos personales,
esperan la tajada del botín cada vez que sus jefes llegan al poder
y tienen el paladar estropeado de tanto repetir ravioles con pollo. En
lugar de sushi, suponen que la pizza antes del asado, con un buen champú
de ser posible, es manjar de los dioses. Piensan que el destino nacional
se alcanza ubicándose en la vereda donde calienta el sol y han
inventado el consenso antes de la globalización y del pensamiento
único, sólo que son más torpes para expresarlo: el
que piensa diferente se queda afuera o el que se mueve no sale en la foto.
Invocan a la tradición partidaria para resistir cualquier cambio
que los desacomode y el futuro es un enigma que no les interesa descifrar.
Entre el puntero y el BoBo, la crónica política es un interminable
anecdotario de sucesos particulares y, por lo general, banales. Desde
esa perspectiva de cotilleo el conflicto social parece una extravagancia
de minorías perdedoras y las acciones de Greenpeace un espectáculo
de zoo(lógico). Mañana, miércoles, hay dos convocatorias:
una de Hugo Moyano en la capital que va al Congreso (en receso) a pedirles
a los legisladores (ausentes con aviso) que renegocien la deuda externa.
Más bien parece diseñada para opacar la otra marcha, la
de la CTA, que comienza el mismo día en Rosario para caminar hasta
Buenos Aires protestando contra el desempleo. Los BoBo ya estarán
pensando en algún truco publicitario que distraiga a los votantes
y los punteros controlarán que sus rebaños no se dispersen
ni se pierdan en alborotos callejeros. Con todo el paisaje a la vista,
no hay más remedio que evocar una anécdota, entre las tantas
reales y falsas, que circulan sobre Rodrigo. Esta, no se sabe si verdadera
o falsa, cuenta que un día el muchacho cordobés se encontró
con CharlyGarcía y le propuso que algún día compusieran
o grabaran algo juntos. Dicen que García contestó: Bueno,
hay límites, ¿no?. Aunque no sea verdadero es un buen
apunte: en algún punto debe haber un límite para tanta abundancia
de consentidos y consentimientos. Encontrarlo es bastante urgente. ¿Habrá
que consensuarlo primero?
REP
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