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el Kiosco de Página/12

Consentidos
Por J. M. Pasquini Durán

 

 

Lo mismo que en el fútbol, los partidos políticos que encabezan la tabla se van quedando con sólo dos camisetas, que además se intercambian cada vez que la ocasión manda. De local cuando son gobierno y de visitante cuando les toca hacer de oposición. La igualación es el efecto de dos hipótesis conservadoras aceptadas como dogmas universales. Una sustituyó a las ideas (ideologías, como antes se las nombraba) por ingenierías electorales y estrategias publicitarias. La otra lavó el cerebro de los economistas para implantarles una idea fija: el ajuste permanente. Desde el tablón, para seguir con la alegoría, cada vez se hace más difícil distinguir los colores propios de los favoritos. Para colmo los políticos han construido una teoría sobre la indiferencia, a la que llaman consenso. De acuerdo con esa regla, la gestión de gobierno debe buscar a toda costa la uniformidad de opiniones. La consecuencia es desconcertante: si, por ejemplo, Aníbal Ibarra, Domingo Cavallo y Gustavo Beliz coinciden en las políticas fundamentales para la ciudad, ¿qué los diferencia? Semejante pregunta se puede aplicar también a la concordancia entre UCR, Frepaso y socialistas.
¿Da lo mismo votar a uno que a otro? Bueno, si no hay ideologías válidas y hay un solo programa económico, la distinción posible es el estilo personal, los modales o el ritmo con que cada uno suene la misma tonada. Elegir partido o gobernante es equiparable a decidirse por Rodrigo o la Mona Giménez. En ese clima, los publicistas reemplazan a los líderes, los encuestadores a los filósofos y los economistas a los oráculos. Es la hora del BoBo (bohème bourgeois), ese joven ejecutivo despolitizado (o pragmático de la cabeza) que concibe al poder como un destino personal y al pueblo como un consumidor boquiabierto siempre dispuesto a metabolizar la buena publicidad. Creen que internet es una utopía, comen pescado crudo con agua mineral como una señal de estirpe, son desganados para vestir y confían en que sus pasiones privadas con estrellas del espectáculo les permitirán apropiarse de las idolatrías populares.
En el reverso del BoBo, la política aloja a los antiguos punteros, que cuadriculan al pueblo por circunscripción, sus feudos personales, esperan la tajada del botín cada vez que sus jefes llegan al poder y tienen el paladar estropeado de tanto repetir ravioles con pollo. En lugar de sushi, suponen que la pizza antes del asado, con un buen “champú” de ser posible, es manjar de los dioses. Piensan que el destino nacional se alcanza ubicándose en la vereda donde calienta el sol y han inventado el consenso antes de la globalización y del pensamiento único, sólo que son más torpes para expresarlo: el que piensa diferente se queda afuera o el que se mueve no sale en la foto. Invocan a la tradición partidaria para resistir cualquier cambio que los desacomode y el futuro es un enigma que no les interesa descifrar.
Entre el puntero y el BoBo, la crónica política es un interminable anecdotario de sucesos particulares y, por lo general, banales. Desde esa perspectiva de cotilleo el conflicto social parece una extravagancia de minorías perdedoras y las acciones de Greenpeace un espectáculo de zoo(lógico). Mañana, miércoles, hay dos convocatorias: una de Hugo Moyano en la capital que va al Congreso (en receso) a pedirles a los legisladores (ausentes con aviso) que renegocien la deuda externa. Más bien parece diseñada para opacar la otra marcha, la de la CTA, que comienza el mismo día en Rosario para caminar hasta Buenos Aires protestando contra el desempleo. Los BoBo ya estarán pensando en algún truco publicitario que distraiga a los votantes y los punteros controlarán que sus rebaños no se dispersen ni se pierdan en alborotos callejeros. Con todo el paisaje a la vista, no hay más remedio que evocar una anécdota, entre las tantas reales y falsas, que circulan sobre Rodrigo. Esta, no se sabe si verdadera o falsa, cuenta que un día el muchacho cordobés se encontró con CharlyGarcía y le propuso que algún día compusieran o grabaran algo juntos. Dicen que García contestó: “Bueno, hay límites, ¿no?”. Aunque no sea verdadero es un buen apunte: en algún punto debe haber un límite para tanta abundancia de consentidos y consentimientos. Encontrarlo es bastante urgente. ¿Habrá que “consensuarlo” primero?


REP

 

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