Raúl
Moneta no es el primer acusado de mofarse de la ley en ufanarse del fervor,
profundidad o lo que fuera de sus presuntas convicciones religiosas,
dando a entender que gracias al compromiso así supuesto vive en
una dimensión en la que las reglas corrientes no tienen cabida,
y con toda seguridad no será el último. Desde que el mundo
es mundo existe una subclase de personas que insiste en que la intensidad,
real o simulada, de su adhesión a una causa particular debería
resultar más que suficiente como para quitar importancia a cualquier
crimen que podrían cometer. La integran católicos, judíos,
protestantes y musulmanes, militares y civiles, conservadores, peronistas,
radicales e izquierdistas, todos convencidos de que sus creencias los
hacen especiales, que dios, el destino o el proceso histórico los
ha elevado por encima del hombre común. O sea, que son superhombres
que están más allá del bien y del mal.
En el poder, los miembros de esta cofradía son peligrosos en
la Argentina sus víctimas mortales se cuentan por decenas de miles
y en el mundo por decenas de millones, pero cuando la fortuna no
les sonríe suelen ser meramente patéticos. En lugar de minimizar
la importancia de su credo preferido o del movimiento político
de sus amores para que sus desgracias personales no los perjudiquen, se
aferran a ellos con la esperanza de que sus correligionarios los salven.
Es una actitud hipócrita. De ser tan piadoso como proclama, Moneta
nunca hubiera pensado en involucrar a la santa madre iglesia, flagelo
del capitalismo moderno, en un miserable escándalo bancario. Por
el contrario, habría ocultado su condición de devoto .ferviente.,
jurando a su confesor que no bien pasado el mal trago daría todos
sus bienes restantes a los pobres antes de retirarse a un monasterio adecuadamente
austero.
Mientras que un fanático sincero estaría más que
dispuesto a sacrificarse por la mayor gloria de su culto, el hipócrita
supone que su culto debería sacrificarse por él. ¿Qué
quería lograr Moneta atribuyendo sus problemas empresarios a la
presunta militancia anticatólica de gente que profesa otras
religiones? ¿Que el Papa lo declarara infalible? ¿Que
los obispos dejaran de preocuparse por los indigentes para ponerse a organizar
pogromos en favor de un banquero multimillonario? Es imposible saber lo
que Moneta pensaba que ocurriría a raíz de sus palabras
las cuales, huelga decirlo, no lo han ayudado en absoluto
porque, como entenderá mejor que nadie, los fanatizados son tan
diferentes de los demás que sería absurdo intentar juzgarlos
conforme a las normas habituales.
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