MURIO EL REALIZADOR CLAUDE SAUTET
Un observador sutil
El realizador de �Las cosas de la vida�, �Una
historia simple�, �Un corazón en invierno� y �El placer de estar
contigo� supo retratar a la clase media francesa en sus pliegues
más íntimos.
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Por
Luciano Monteagudo
Nací
en París, he vivido en Francia y hablo francés. No me siento
ni orgulloso ni avergonzado, solamente soy un observador. Estas
palabras austeras del director francés Claude Sautet, recogidas
ayer por algunos de los muchos despachos que dieron cuenta de su muerte
(el sábado, a los 76 años) bien pueden servir también
a manera de epitafio. Autor de un cine narrativamente clásico,
siempre sobrio, que hacía de la extrema discreción una rara
virtud, Sautet fue sobre todo un sutil, preciso observador de la clase
media francesa, en sus pliegues más íntimos, como lo demostraron
algunos de sus films más recordados, desde Las cosas de la vida
(1970), con Michel Piccoli y Romy Schneider, hasta El placer de estar
contigo (1995), con Michel Serrault y Emmanuelle Béart.
Formado a fines de los años 40 en el legendario y hoy desaparecido
Instituto de Altos Estudios Cinematográficos de París (Idhec),
Sautet hizo conocer su nombre primero como crítico musical de la
revista Combat, del Partido Comunista Francés, agrupación
que abandonó hacia 1952. Por ese entonces comenzó a trabajar
en la industria del cine, como técnico y asistente, hasta que debutó
como realizador en 1959, con Classe tous risques, un exitoso film noir
protagonizado por Jean-Paul Belmondo y Lino Ventura.
Eran los tiempos rabiosos de la nouvelle vague, un movimiento del que
Sautet fue contemporáneo, pero del cual nunca formó parte,
como si siempre se hubiera sentido ajeno a las búsquedas formales
de Godard, Truffaut y compañía. De hecho, el período
de esplendor de Sautet fue en los años 70, cuando a partir
de Les choses de la vie reveló su verdadero talento, la posibilidad
de encontrar un espesor casi trágico, jamás sórdido,
en las relaciones más banales, en las situaciones más triviales.
Esa marca indeleble de su cine, esa posibilidad de expresar la sorprendente
profundidad de un momento cualquiera reaparecería en El inspector
Max (1971), también con Piccoli y Schneider, donde una trama levemente
policial era la excusa para un agudo estudio de caracteres.
Supo hacerse querer por el público, demostrando que calidad
y éxito no siempre están reñidos, dijo ayer
de Sautet el presidente francés, Jacques Chirac, recordando seguramente
esta época de apogeo del director, que incluye títulos tan
recordados como Vicente, Francisco, Pablo y los otros, Cesar y Rosalie
(con Romy Schneider e Yves Montand) y Una historia simple, que en 1980
le valió el Oscar al mejor film extranjero. Después del
fracaso de público de Garçon (1983), Sautet pareció
seguir el camino de un prematuro retiro, pero regresaría en los
años 90 en su mejor forma, primero con Algunos días
conmigo, con Daniel Auteuil y Sandrine Bonnaire (que llegó a la
Argentina solamente en video) y luego con Un corazón en invierno
(1992), ganadora del León de Plata en el Festival de Venecia, y
El placer de estar contigo (1995), que se llevó el César
(el Oscar francés) a la mejor película de su temporada.
Cuanto más filmo, más me convenzo de que la estructura
del cine no tiene raíces teatrales ni literarias sino musicales,
con ritmos y modulaciones que escapan al análisis narrativo,
afirmaba Sautet en sus últimos años. Y para demostrarlo,
Un coeur en hiver lograba que la pasión reprimida de la pareja
protagónica Emmanuelle Béart y Daniel Auteuil
sólo llegara a manifestarse a través de la intensa música
de Maurice Ravel, que funcionaba como una catarsis. A su vez, en El placer
de estar contigo, en la recóndita pero siempre pudorosa relación
de esa pareja integrada por un juez retirado y la secretaria a cargo de
la redacción de sus memorias, se advertía un cine de una
extraña pureza, hecho de ritmos y movimientos internos casi imperceptibles.
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