Por Octavi Martí
Desde París
Julio Verne realizó todos los viajes imaginables: al centro de la Tierra, alrededor del globo, a la Luna, al fondo del mar, pero los hizo desde la Biblioteca Nacional y desde el despacho de su casa en Amiens, poniendo al servicio de su imaginación una enorme cantidad de información científica. Sus bien documentados delirios alimentaron la materialización de muchas de las utopías del siglo XX. ¿Qué queda por cumplir de lo soñado por Verne (1828-1905)? ¿Hasta qué punto su lectura puede ser aun la de un autor de anticipación?
Nantes, la ciudad natal de Verne y en la que vivió hasta que tuvo 20 años, decidió celebrar el cambio de siglo tomándolo como guía. Nada menos que cinco Exposiciones Verne coinciden en estos momentos en la ciudad atlántica. La primera, que relaciona al escritor con los artistas plásticos, es Vision Machine, título que hace referencia al dispositivo imaginado por el arquitecto Lars Spuybroek: en el Museo de Bellas Artes se pueden redescubrir las fotografías fluídicas con las que a fines del siglo XIX se esperaba retratar el alma, las composiciones de pioneros de la abstracción como el lituano Ciurlonis, los paisajes surrealistas de Ernst, Matta o Tanguy, o las visiones alucinadas de Michaux y Polke. Un suelo ondulado, paredes y techo que recuerdan tan pronto el vientre de una ballena como una nave catedralicia hacen que el visitante se sienta dentro de una auténtica �máquina de ver� que descubre los cuadros de otra manera.
En el antiguo castillo de los duques de Bretaña se propone un Voyage Extraordinaire que consiste en la transformación de un espacio medieval en un triple recorrido: el mundo subterráneo, las profundidades marinas y el cielo. Quinientas obras y documentos aportan la dimensión científico-artística.
El Museo de Historia Natural fue revisitado por el capitán Nemo y el profesor Aronnax para la muestra Classification. Su formidable colección de animales marinos fue ordenada a partir de otros criterios que los sugeridos por Darwin, Buffon o la sistematización filogenética. La poesía, el color, la imaginación pueden ser tan buenos consejeros como las espinas, aletas dorsales o el medio. Ese proyecto de enciclopedismo distinto, tan del agrado del Borges que evocaba clasificaciones de perros hechas a partir de los ladridos o la manera de mover la cola, se materializa tras un calamar gigantesco colgado del techo. La médiatèque de Nantes va de Nemo a Lara Croft, un trayecto que permite cruzarse con Camille Flammarion, Meliés, Conan Doyle, Flash Gordon, Lovecraft, Frankenstein, Orwell, Mandrake, Bradbury, Hergé, Spielberg, Italo Calvino, Moebius, Luc Besson, H.G. Wells, Ridley Scott y tantos otros nombres básicos de una manera distinta de contar la historia y tantear el futuro. Le Roman de la science, en tanto, hace que las barreras entre ciencia y ficción se desvanezcan.
En este despliegue de exposiciones, ninguna habría provocado mayor satisfacción en Verne que Jules Verne écrivain, y que viene a compensarlo del que �es el mayor pesar de mi vida, el no haber contado nunca para las letras francesas�, como se lamentaba en 1893. La exposición presenta manuscritos corregidos de acuerdo con las demandas de su editor Hetzel, que le sugiere cómo perfilar personajes importantes, y redescubre las ilustraciones que acompañaron sus primeras ediciones. De pronto, tal como comenta el filósofo Michel Serres, la obra de Verne ya no aparece sólo como un sueño de la ciencia sino también como auténtica ciencia de los sueños.
|