Por Hilda Cabrera
�Esta es una obra aterradoramente menor�, dice el actor y dramaturgo chileno Antonio de la Parra a propósito de su Monogamia, trabajo que acaba de presentarse en funciones de preestreno en la pequeña Sala Celcit, de Bolívar 825, donde seguirá ofreciéndose todos los fines de semana. De paso por Buenos Aires, este autor, también médico psicoanalista, asocia menor con íntimo, con �pequeña conmoción�. Su obra �aterra�, en tanto bordea �la comicidad de las comedias de televisión�, pero se impone al mismo tiempo �las sutilezas cotidianas propias de las obras de Anton Chejov�. Lo acompaña en este propósito el director Carlos Ianni, quien realiza aquí la puesta mientras en Chile continúa exhibiéndose la misma obra. La intención es trabajar �sobre la vida privada de la clase media o pequeña burguesía�, según apuntan el dramaturgo y el director en diálogo con Página/12.
De la Parra dice que quiere aunar comicidad y �pequeñas conmociones�, una rara conjunción, no siempre presente en sus trabajos, al menos en los vistos en Buenos Aires: La secreta obscenidad de cada día (que reestrenará próximamente en Chile, también en calidad de actor: �Eso va a ser una yunta de viejos rockeros, algo patética�, comenta), El continente negro y Ofelia, o la madre muerta. Entusiasmado con bucear �en las zonas de origen, desgarro y muerte de la clase media de su país� �a la que supone capacitada para �interrogar al sistema��, se apresta además a traer a la Argentina su Madrid-Sarajevo (donde actuará) y realizar seminarios sobre �otros niveles� de escritura. Esto será en setiembre, y también en el Celcit. �He empezado a trabajar con las energías menores, y eso me acercó al cuerpo, a la necesidad de la limpieza de movimientos del actor, capaz de producir una emoción y no otra, al trabajo en carne viva.�
�Eso parece el trabajo de un terapeuta...
A.P.: Sí, se parece, y algunos me lo critican. Los psicoterapeutas somos devoradores de los detalles que nos proporcionan los otros. Y a mí los detalles me duelen, me emocionan, me dan rabia y me enamoran. Como el terapeuta, también el actor prepara su trabajo a partir de un contenido de gestos. Cuando recibe la obra, tiene que dejar de ser él, lo mismo que el terapeuta ante el paciente. Por eso en Monogamia trato de que desaparezca la historia, o que no esté contada de modo lineal.
C.I.: Pero no se elimina la historia, sino que funciona en varios planos y de manera simultánea, sobre temas conectados con la monogamia en el amor, pero también sobre la imposibilidad de ser fiel a los propios sueños y a la dificultad de lograr una relación fraterna. Por eso en mi puesta no hay artificios escenográficos sino personas que dialogan (personajes interpretados por Guido D�Albo y Roberto Municoy).
�¿Esta puesta es semejante a la que se está viendo en Chile?
A.P.: La chilena responde más a la comedia más ligera, pero las dos tapan un horror, porque la comedia es siempre un horror mirado con distancia. Todo lo que se cuenta se desvanece, también lo que dice de las mujeres, presentes en cualquier diálogo entre varones.
�¿Es realmente siempre así?
A.P.: Los hombres necesitan defenderse de las tendencias homosexuales. Por eso, cuando no hablan de mujeres pasan rápido al fútbol. Se ayudan instalando la competencia en otro lado. Los hombres tenemos miedo a ser sometidos por el cariño, y más que por el de las mujeres, por el de los del mismo sexo. Tenemos miedo de que se nos escape un gesto de ternura, como en la obra, donde sólo hay dos personajes, que además son hermanos pero han estado alejados y descubren que ha llegado el momento de quererse más.
�¿Esta monogamia se refiere sólo al sexo?
A.P.: En el fondo, a la imposibilidad de no serle fiel a nada. Hace rato que nos cuesta ser leal en la vida amorosa o política. Inclusive en el lenguaje.
�Quizá porque usted se limita a la clase media, cuya característica es esconder...
A.P.: Puede ser. Mis obras se relacionan con espacios cerrados y gente de clase media desgastada. Un desgaste maravilloso que no podemos apreciar, por inmaduros. Esta obra trata diferentes formas de ser inmaduro, como la de Felipe, un personaje tomado de una obra anterior mía, Infieles. Ahí escribía sobre un joven de la izquierda chilena que terminó trabajando como redactor publicitario bajo la dictadura.
C.I.: Eso no quiere decir que no haya pequeñas lealtades. Aparecen como alusiones, muy por debajo de la superficie del texto, que evita cualquier final concesivo.
A.P.: Al público chileno le cuesta soportar el dolor. Por eso allá la obra termina, dicho en términos musicales, con un allegro. Acá, en cambio, con un andante.
C.I.: Ma non troppo, diría yo.
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