OPINION
Inferioridades
Por
J.M. Pasquini Durán
Los
datos. El monto de las transacciones financieras internacionales es 50
veces más importante que el valor del comercio internacional de
bienes y servicios. Las 23 multinacionales más poderosas venden
más que lo que exportan la India, Brasil, Indonesia o México.
Las mayores firmas privadas controlan el setenta por ciento del comercio
mundial. Los abonados a Internet son el 26 por ciento de la población
de Estados Unidos, pero menos del uno por ciento son de los países
en desarrollo. Los pronósticos estiman un número total de
500 millones "conectados" en 2003. En el planeta, el quinto
más rico de la población dispone del ochenta por ciento
de los recursos, mientras el quinto más pobre dispone de menos
del 0,5 por ciento. En 1998, más de 50 millones de personas, que
antes pertenecían a las clases medias, habían pasado a la
clase de "nuevos pobres". La fosa que separa el Norte del Sur
es hoy tan grande, que resulta difícil imaginar cómo podría
desaparecer.
Los que mandan. "Los políticos están ahora bajo control
de los mercados financieros", sostiene el banquero alemán
Hans Tietmeyer. Marc Blondel, secretario del sindicato francés
Force Ouvrière, coincide y amplía: "En el mejor de
los casos, los poderes públicos sólo son subcontratistas
de las grandes multinacionales. El mercado gobierna; el Gobierno administra".
George Soros, financista con destacada actuación en Argentina,
opina que "los mercados votan todos los días; por cierto,
fuerzan a los Gobiernos a adoptar medidas impopulares, pero indispensables.
Son los mercados los que tienen sentido del Estado". Ignacio Ramonet,
director de Le Monde Diplomatique, advierte que el desastre económico
pone en cuestión el progreso de las libertades civiles en muchos
países en desarrollo. "La pobreza disminuye el sentido de
la democracia."
Las consecuencias. El Estado se desploma un poco en todas partes. Más
de 3 mil millones de personas, la mitad de la humanidad, viven con menos
de 2 dólares por día. Hay 1500 millones de personas en los
países en desarrollo sin agua potable. Trescientos
millones de niños son explotados en el mundo, en condiciones de
brutalidad sin precedentes. A escala planetaria, uno de cada dos niños
sufre de malnutrición. En Estados Unidos, el número de niños
sin cobertura médica satisfactoria llega al 37 por ciento. En Texas,
donde gobierna el candidato presidencial George Bush, el porcentaje es
más alto: 46 por ciento. Un cuarto del total de niños británicos
vive por debajo de los niveles de pobreza. En Argentina, "casi la
mitad de los niños argentinos es pobre y casi la mitad de los pobres
del país son niños: 4.612.893 menores de 15 años
pasan sus días sin acceso a condiciones dignas de vida" (en
La Nación, de ayer). La mitad del futuro nacional pasa hambre.
¿Qué les puede importar el crédito barato para comprar
computadoras caras?
No hay capitalismo más salvaje que el capital financiero y es el
que manda en la globalización. Hoy en día, el volumen de
la economía financiera es cincuenta veces superior al de la economía
real. Las únicas leyes que respeta ese capital son las del mínimo
riesgo y la máxima ganancia; no tiene disposición para convivir
con los que piensan diferente ni tolerancia alguna con las deliberaciones
políticas. A diferencia de los colonizadores tradicionales, no
le importa la ocupación de territorios sino la posesión
de las riquezas. Más aún: ante la confrontación huye
y da voces de alarma para que nadie se acerque a la zona de riesgo. También
lo deja indiferente la naturaleza de los regímenes políticos
o conceptos como libertad, igualdad, fraternidad, nacionalidad o ciudadanía,
ni hace distinción entre países sino entre tasas de interés.
Mientras aquí el Gobierno hace gárgaras con los argumentos
a favor del blanqueo de la mano de obra, los bancos están anunciando
que los requisitos indispensables para créditos personales podrán
cumplirse aun siendo trabajadores en negro. Lo que importa es capturar
a ese sector del mercado, copado por mutuales y usureros, que mueve préstamos
por valor de 33 mil millones de dólares anuales. Esa avidez insaciable
no tolera restricciones de ningún tipo: "La criminalidad financiera
ligada a los negocios y a los grandes bancos recicla sumas que superan
el millón de millones de dólares por año, es decir
veinte por ciento de todo el comercio mundial", asegura Ramonet,
de Le Monde, después de estudiar en detalle la naturaleza de la
globalización. Por cierto, sin fluidos canales de circulación
internacional, el lavado de fortunas mal habidas, en la corrupción,
el tráfico de armas y de sustancias ilegales, y otros negocios
sucios, serían más difíciles y restringidos.
Aunque la globalización es reciente en términos históricos,
ha sido más depredadora que una manga de langostas. Con toda la
evidencia a la vista, los buenos diagnósticos abundan y los perjudicados
pueden contarse por miles de millones. De su propia existencia pueden
deducirse conductas políticas que, sin esos datos, serían
inexplicables. ¿Cómo puede ser que la economía nacional
tenga tanta continuidad de Menem a De la Rúa?, por ejemplo. O,
¿qué le hicieron a las oceánicas olas de cambio que
bramaban en el pecho del Frepaso para convertirlas en el suave balanceo
de las aguas contenidas en una pelopincho familiar? Podrían cantar,
como el enamorado del tango: "Yo no sé qué loco embrujo
le pusiste al yuyo brujo que le diste al corazón", pero ojalá
fuera "gualicho" porque de eso se vuelve.
Si otros más grandes y fuertes ni siquiera lo intentan, ¿cómo
podría enfrentarse este pequeño David austral, que vendió
hasta la honda, con el cruel y universal Goliat? La gente que sólo
tiene el sentido común para orientarse no puede comprender que
el Gobierno dilapide su propia fortuna política, aun la electoral,
defraudando las esperanzas que había encendido en la victoria del
ascenso. Sin explicaciones lógicas esperan, aunque son menos cada
día, que un día de éstos el yuyo brujo pierda efecto
y los gobernantes sean, por fin, como muchos los imaginaron el 10 de diciembre.
Otros crédulos, con más fe que razón, imaginan que
si los sacrificios son grandes serán recompensados en esta vida
y se instalan al pie de la copa de abundancia esperando que los empape
el derrame de bienestar. Un puñado intenta humanizar al "monstruo
grande que pisa fuerte" intentando abrir fisuras con planes solidarios
y mapas de obras públicas que dibujan a diario en la mesa de arena,
siempre calentando motores pero sin arrancar de una vez.
No todo, por supuesto, es culpa de los otros. Tanto en el Gobierno como
en la oposición hay quienes hacen la tarea con gusto y convicción,
porque creen que este rumbo los lleva al final del arco iris, donde los
gnomos guardan enormes ollas repletas de monedas de oro. A veces, las
internas se levantan como muros invencibles. Hay que ver cómo reaccionan
los gobernadores, de todos los colores, cada vez que el Gobierno nacional
quiere tocar las cajas de subsidios, que se usan en sus propósitos
específicos, pero además para cazar votos, para apagar incendios
o para agrandar patrimonios particulares. Ninguno cree que el otro será
honesto por completo en el manejo de esos fondos. Encima, ni siquiera
les sale muy caro calmar los estallidos sociales. Entre los del sur y
del norte, el Tesoro tuvo que sacar diez millones de pesos para calmar
a piqueteros y resistentes. Si fuera así de barata la deuda externa,
buena parte de los problemas nacionales serían casi insignificantes.
La ineptitud de los funcionarios tampoco es consecuencia de la globalización
y la ausencia de un horizonte donde se dibuje el país que se desea
no es porque nadie sepa cómo debería ser. Para mencionar
una fuente insospechable de ideología contraria al mercado, la
cita es de James Wolfensohn, presidente del Banco Mundial, que declaró
en Ginebra, el 26 de junio pasado: "Sabemos ahora que la estabilidad
macroeconómica, la liberalización y las privatizaciones
son importantes, pero no suficientes. El desarrollo tiene múltiples
facetas. Hacer funcionar los mercados apunta a reducir la pobreza, pero
demanda un entorno social sólido. La pobreza es multidimensional:
una mejor calidad de vida no se traduce solamente por ingresos más
elevados sino que debe representar asimismo más libertades civiles
y políticas, más seguridad y participación en la
vida pública, más educación, alimentación
y salud, un medio ambiente más protegido y un aparato de Estado
que funcione realmente".
Para conseguir sociedades de ese carácter, lo primero es controlar
los movimientos de capital volátil. Luego, reordenar los compromisos
con los acreedores externos, para liberar recursos, y a la vez redistribuir
la renta nacional, facilitando el acceso de los pobres a una participación
más equitativa. Por fin, hay que abrirse camino en el comercio
internacional, acompañándolo con programas de protección
ambiental y respeto a las economías productivas nacionales. Este
mínimo programa, con sus más o menos, es el que levantan
los políticos cada vez que se proponen para gobernar, pero que
abandonan luego sin miramientos, sometidos a las fuerzas contrarias a
ese mismo programa. Es que esos opositores son Goliat, dicen los que deberían
ser David. Si no hay más camino que la resignación, tal
vez la imagen de Lima en las vísperas sea un pronóstico
para América latina. Antes de llegar a esos extremos, sería
bueno reaccionar con más energía desde la sociedad. De lo
contrario, David nunca se animará a confrontar con el gigante.
Para eso, más que un programa económico hace falta un liderazgo
político y social que ofrezca todas las garantías de credibilidad
a las mayorías. Por ahora, esa chance no está a la vista.
Lo que aparecen son especuladores políticos que levantan consignas
para colocarse en la cresta de alguna ola coyuntural o los esforzados
militantes que crecen en la consideración social con lentitud exasperante.
Dicho de otro modo: no se puede llorar de rodillas lo que no se puede
sostener de pie.
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