Por Carlos Noriega
Desde Lima
Alberto Fujimori se tomaba juramento a sí mismo para un tercer
gobierno consecutivo de cinco años, saludaba con los brazos en
alto y respondía con una gran sonrisa los aplausos de sus congresistas
y de las barras llevadas por el oficialismo a las galerías del
Congreso, ignorando los gritos que lanzaban los parlamentarios opositores
que se retiraron del hemiciclo cuando el presidente al que no reconocen
legitimidad comenzaba a autojuramentarse. Afuera, en las calles mientras
tanto, la ciudad se convertía en campo de batalla.
El humo de las bombas lacrimógenas cubría gran parte del
centro de Lima y el aire llevaba hasta las custodiadas puertas del Congreso
el picante olor de los gases. El parlamentario del APRA Jorge del Castillo
ingresó en el Congreso con una máscara antigás, como
simbólica denuncia a la represión que se vivía a
pocas calles. Miles de manifestantes antifujimoristas eran violentamente
reprimidos. Más de 30.000 policías habían sido movilizados
para custodiar la ceremonia de juramentación de Fujimori. El centro
histórico, donde se ubican el Palacio de Gobierno y el Congreso,
estaba cercado por un nutrido y bien armado cordón policial.
En las calles,
la lucha, los bombazos, los manifestantes apaleados y pateados en el suelo,
los incendios, los gritos de protesta, las pedradas para intentar detener
a la policía, los heridos, los detenidos. En el Congreso, la solemnidad
y la frialdad de una ceremonia oficial que parecía más ajena
que nunca a la realidad del país. Las acciones de protesta alcanzaron
una magnitud que el Perú no veía desde los tiempos de la
dictadura militar, cuando en 1975 el centro de la capital fue incendiado
y saqueado en una protesta contra el gobierno del general Juan Velazco
Alvarado. El saldo, según reportes preliminares, ha sido de al
menos dos muertos, más de 60 heridos y unos cien detenidos. La
Asociación Pro Derechos Humanos (Aprodeh) identificó a cuatro
heridos de bala. El periodista español Paul Bonneti, de la cadena
Media Center de San Francisco, sufrió la rotura del tabique por
el impacto de una bomba lacrimógena. El escultor Víctor
Delfín también recibió el impacto de un bombazo en
la cabeza. La situación era tan grave que Fujimori tuvo que suspender
la juramentación de su nuevo gabinete, encabezado por el ex candidato
opositor Federico Salas, ahora converso al fujimorismo. Pero para los
siete canales de la televisión de señal abierta, en las
calles no pasaba nada y sólo transmitieron las ceremonias oficiales.
Unicamente el Canal N, que se transmite por cable, informó de las
masivas y violentas protestas callejeras.
Fujimori comenzó su tercer mandato presidencial en medio de una
ciudad literalmente incendiada. Desde los locales del Banco de la Nación,
la Fiscalía y el Poder Judicial salían grandes columnas
de humo, que se alzaban sobre la niebla baja de las bombas lacrimógenas.
El aire en el centro de la capital peruana era irrespirable. El ambiente
político, también. Grupos de exaltados manifestantes (¿o
provocadores?) atacaron a pedradas el edificio de la Fiscalía,
ubicado a unos 500 metros del Congreso, rompieron vidrios, rociaron gasolina
al interior del local y provocaron un incendio. Fue el primero. Luego
la escena se repetiría en el Poder Judicial y en el Banco de la
Nación, donde se produjo el incendio de mayores proporciones. Allí
dos trabajadores de seguridad murieron asfixiados. Otros abandonaron el
local descolgándose desde un techo adyacente. Sospechosamente,
los policías que habían tomado todas las calles del centro
limeño observaron sin actuar cómo estos edificios eran incendiados.
Recién cuando el fuego comenzó a consumirlos entraron en
acción. Entre los organizadores de la marcha se habló de
infiltradosencargados de producir estos hechos de violencia. En la plaza
San Martín un grupo de manifestantes detuvo a un hombre al que
acusaron de ser un infiltrado. Le decomisaron un documento que lo identificaba
como oficial de la Fuerza Aérea, y una cámara fotográfica.
Insultado y golpeado, al asustado detenido no se le ocurrió mejor
explicación que decir que estaba sólo paseando.
Alejandro Toledo condenó los actos de violencia y, al comenzar
la tarde, en diálogo telefónico con el Canal N, exhortó
a sus seguidores a manifestarse pacíficamente. Hemos convocado
una marcha con vocación pacífica y así comenzó,
pero es impresionante el nivel de represión y esa represión
exacerba los ánimos. Condeno con fuerza todos los actos de violencia,
hay infiltrados, pero también una reacción a la represión.
Invoco a quienes están marchando que lo hagamos firmemente, sin
dar un paso atrás, pero sin violencia y sin caer en la provocación
de la represión, señaló Toledo.
Arriba, Jorge del Castillo, congresista antigás.
Abajo, una mujer camina en medio de la devastación.
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Los enfrentamientos comenzaron cuando la policía cerró
el paso a los manifestantes que pretendían llegar hasta la Plaza
Mayor, donde en la Catedral se realizaba el tédeum al que asistió
Fujimori, y al Congreso, donde luego juramentaría. Armados con
escopetas lanzabombas y máscaras antigases, los efectivos policiales
iniciaron un implacable bombardeo. A las bombas se sumaron los chorros
de los carros hidrantes. Tanquetas recorrían el centro de la ciudad
desde donde efectivos policiales lanzaban bombas lacrimógenas contra
los grupos de manifestantes. Desde los edificios caían más
bombas sobre la gente. La multitud corría y se dispersaba para
protegerse de los gases y para evitar los golpes y los arrestos, pero
inmediatamente se reagrupaba para contraatacar. No tenemos presidente,
coreaban los manifestantes, en demostración a que no reconocen
al nuevo gobierno de Fujimori. Democracia sí, dictadura no,
Fujimori y Montesinos son unos ladrones y asesinos, Chino
maricón, lárgate al Japón, eran algunos de
los gritos de lucha más escuchados. Al momento del envío
de este despacho continuaban los enfrentamientos. Las protestas se repitieron
en las principales ciudades del país.
Cerca del mediodía, cuando Fujimori daba su discurso al país,
Alejandro Toledo llegó hasta el Palacio de Justicia acompañado
por algunos dirigentes del movimiento democrático y desde allí
caminó hacia la plaza San Martín. Desde altavoces se llamaba
a la multitud a reagruparse en esa plaza. Pero la policía la cubrió
de gases para evitar la concentración, lo que consiguió.
Luego de unos minutos, Toledo regresó a su cuartel general, ubicado
en el Hotel Caesars, en el residencial barrio de Miraflores, donde en
la noche dio una conferencia de prensa. La noche del jueves había
encabezado una manifestación de unas 200.000 personas frente al
Palacio de Justicia, donde anunció la creación de un Frente
Democrático Nacional que agrupa a toda la oposición a la
dictadura fujimorista y un gabinete en las sombras.
El discurso de Fujimori fue lo menos trascendente de ayer. Duró
40 minutos, la mayor parte consagrados a hablar de economía y a
ofrecer un modelo de industrialización exportadora, exactamente
lo contrario a lo que su gobierno ha hecho estos últimos 10 años.
Sobre democratización, que se esperaba sea el eje de su discurso,
se limitó a decir que el siniestro Servicio de Inteligencia Nacional
(SIN), controlado por su asesor Vladimiro Montesinos, sería redimensionado.
Pero no dio detalles, y sobre el futuro de Montesinos acusado de
vínculos con el narcotráfico y de ser responsable de torturas
y asesinatos, y cuya destitución exigen a coro la oposición
interna y la comunidad internacional mantuvo silencio.
Y en silencio se mantuvo el resto del día, mientras el país
se levantaba contra su re-reelección.
La
crisis desde la Argentina
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CARLOS
RAIMUNDI *.
Asumir sin legitimidad
Indudablemente, Fujimori asume en condiciones de una carencia muy
grande de legitimidad, tanto política como social. La falta
de legitimidad política se ve en la indiferencia del resto
de los presidentes de América latina, y permite hacer la
lectura de que no existe respaldo ni solidaridad política
en ese aspecto. La carencia de legitimidad social queda en evidencia
por el clima de agitación social que hay en Perú,
y que es una continuidad de lo que ya se vivía previamente.
Desgraciadamente, América latina está viviendo un
proceso de muy baja calidad institucional de las democracias, cuyo
trasfondo es la gran desigualdad social existente en la región,
que es la principal amenaza a la estabilidad democrática
y que impide que las demandas mínimas de bienestar social
sean satisfechas.
Si se mira el mapa político de América latina 20 años
atrás, predominaban las dictaduras en el Cono Sur y las democracias
en el centro de la región. Hoy es al revés; las peores
condiciones se dan de Ecuador hacia arriba. Esto hace que el Mercosur
en general y la Argentina en particular deban desarrollar una política
exterior (además de hacer hincapié en la política
comercial y empresaria) que le permita ejercer un liderazgo intelectual
en esta área. Junto a las democracias vecinas, la Argentina
debería crear una serie de foros políticos para analizar
cómo los gobiernos de la región que son los
más estables políticamente pueden ayudar a mejorar
la calidad democrática en los demás países.
La región debe levantarse en un reclamo conjunto a los organismos
multilaterales de crédito y a los países más
desarrollados para que atiendan la gravísima situación
social en América latina, porque en caso contrario la misma
falta de legitimidad terminará afectándolos incluso
a ellos.
Por eso mismo la Argentina no debe actuar en soledad, sino que debe
mantener la continuidad de los procesos de diálogo con Chile
y Brasil principalmente, para que desde el Mercosur se atienda cómo
llevar adelante este proceso de cooperación. Hay que tener
en cuenta que tanto Estados Unidos como la OEA terminaron reconociendo
al nuevo gobierno de Fujimori a pesar de sus críticas y amenazas
iniciales. Por lo tanto, no podemos conspirar contra el gobierno
de Fujimori. Debemos, en cambio, crear un espacio regional para
superar la brutal falta de legitimidad de esta asunción.
* Diputado nacional por el Frepaso. Miembro de la Comisión
de Relaciones Internacionales.
VILMA RIPOLL *.
Fujimori va a caer
Desde Lima
No tengo ninguna duda. Porque así lo gritaron miles y miles
de peruanos, en la marcha de los cuatro Suyos.
Aquí son las siete de la tarde del viernes, nueve hora argentina.
Todavía siguen los incidentes en Lima, en Arequito, en Chimbote,
en todo el país. Estoy en la sede de Toledo, donde nos hemos
refugiado luego de que nos reprimieran con bombas lacrimógenas
mientras marchábamos al Palacio Legislativo. Hay cientos
de heridos y detenidos, algunos de ellos sacados de los hospitales
por la policía. Un dirigente del PST peruano, partido hermano
del mío, Aldo Crisóstomo, ha perdido un ojo. Dos miembros
del Colegio de Abogados de Lima están desaparecidos. Se habla
de muertos y quizás impongan formalmente el estado de sitio...
Pero para Fujimori la cuenta regresiva ya empezó. Todo lo
que viví en estos días me da esa convicción.
Ahora mismo está convocado un paro cívico nacional.
He recorrido los tambos de los manifestantes, los sindicatos,
las plazas de Lima. El miércoles, emocionada, hablé
ante decenas de miles. He charlado con obreros de la construcción,
con maestros y estudiantes, con profesionales, con muchas mujeres.
¡Cuánta fuerza, cuánto fervor tienen estos trabajadores
y campesinos, estos verdaderos piqueteros contra la dictadura!
Fujimori ya lleva 10 años en el poder y quiere quedarse todavía
cinco más, con el guiño de la OEA. ¿El colmo?
¡En la asunción, se tomó juramento él
mismo! Gracias a él y a sus FF.AA., con apoyo yanqui, entre
fraude y represión, hoy Perú cuenta por millones los
hambreados y por miles los presos políticos. Pero ese mismo
Perú es el que le ha empezado a decir basta.
Sé que en nuestro país muchas personalidades se han
pronunciado contra el dictador. Sé también que el
viernes se hizo una marcha a la embajada de Perú en Buenos
Aires. Pero hace falta mucho más, una gran campaña.
Porque a la asunción oficial no vino De la Rúa, pero
el gobierno de la Alianza envió al canciller Giavarini, legitimando
a Fujimori. Y no lo podemos aceptar. Necesitamos una gran unidad
para exigirle a De la Rúa que, si de verdad quiere paz
y democracia, debe romper relaciones con este régimen
sangriento.
Creo que la solidaridad entre hermanos es un deber. Los argentinos
lo sabemos bien. Con este pueblo de Perú compartimos un mismo
anhelo, un mismo horizonte, sin dictaduras ni ajustes del FMI. Luchemos
juntos, entonces, para que no queden rastros de Fujimori.
* Legisladora de la Ciudad (MST-Izquierda Unida).
LEOPOLDO
MOREAU *.
Una mancha negra en Perú
En primer lugar hay que resaltar la magnitud de la reacción
del pueblo peruano contra el fraude porque demuestra un alto nivel
de conciencia democrática. Pero, a la vez, es sumamente peligroso
que Fujimori haya podido imponer ese fraude por medio de la represión.
Creo que los países de la región deben trabajar intensamente
para recuperar el camino democrático en Perú; habría
que actuar como en el caso de Paraguay cuando hubo riesgos y amenazas
para el sistema democrático. Es mucho lo que pueden hacer
Brasil, Argentina y el Mercosur en general para crear las condiciones
que abran el camino a la democratización y a una nueva convocatoria
a elecciones. Por ejemplo, sería muy útil una reunión
de cancilleres del Mercosur para evaluar esta situación.
La asunción de Fujimori no afecta al resto de las democracias
de la región. Por el contrario, éstas se hallan lo
suficientemente fuertes como para imponer un nuevo llamado a elecciones
para que esta mancha negra no se consolide en el Perú.
* Senador nacional por la UCR.
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