opinion
Por Mario Wainfeld
Fue en la quinta presidencial de Olivos, apenitas antes del bajón de la Selección contra Brasil. El gobernador de Córdoba repreguntaba a los ministros del gobierno nacional, con cortesía pero también con firmeza, haciendo gala de manejar datos y números. El interventor federal en Corrientes, mascando bronca, no levantaba la vista de su mesa. Ramón Mestre está convencido de que José Manuel de la Sota construyó su victoria electoral y su propuesta de gobierno valiéndose como un judoca de las condiciones económicas que él �su precursor y derrotado� generó poniendo en caja las cuentas públicas de la provincia. Más que embroncarse, Mestre debería meditar que la democracia es un sistema de continuidad y diferenciación en el que los oficialismos llevan la iniciativa y son premiados o castigados en las urnas. En una democracia estable con programa económico único �una democracia como la argentina� los partidos gobernantes (a fuer de predominantes a la hora de generar política) son los que ganan o pierden las elecciones. A la oposición le cabe hacerse visible, diferenciarse ma non troppo, ser presentable y esperar que el público... perdón, la ciudadanía, se hastíe de quien ocupa el centro del ring.
Si alguien razona hoy por hoy en esos términos es �El gallego� De la Sota, protagonista en esta semana de un visible pero no estentóreo desembarco político en la Capital. La táctica, ostensible y lógica, del gobernador cordobés es diferenciarse al unísono del gobierno nacional y de Carlos Ruckauf, su competidor que ocupa la pole position en la madre de todas las batallas, la interna del PJ. La diferenciación con el gobierno nacional no será estrepitosa ni confrontativa. De la Sota no será meloso como Ruckauf pero tampoco irá al choque, intentará distinguirse en el terreno de la comparación de políticas: el ajustismo del gobierno nacional versus la reducción de impuestos provinciales.
La pulseada con el gobernador bonaerense es una tarea de orfebre. De la Sota desertó �hasta los últimos días de julio� de los escenarios nacionales. Se asiló en Córdoba, perfilándose como un administrador parco en gestos y en apariciones públicas. Eso, de cara a la gente común. De cara a quienes integran el sistema político trata de aparecer como lo hizo en Olivos: con los deberes hechos, con carpetas estudiadas, con discursos breves y precisos que nadie podrá olvidar al fin de la reunión. Rol parecido al que encarnó en la cumbre del PJ del mismo día.
Esa imagen es, vaya si lo es, bastante diversa a la del hipermediático y consignista Ruckauf, quien �en su condición de gobernador de la más grande de las provincias� lleva las blancas en cualquier partida.
Dos contrapesos tiene De la Sota para oponer a tamaño poder del número. El primero es la enraizada, histórica tirria que todos los provincianos prodigan a los bonaerenses. Un estigma que le arrancó jirones a Eduardo Duhalde, oriundo del Conurbano y que algo le pesará a �Rucucu� que es, colmo de los colmos, un porteño trasplantado. Pero las internas y las externas se ganan con votos. Y así como los peronistas asumieron a contragusto a Duhalde seguramente harán sapofagia y se encolumnarán en el 2003 a la vera de Ruckauf si éste consigue perdurar ganando elecciones en su distrito.
El segundo contrapeso con que cuenta De la Sota es un abanico de movidas posibles con Carlos Menem, mientras que a Ruckauf sólo le queda confrontar. De la Sota hasta puede replegarse y acompañar al ex presidente o intentar sumar a las huestes menemistas que solas no bastan para mandar en el peronismo pero que como aliadas, algo aportan. La relación De la Sota-Menem, dicho de refilón, es una lección abreviada del pragmatismo peronista. En 1988, en el marco de la interna para presidente, el cordobés (candidato a vice de Antonio Cafiero) pronunció en Plaza de Mayo un discurso contra el riojano de lungas patillas cuyo tono despectivo y racista podría integrar cualquier antología del gorilismo. En 1999 fue el motor del intento re reeleccionista. En 2000 elige despegarse un poco, a paso cansino y con boleto de vuelta en el bolsillo. Y, de momento, tan amigos.
Todo es muy difícil para De la Sota, de cara a ser presidenciable en 2003. Esto asumido, cabe consignar que, transitando un camino de cornisa, hasta ahora no le va mal, si se lo mide mediante las encuestas que �como buen político de principios de milenio�encarga y consulta a diario. También lo favorece el enciclopédico sondeo encargado desde la Rosada a la consultora Analogías, uno de cuyos rubros era comparar las gestiones del gobierno nacional y la de los provinciales. Son varios los gobernadores que le ganaron a De la Rúa (Ruckauf, el radical chaqueño Angel Rozas entre ellos) pero la ventaja más holgada la logró el cordobés que bajó los impuestos el día en que asumió.
A los volantazos
Si todo pasara por la imagen medida por sondeos Hugo Moyano sería, en términos políticos, apenas más que un cero a la izquierda. Su imagen pública apenas levanta del sótano. No es un problema personal sino �estrictamente� corporativo. El desprestigio sindical impregna a todo su espectro de dirigentes. El camionero asume el tema cuando habla en confianza. �Para mucha gente los �gordos� son los chorros. Y nosotros somos los violentos. Por lo menos nos diferencian�, bromea.
Pero la imagen no es todo y el Gobierno padeció sus jaquecas a fines de mayo cuando el líder de la CGT disidente (él gusta apodarla �diferente�) congregó una multitud contra el ajustazo. Por eso, como quien no quiere la cosa, muchas miradas oficiales �midieron� el acto de Moyano en el Congreso. Lo evaluaron como un fracaso, por el número de asistentes, por su composición (sólo militantes del propio MTA y de izquierda), por la falta de punch del discurso de Moyano. Y por haberse bifurcado los caminos de la CGT rebelde y la CTA que ese día iniciaba su movilización de Rosario a Capital en pos de un millón de firmas reclamando una iniciativa popular. Una larga marcha de tono militante, �con los dirigentes a la cabeza� que ya entró a la provincia de Buenos Aires y desembocará, esta vez sin competencia interna, el 9 de agosto en la Capital.
El Gobierno leyó la sobreoferta de movilizaciones de protesta como signo de una interna y es muy difícil imaginar otra interpretación plausible aunque en la CGT rebelde dicen que su marcha contra la deuda externa fue pautada inadvertidamente en la misma fecha (26 de julio, aniversario de la muerte de Evita) de inicio de la marcha de la central comandada por Víctor de Gennaro.
La CTA optó por no dejar trascender sus rezongos contra Moyano y los suyos. Pero los hizo oír en privado.
Lo cierto es que existe una disputa por el espacio de oposición sindical al modelo y al Gobierno y que �en el corto plazo que lleva la gestión de la Alianza� Moyano le ha sacado una luz de ventaja a sus compañeros-adversarios. Una ventaja comparativa lo asiste: el MTA es básicamente un agrupamiento de sindicatos de transporte (camioneros, urbano de pasajeros, aéreo), rama de actividades que ha crecido en los últimos años a contramano del achicamiento de la industria y el desguace del Estado (entre cuyas menguadas huestes finca el grueso de los trabajadores de la CTA). Afiliados con relativamente buenos salarios, gremios capaces de �parar al país�, militantes con gimnasia para hacer ruido (y eventualmente algo más) en la calle le dan a la gente de Moyano un abanico de modos de accionar que no disponen los desprestigiados compañeros de la CGT oficial. Y el modelo sindical que eligieron le dispensa una mayor gama de posibilidades de negociar (con la CGT oficial, con los gobiernos) que la que �en buena medida por autolimitación� dispone la CTA. Curiosamente, el liderazgo público de Moyano tuvo su punto de partida hace seis años cuando el MTA adhirió a la imponente Marcha federal organizada por la CTA. El MTA tenía que elegir un orador para el acto de cierre de la marcha entre el �por entonces� más conocido Saúl Ubaldini, el cuadro más reflexivo del agrupamiento Juan Manuel �Bocha� Palacios y el �negro� Moyano. Se decidió que fuera éste, el más carismático y fue esa tribuna, construida por la CTA, su primera aparición pública muy masiva.
�Yo soy un tipo sencillo, no me hago el fino, como directamente de la olla�, describe Moyano y asegura que así lo notan los argentinos más humildes (�que son peronistas. ¿Qué otra cosa podrían ser?� se pregunta y se responde) entre quienes �porfía� su credibilidad crece día a día. �Yo no especulo� se describe, y a su modo alaba, �el negro�. Es posible que esta vez haya confundido esa virtud con cierta compulsión tacticista que lo llevó a convocar a un acto con una consigna distante del sentido común de esa gente a la que aspira a representar.
Sus allegados leyeron la concurrencia a Congreso como razonable, se precian de haber traccionado a la izquierda, conteniéndola. También computan como un éxito de estos meses haber conseguido sentar a su mesa a la Unión Industrial Argentina para discutir mano a mano propuestas sobre economía. El primer logro alude a un territorio en disputa con la CTA, el segundo a una pulseada con la CGT oficial.
Lo cierto es que, entre la masividad de la convocatoria de fines de mayo y la escasez de la de fin de julio, media un abismo. El que separa a un acto vinculado con las necesidades y el malhumor de la gente de a pie de otro armado en derredor de una consigna muy remota que pareció pensado �en
cualquier caso sirvió más� para revalidar títulos que para expresar a los descontentos.
Postdata
En el Gobierno tomaron nota del desembarco del gobernador cordobés y del traspié del líder camionero, dos testimonios patentes del carácter proteico del peronismo. No le sacan de encima el ojo a ninguno pero tampoco �en estos días� pierden el sueño por ellos.
�Estamos más fuertes, más convencidos� autorretrata al gobierno un alto habitante de la Rosada. E ilustra: �El Presidente tiene ganas de boxear con algunos. Los otros días recibió una durísima carta del primer ministro alemán Gerhard Schroeder presionándolo por los contratos estatales con la empresa Siemens y le contestó con cajas destempladas. Y está dispuesto a dar peleas contra los abusos de las empresas españolas concesionarias de servicios públicos, empezando por las telefónicas�. �Vamos mejor �describe� y si la economía repunta podremos sacar pecho y explicar que el esfuerzo valió la pena�. En definitiva, argumenta, no hay en oferta un proyecto alternativo al oficial. Apenas, según su ver, la protesta callejera o el rol playing de la oposición partidaria.
Jugando al error ajeno y más rezando que obrando algo para que la recesión se digne cesar, la Alianza espera ganar las elecciones del año que viene. De ella depende: en regímenes estables y con programa económico único, las elecciones las ganan �o las pierden� los partidos gobernantes.
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