Por Gustavo Veiga
Es un arquero diplomado en una materia que no abunda: la imperturbable seguridad con que hace todo. No en vano, mantuvo invicto el arco de Los Andes en muchos partidos. Es casi infalible en el juego aéreo, responde bien cuando la pelota viaja por abajo pese a su larga figura y hasta convierte goles de penal. Este perfil de Darío Sala debe haber sido computado por Américo Gallego, quien decidió llevárselo a River. El cordobés, la figura de esa Cenicienta futbolística que llegó a Primera desde Lomas de Zamora sin escalas, también arribó a Núñez en un viaje de ida. Sabe que será suplente del Tito Bonano, pero no le importa. Abandonó el banco de Belgrano para jugar en el Ascenso y ahora está en el plantel del último campeón. Lo que, traducido por él, equivale a: �Di un paso atrás, para avanzar dos�.
�¿Cuáles fueron tus primeras sensaciones durante estos días de adaptación a un club como River?
�Parece el sueño cumplido. Acá se ocupan del jugador, lo miman, es otro mundo y te das cuenta cómo tienen que ser las cosas. El grupo me recibió bien, el técnico está al tanto de todo y de movida fue muy claro conmigo. Me dijo: Bonano va a jugar todos los partidos. Aunque también me aclaró que no se casaba con nadie. Y bueno, alguna vez tendré mi oportunidad.
�¿Considerás que además de tus buenas actuaciones en un equipo como Los Andes hubo alguna otra razón para que River decidiera contratarte?
�Se deben haber fijado mucho más en la persona que en el jugador. Por supuesto, los detalles futbolísticos son importantes, pero hasta donde me enteré, también les costó desprenderse de Sessa porque lo querían mucho.
�Vos tenías otras ofertas y la titularidad casi garantizada en un par de clubes de Primera. ¿Por qué elegiste River entonces?
�Porque la parte económica resultó fundamental. Quiero asegurar el futuro de mi familia. Ya dejé bastante por el camino en el momento que me cedieron de Belgrano a Los Andes. Cuando me llamó Jorge Ginarte para jugar en la �B� Nacional, resigné 10 mil pesos que me debían en Córdoba y pasé a ganar tres veces menos. Les dije a los dirigentes de Belgrano: hagan de cuenta que ese dinero se los dio Los Andes. Hasta querían quedarse con el 15 por ciento que me correspondía por la transferencia, pero no lo permití.
�¿Cómo tomaste el reconocimiento del público y del periodismo durante la última temporada?
�Como excesivo. Aunque no le quiero quitar méritos a la campaña en Los Andes, a veces se sobredimensionan las cosas. Pero claro, hay un hecho fundamental: acá estás en Buenos Aires, es distinto a lo que sucedía conmigo cuando jugaba en Córdoba. Hay técnicos de Primera que van a ver a Los Andes los sábados y, quizá, si hay un jugador que les gusta se lo llevan. Allá en mi provincia, los entrenadores no se plantearían algo así. Nadie iría a ver a Racing de Córdoba. Por eso digo: Dios atiende en todas partes pero las oficinas centrales están acá.
�¿Te parece que es para tanto?
�Hay algo evidente; la torta del fútbol está acá. La misma campaña que hice en Los Andes la realicé en Belgrano y, por ahí, apareció Settimio Aloisio a comprarme el pase. Le pidieron una fortuna y se fue. Después no me vendieron ni por la mitad de lo que pidieron esa vez.
�¿Y ahora en cuánto dinero se concretó tu préstamo a River?
�En 200 mil pesos, con una opción.
�¿A quién le pertenece el pase?
�A dos empresarios. Uno es Hugo Gaggero y el otro no tiene sentido que dé el nombre. Es de perfil bajo y no está vinculado al fútbol.
�Dijiste que exageraron cuando describieron tu rendimiento durante el ascenso que conseguiste con Los Andes. ¿Por qué considerás entonces que la gente de ese club te ubicó en el lugar que ocupan los ídolos?
�Jamás me olvidaré de los momentos hermosos que viví en ese equipo, esa gente ya está en mi corazón. Pero el ascenso hay que dividirlo pordieciséis, los once que entrábamos a la cancha y los cinco suplentes. El porcentaje justo está ahí, más allá de que en diecinueve partidos no me convirtieron goles y por ahí los medios me elegían a mí como figura. Yo digo que la defensa también cumplió un rol muy importante.
Sala sabe que en River tendrá el arco tapado por un tiempo que hoy resulta indescifrable. Pero apostó por el bienestar de su familia en un club que jugará en varios frentes. Para empezar, no está mal. Hoy será suplente de Roberto Bonano, el arquero de la selección nacional. Hace un año había llegado desde Córdoba a Lomas de Zamora pensando en que el descenso era también una posibilidad. Cosas del fútbol, que le dicen...
Lo perdió San Lorenzo
Darío Sala es hincha de Instituto y vivió con amargura el descenso de su equipo hace una semana. Pero también guarda buenos recuerdos de Belgrano, el club con el que debutó en Primera. Sin embargo, este arquero que estudió en el Liceo Militar de Córdoba y que abandonó la abogacía para dedicarse a ser visitador médico también pudo ser el número uno de San Lorenzo. Transcurría 1995 y el técnico del Ciclón era Héctor Veira, cuando su representante de entonces, Miguel Angel Ludueña �aquel volante que pasó por Talleres, Racing e Independiente� le consiguió una prueba en el plantel que conducía el Bambino.
�Me sumé al plantel después de estar seis o siete días haciendo la pretemporada. Veira dio el visto bueno, pero como San Lorenzo había contratado a Borelli y Arbarello en diciembre, no tuve posibilidades de quedarme en la Primera. Entonces me ofrecieron jugar en la reserva hasta junio y yo no me la banqué. Me había puesto de novio con mi actual esposa, Carina, y en Buenos Aires no me hallaba a gusto, extrañaba Córdoba. No me daba cuenta de lo que era jugar en la reserva de San Lorenzo con 20 años, no bien empecé mi carrera en el fútbol. Me fui a Talleres y decidí mal. Mis viejos me decían que había perdido la oportunidad de mi vida. Pero mirá lo que son las vueltas que tiene esta actividad. Ahora estoy en River y muy feliz de haberme asentado en Buenos Aires.� |
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