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el Kiosco de Página/12

JUNIORS
Por Juan Sasturain

A principios de siglo, cuando los muchachos de barrio se juntaban fuera de hora en las plazas o los descampados --las trastiendas de boliches, incluso-- no era para fumarse un porrito sino para fundarse un clubcito. Una costumbre de aquellos tiempos en que la dependencia económica de los omnipresentes ingleses se comía todo, pero dejaba miguitas para entretenerse y jugar: el fútbol (o fóbal, mejor) sin ir más lejos. Y había club sin sede ni cancha. Eso, con suerte, vendría después. En principio, el lugar donde la entidad filosóficamente se situaba era un espacio móvil y hueco, a llenar: la camiseta. Por eso, a veces un banco de plaza o la mesa de un bar alcanzaban para la ceremonia fundacional: apenas un papel, la fecha, el acta sin escribano ni nada de eso y cuatro o cinco nombres que firmaban precariamente al pie, probablemente con una camiseta puesta cuyos soberbios colores figuraban en el texto aprobado por módica unanimidad.
Esos pibes obviamente alienados por la moda anglófila de un deporte violento y propio de cajetillas de colegios privados y de uniforme remedaban gestos, repetían frases de oídas sin entender. El famoso diálogo de potrero previo al inicio de cada partido que rememora Borocotó ("¿Aurredi?" "Diez") versión deformada del "All ready?" "Yes" originales, es ejemplar al respecto. Mayoritariamente hijos de criollos o inmigrantes tanos o gallegos, aquellos chicos fundadores bautizaban sus sueños con los rótulos prestigiosos del origen. Si en algunos casos asumieron a ciegas un arbitrario topónimo británico para nuestro argentino río color de león (River Plate), se autotitularon amantes de las carreras con autos que no tenían (Racing Club) o construyeron ortodoxamente un posesivo muy complejo casi impronunciable en Newell's Old Boys, en la mayoría los colonizados jóvenes de entonces optaron por la mezcla aberrante: Club Atlético Boca Juniors --que no Quilmes Athletic Club, más coherente-- sonaba como Marilyn Gómez o Alan García o peor. Sin embargo, el "Juniors" pegó bien tal vez porque era el lugar de la doble definición: "hijos de" y pibes. Chicos de la Boca e hijos de la Boca podía servir también para Chacarita, para cualquiera de los cien barrios porteños que cantaría Castillo e incluso cruzar a Montevideo, donde los uruguayos --tan lanzados en ese sentido: Liverpool, Wanderers, etc.-- se anotaron con el Rampla Juniors que Onetti homenajeó.
De aquellas pendejadas superficiales y caprichos extranjerizantes a la moda, de aquellos empeños juveniles sin otro interés que la diversión y el despilfarro de energía en un juego ajeno, brusco y trivial --por qué no se habrán dedicado a las bochas, el pato o la militancia gremial o política--, los pibes de los barrios hicieron eso que hoy se llama --o por ahora se llama-- el fútbol argentino, uno de los lugares donde reside, mal que nos pese, nuestra vapuleada identidad nacional.
Ayer, dos de esos Juniors crecidos en historia fueron jóvenes viejos en la inauguración de un pavoroso campeonato Apertura. Un producto envasado al vacío: precisamente la Apertura --tanto del fútbol como de la economía, fenómenos inclusivos-- nos lleva a esta situación inédita en que los equipos vaciados por la liquidación aparecen integrados mayoritariamente a partir de dos fenómenos complementarios: el que llamaríamos "regreso de los muertos vivos" en que dignos futbolistas de segunda o tercera categoría recuperan titularidades y dudosos liderazgos, y lo que se podría definir como "destete compulsivo" en que bisoños jugadores deben asumir responsabilidades para las que no está aún adecuadamente preparados. El resultado es deplorable, más allá de las mejores intenciones de los intérpretes que salen y se exponen.
Mientras tanto, lejos de aquí, juega en otra dimensión Europa Juniors, un equipo argentino formado por centenares de futbolistas que visten los más diversos colores y las camisetas. Nadie lo fundó, pero se refundieron varios para que hoy florezca.


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