JUNIORS
Por Juan Sasturain
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A principios
de siglo, cuando los muchachos de barrio se juntaban fuera de hora en
las plazas o los descampados --las trastiendas de boliches, incluso--
no era para fumarse un porrito sino para fundarse un clubcito. Una costumbre
de aquellos tiempos en que la dependencia económica de los omnipresentes
ingleses se comía todo, pero dejaba miguitas para entretenerse
y jugar: el fútbol (o fóbal, mejor) sin ir más lejos.
Y había club sin sede ni cancha. Eso, con suerte, vendría
después. En principio, el lugar donde la entidad filosóficamente
se situaba era un espacio móvil y hueco, a llenar: la camiseta.
Por eso, a veces un banco de plaza o la mesa de un bar alcanzaban para
la ceremonia fundacional: apenas un papel, la fecha, el acta sin escribano
ni nada de eso y cuatro o cinco nombres que firmaban precariamente al
pie, probablemente con una camiseta puesta cuyos soberbios colores figuraban
en el texto aprobado por módica unanimidad.
Esos pibes obviamente alienados por la moda anglófila de un deporte
violento y propio de cajetillas
de colegios privados y de uniforme remedaban gestos, repetían frases
de oídas sin entender. El famoso diálogo de potrero previo
al inicio de cada partido que rememora Borocotó ("¿Aurredi?"
"Diez") versión deformada del "All ready?"
"Yes" originales, es ejemplar al respecto. Mayoritariamente
hijos de criollos o inmigrantes tanos o gallegos, aquellos chicos fundadores
bautizaban sus sueños con los rótulos prestigiosos del origen.
Si en algunos casos asumieron a ciegas un arbitrario topónimo británico
para nuestro argentino río color de león (River Plate),
se autotitularon amantes de las carreras con autos que no tenían
(Racing Club) o construyeron ortodoxamente un posesivo muy complejo casi
impronunciable en Newell's Old Boys, en la mayoría los colonizados
jóvenes de entonces optaron por la mezcla aberrante: Club Atlético
Boca Juniors --que no Quilmes Athletic Club, más coherente-- sonaba
como Marilyn Gómez o Alan García o peor. Sin embargo, el
"Juniors" pegó bien tal vez porque era el lugar de la
doble definición: "hijos de" y pibes. Chicos de la Boca
e hijos de la Boca podía servir también para Chacarita,
para cualquiera de los cien barrios porteños que cantaría
Castillo e incluso cruzar a Montevideo, donde los uruguayos --tan lanzados
en ese sentido: Liverpool, Wanderers, etc.-- se anotaron con el Rampla
Juniors que Onetti homenajeó.
De aquellas pendejadas superficiales y caprichos extranjerizantes a la
moda, de aquellos empeños juveniles sin otro interés que
la diversión y el despilfarro de energía en un juego ajeno,
brusco y trivial --por qué no se habrán dedicado a las bochas,
el pato o la militancia gremial o política--, los pibes de los
barrios hicieron eso que hoy se llama --o por ahora se llama-- el fútbol
argentino, uno de los lugares donde reside, mal que nos pese, nuestra
vapuleada identidad nacional.
Ayer, dos de esos Juniors crecidos en historia fueron jóvenes viejos
en la inauguración de un pavoroso campeonato Apertura. Un producto
envasado al vacío: precisamente la Apertura --tanto del fútbol
como de la economía, fenómenos inclusivos-- nos lleva a
esta situación inédita en que los equipos vaciados por la
liquidación aparecen integrados mayoritariamente a partir de dos
fenómenos complementarios: el que llamaríamos "regreso
de los muertos vivos" en que dignos futbolistas de segunda o tercera
categoría recuperan titularidades y dudosos liderazgos, y lo que
se podría definir como "destete compulsivo" en que bisoños
jugadores deben asumir responsabilidades para las que no está aún
adecuadamente preparados. El resultado es deplorable, más allá
de las mejores intenciones de los intérpretes que salen y se exponen.
Mientras tanto, lejos de aquí, juega en otra dimensión Europa
Juniors, un equipo argentino formado por centenares de futbolistas que
visten los más diversos colores y las camisetas. Nadie lo fundó,
pero se refundieron varios para que hoy florezca.
REP
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