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Dos que exprimen a las tradiciones

 

Dave Douglas y Mischa Mengelberg construyen un estilo propio a partir de las herencias más diversas. Su recital en La Trastienda fue deslumbrante.


Por Diego Fischerman
t.gif (862 bytes)  El punto de partida podría asimilarse al posmodernismo, si fuera posible despojar esa palabra de todas las connotaciones peyorativas que se le adjudican. Porque Dave Douglas y Mischa Mengelberg están lejos de la frivolidad o del cinismo estético según el cual todo da más o menos lo mismo. Para este trompetista al que la crítica ha mimado con el mote de "revelación del año" y para el pianista que hizo un culto de la iconoclasia y que convirtió en estilo los gestos de las vanguardias europeas de los 60 y 70, de lo que se trata es de construir un lenguaje propio --propio de los dos, se entiende-- en el que quepan las tradiciones. No una. Más bien, la cuestión pasa por edificar algo que no suene a collage, que no pueda confundirse con el pastiche, pero donde tengan cabida Gillespie, Cecil Taylor, Monk (desde luego), Mary Lou Williams y, también, esa discreta atonalidad y esa cierta anarquía rítmica que patentó el Free Jazz hace unos treinta años. La hipótesis de Douglas y Mengelberg, brillantemente defendida desde la música, es que a esta altura del partido todo es tradicional. Que un stride en la mano izquierda del piano no es más antiguo que un cluster en la mano derecha. Y que a la manera de una gigantesca mesa servida por la fenomenal circulación de la cultura en los últimos años del siglo XX, todo está allí para servirse.
Después de su concierto en Córdoba y de sorprender como invitados del programa radial "Tribulaciones", Douglas y Mengelberg se presentaron en La Trastienda de Buenos Aires. Hubo standards, pero allí, en lugar de las clásicas variaciones sobre un tema, lo que aparecía --por ejemplo en "Podría ser la primavera"-- era una serie de citas, fragmentos, apenas algún giro de un tema velado dentro de otro tema, nuevo y abarcador. Las dos versiones consecutivas de "Round Midnight", primero por Douglas y luego por Mengelberg, fueron toda una demostración. Pocas cosas pudieron haber estado más alejadas de la idea de una misma canción repetida dos veces. Ovacionados, poniendo por encima de todo el espíritu de juego y un sentido del humor que, curiosamente, acerca a Douglas a Gillespie más que a los modelos finos (Davis, Baker, Brown), lo que ambos pusieron sobre el tapete fue una inagotable variedad técnica (contrastes dinámicos, de ataques, de maneras de emisión, de articulaciones) al servicio de la libertad.

 

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