Por Diego Fischerman
El punto de partida podría asimilarse al posmodernismo, si fuera
posible despojar esa palabra de todas las connotaciones peyorativas que
se le adjudican. Porque Dave Douglas y Mischa Mengelberg están lejos
de la frivolidad o del cinismo estético según el cual todo
da más o menos lo mismo. Para este trompetista al que la crítica
ha mimado con el mote de "revelación del año" y
para el pianista que hizo un culto de la iconoclasia y que convirtió
en estilo los gestos de las vanguardias europeas de los 60 y 70, de lo que
se trata es de construir un lenguaje propio --propio de los dos, se entiende--
en el que quepan las tradiciones. No una. Más bien, la cuestión
pasa por edificar algo que no suene a collage, que no pueda confundirse
con el pastiche, pero donde tengan cabida Gillespie, Cecil Taylor, Monk
(desde luego), Mary Lou Williams y, también, esa discreta atonalidad
y esa cierta anarquía rítmica que patentó el Free Jazz
hace unos treinta años. La hipótesis de Douglas y Mengelberg,
brillantemente defendida desde la música, es que a esta altura del
partido todo es tradicional. Que un stride en la mano izquierda del piano
no es más antiguo que un cluster en la mano derecha. Y que a la manera
de una gigantesca mesa servida por la fenomenal circulación de la
cultura en los últimos años del siglo XX, todo está
allí para servirse.
Después de su concierto en Córdoba y de sorprender como invitados
del programa radial "Tribulaciones", Douglas y Mengelberg se presentaron
en La Trastienda de Buenos Aires. Hubo standards, pero allí, en lugar
de las clásicas variaciones sobre un tema, lo que aparecía
--por ejemplo en "Podría ser la primavera"-- era una serie
de citas, fragmentos, apenas algún giro de un tema velado dentro
de otro tema, nuevo y abarcador. Las dos versiones consecutivas de "Round
Midnight", primero por Douglas y luego por Mengelberg, fueron toda
una demostración. Pocas cosas pudieron haber estado más alejadas
de la idea de una misma canción repetida dos veces. Ovacionados,
poniendo por encima de todo el espíritu de juego y un sentido del
humor que, curiosamente, acerca a Douglas a Gillespie más que a los
modelos finos (Davis, Baker, Brown), lo que ambos pusieron sobre el tapete
fue una inagotable variedad técnica (contrastes dinámicos,
de ataques, de maneras de emisión, de articulaciones) al servicio
de la libertad.
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