Depresión
anímica y económica
Por Alfredo Leuco
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"Señores
legisladores: trabajen más. Es por el bien de todos." Este
sencillo mensaje de apenas diez palabras saturó los teléfonos,
el fax y el correo electrónico del programa "Bravo 1030"
de Radio Del Plata en el que participo desde su nacimiento, hace seis
años. En la columna editorial que digo diariamente poco antes de
que den las diez hice una humilde convocatoria a los oyentes que compartieran
mi bronca y les pedí que enviaran este texto pidiendo mayor actividad
a diputados y senadores. Aclaré que nosotros nos íbamos
a encargar de hacerle llegar el reclamo con nombre, apellido y DNI a las
máximas autoridades parlamentarias de la Alianza y el Partido Justicialista.
Todo empezó casi como un juego radial para conocernos más
entre emisores y receptores, y generar
la tan buscada "participación" del oyente. La respuesta
fue impresionante. Increíble. Desbordó todas las previsiones
y la columna se convirtió en la que mayor repercusión y
adhesión tuvo de las más de 1000 que escribí y leí
a lo largo de todos estos años acompañando a Fernando Bravo.
No exagero si digo que los mensajes no dejaron de brotar en ningún
momento durante las cuatro horas de programa. Fue algo absolutamente inédito.
Y por eso al día siguiente respondimos también de manera
inédita. Repetimos la columna y se repitió el fenómeno
de la masividad en la respuesta.
Se trataba de una editorial de 5 carillas que intentaré resumir
en sus principales conceptos. Era una protesta indignada por las vacaciones
de invierno de hecho que se habían tomado los señores senadores
y diputados. Decía que no me parecía una actitud que se
correspondiera con la gravedad y la profundidad de la crisis social y
con los sentidos pésames que suelen decir a través de la
tele muchos políticos cuando se dan a conocer las cifras oficiales
de la pobreza y la desocupación. Decía que irse de vacaciones
de invierno en el medio del infierno (y encima sin reconocerlo formalmente)
era una mancha más al tigre de la profunda desilusión que
cada vez más están mostrando los ciudadanos respecto del
Congreso de la Nación y de otras instituciones sagradas de la democracia.
Reclamaba que multiplicaran los esfuerzos para aprobar cuanto antes toda
ley que favoreciera a las pymes o la creación de fuentes de trabajo.
Rogaba otra actitud menos rutinaria y más épica para demostrar
que la política todavía es el lugar de los que quieren transformar
la realidad para mejorar la calidad de vida de los que menos tienen y
no el lugar del negocio y del privilegio.
Juro formalmente que mi reclamo fue una forma de canalizar la bronca,
pero también de ponerme del lado de los legisladores para tratar
de bajar los altos índices de desprestigio social que tienen y
que aparecen en todas las encuestas, porque no creo en otro sistema que
el menos malo que existe: la democracia. Me dirigí a los muchos
senadores y diputados honestos y valiosos que hay en todas las bancadas.
Les pedí a ellos que se arremangaran y trabajaran hasta los fines
de semana si fuera necesario. A los corruptos no les pedí nada
porque con ellos no hay nada que hablar. Sólo denunciarlos y tratar
que nunca más sean votados. Son los buenos los que tienen la gran
responsabilidad de recuperar el respeto que el Congreso perdió
en estos últimos años. La catarata de mensajes me asustaron
por la magnitud del fenómeno.
Con toda la libertad del mundo, en muchas de mis editoriales he sido duramente
crítico con símbolos nefastos de nuestra historia y de nuestro
presente. Fustigué con ferocidad, sin eufemismos ni pelos en la
lengua a Videla, Massera, Astiz y toda la banda genocida, a Yabrán,
a Gerardo Martínez y a todos los jerarcas sindicales millonarios,
a Carlos Menem y al saldo brutal de hiperdesocupación, hipercorrupción
e hiperinseguridad que dejó su década infame, a Víctor
Alderete (hasta tengo una querella de este reciente reo), a María
Julia, a Sofovich, a Hadad y a una larga lista de personajes que, por
distintos motivos --según mi opinión-- representan valores
antidemocráticos. También tuve palabras críticas
para los aspectos más "menemistas" de la política
de la Alianza como el impuestazo, el ajuste feroz, la subordinación
al poder económico más concentrado y hacia las propias falencias
del presidente Fernando de la Rúa con su exasperante falta de iniciativa
política para combatir la desocupación y la lentitud preocupante
de su gestión en todos los niveles.
Por todas estas opiniones recibí, como es habitual en la radio,
elogios y críticas. Más elogios porque se supone que el
que escucha un programa es porque (en principio) está de acuerdo
con la mayoría de las posturas editoriales de sus integrantes.
Pero nunca antes hubo tanta adhesión. Y aquí está
lo que merece ser subrayado. El grado de intolerancia hacia los políticos
y hacia la política está superando todo lo previsible. Por
eso creo que se debe encender una luz de alerta en esta dirección.
Porque son varios los datos que van en el mismo sentido. El 44 por ciento
de los argentinos prefiere el orden y la seguridad antes que la libertad
y la democracia, según un sondeo reciente de Graciela Römer.
La mitad de los brasileños dice que toleraría una dictadura
o que le resulta indiferente, según una encuesta del diario Folha
de San Pablo. El 63 por ciento de los habitantes de este país cree
que sus padres vivían mejor, de acuerdo con un estudio del Banco
Mundial y el 42 por ciento está convencido de que sus hijos vivirán
peor. Las embajadas de España, Italia, Estados Unidos y otros países
reciben todos los días legiones de argentinos que quieren irse
a vivir a otro lado. Se potencian fenómenos peligrosos donde la
democracia se convierte sólo en un disfraz como en Perú,
Ecuador o Paraguay.
Está claro que la recesión económica y anímica
está al borde de convertirse en depresión. Está claro
que algo está pasando. Y que no es bueno para las instituciones
republicanas. Y que la clase política debe hacer algo urgente.
Antes de que sea demasiado tarde para lágrimas.
REP
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