Por Alejandra Dandan El frente de la Fundación Favaloro fue ayer un mausoleo en día de luto, pero sobre todo fue escenario de un mitin callejero construido a la vieja usanza. Las viejas --y no tan viejas-- generaciones de porteños se reunieron allí para rendir tributo al hombre del país by pass. Se cantó el Himno, se lo lloró y también se lo vitoreó. Su suicidio fue interpretado como "un sacrificio". René Favaloro fue nombrado como prócer contemporáneo, dueño de un suicidio que sirve, se dijo, para "demostrarle a los argentinos dónde estamos y dónde vamos a ir a parar". No hubo conjeturas sobre las hipótesis del suicidio, más bien se discutió sobre un consenso tácito y cargado de bronca: "¿Sabe usted quién mató al doctor Favaloro? --se leía en uno de los carteles--: las obras sociales, los corruptos, el PAMI, los gobernantes, las prepagas". Otro cartel tenía una sola palabra: "Perdón". Las imágenes se contrastan con las de otra muerte. Rodrigo asalta la memoria, pero aquí, entre la gente del doc, su perfil no califica. Gladys Godoy, antes de desaparecer por la avenida Belgrano, se para agitadísima. "Así como para los de veinte Rodrigo es un fenómeno, para nosotros --pluraliza-- los de más de cuarenta, Favaloro es el ídolo". Tiene la cara repleta de lágrimas. No dice más, pero dejó sentado el terreno sobre el que opera el tributo: la construcción del ídolo. Favaloro, nombrado como ídolo, asumirá a lo largo del día los símbolos de la Argentina del by pass. Esa donde ha vivido el padre de una mujer de saco de piel atigrada: "Ha muerto en el '54 diciendo que la Argentina es un país de opereta: somos frívolos --actualiza ella--, estamos en la pavada". El país de Illia, recordará otra: "El único presidente decente y lo sacaron a patadas. Pero la culpa es nuestra, señora --sigue-- porque no reaccionamos antes". --Estar acá ya no sirve para nada: ya está muerto. ¡Qué va a hacer! Dice otro. Pero sigue ahí. Aunque no sirva, ninguno dejará el centro de la Fundación. No están adentro, usan la calle. Ahí, donde ha quedado escrito: "Un país que prefiere salvar a un club de fútbol que a los científicos, ya no es serio. Familia Yemm". En la calle, donde Hugo Bussi agita hace horas una discusión que no se diluirá por falta de argumentos. "Poné --aconseja--: que este hombre es un prócer contemporáneo, se inmoló." Y sigue: --Lo suyo fue un suicidio simbólico, un gesto de prócer. Y se mató porque lo que le esperaba no podía tolerarlo un hombre de honor. Las discusiones se hacen sobre un consenso tácito: el doc héroe enfrentado a los villanos. En plural se construye contra el responsable de un suicidio que es leído como crimen. María Elena Crifol se pregunta: ¿Cómo lo mataron? --Lo que le esperaba --dice ahora don Alfredo Camedano-- era una amansadora de juicios. Es denigrante salir a pedir y que no te respondan. Para responderle están ellos allí. Le responden al doctor ahora muerto, al doctor que "nos ha hecho conocidos en todo el mundo". De hecho, comenta una, mi cuñada me llamó desde Francia: una hora y media estuvieron en la tele de allá con lo del doctor. Y la tele de acá será, entonces, la criticada: "Se acuerdan de Rodrigo --dice Camadano--, es una barbaridad, y ni siquiera era de buenas costumbres". De a poco, frente a la Fundación se va ensanchando el pedestal que contiene flores, una vela y un rosario. De a poco, la policía va acercando el vallado. Poco después del mediodía, la vereda no alcanzó para tanta bronca y la protesta se mudó entonces a la avenida. Belgrano fue cortada pese a la resistencia de la policía. --Acá hoy tendríamos que ser miles y somos este puñado de viejos acostumbrados a otra Argentina. La mujer de tono castizo lleva cuarenta años entre los criollos. No habla, se desespera: "Porque acá hay que ser claro, señor --dice-- para ser reconocido tiene que matarse uno o pegarse un tiro: la juventud no se da cuenta de que este hombre era una celebridad mundial". Hay quienes han pasado varias veces por la Fundación, o quienes han conocido a Favaloro como médico del Güemes. Eugenio Rossi está entre ellos con un papá operado por los setenta, cuando se hacían los primeros by pass. Un mujer lo escucha y se habla de la crisis financiera del doctor y de la ausencia del socorro político: "Hay que salir a gritar lo que está pasando: los pibes tienen que salir a pelear", cuenta la de al lado, autoconvocada y recién levantada de una gripe. María del Carmen Montero mira de refilón el paso de una bandera. La han traído dos mujeres con arrugas de más de 60. La trajeron en alto, desde la esquina. Caminan y se abren paso fácilmente. Se detienen frente a las ofrendas. Alguien dice fuerte, oíd mortales. Por atrás se sigue: el grito sagrado. El Himno ha echado a andar. Se repite entre balbuceos entrecortados. Nadie piensa en el frío. |