Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira


KIOSCO12

“EL COCINERO”, POR PABLO ALARCON
El arte y la mortadela

En una obra de puesta sencilla, el actor cocina huevos fritos, convida pan y junto a los mozos de la �Picado Grueso Jazz Band�, explora la historia de la gastronomía, como parte de la historia de la cultura.

Por Silvina Friera
t.gif (862 bytes)  El Cocinero (una historia brutal de la comida) es una obra de tesis: demuestra que el teatro también puede ocuparse del arte culinario. “La cocina es el centro del universo, puede coronar a un rey o matar a un papa”, exclama en su desarrollo Pablo Alarcón. El actor se mueve en un espacio que simula ser un viejo bodegón porteño, lleno de ristras de ajo, cucharones, sartenes, jamones y buenos vinos. Alarcón pasará mesa por mesa, servirá pan al público y cocinará huevos fritos, como para dejar en claro, si había alguna duda, que la cocina es uno de sus principales placeres. He aquí una obra a la que conviene ir cenado, o, al menos, con un bocadillo consumido.
“Es la primera vez que cocinamos”, ironiza Alarcón sobre algunas demoras y ciertas desinteligencias que se producen entre los mozos (los músicos que lo acompañan). El principal atractivo de la obra reside en el guión escrito por el dibujante Carlos Nine, que revelando los secretos ocultos en la historia de numerosas comidas típicas, cuenta historias que tienen que ver con la cultura y la política. Después de desentrañar los condimentos del primer plato (tamales a la gramajo), la Picado Grueso Jazz Band desplegará apropiadamente sus recursos musicales, que van del jazz al tango, sin caer jamás en el recurso de tocar a la parrilla.
La historia de los berberechos al ajillo permite al actor moverse por el previsible andarivel del doble sentido, sobre todo cuando describe las diferencias existentes entre el macho y la hembra. En el imaginario de las comidas populares no podía faltar la polenta con pajarito, comida barata y generosa. Y, en la visión de Alarcón, misógina por ser “un plato de hombres para hombres”. Los textos de Nine (adaptados por Alarcón) apuntan al corazón de la cocina, con un riguroso trabajo de investigación histórica. La investigación incluye las épocas del imperio napoleónico (la mano en la panza de Bonaparte obedecía a que tenía úlcera), que catapultó a la cocina al status de arte culinario, y las de la Revolución Francesa, cuando las cocinas eran como “fábricas que nunca se apagaban”. La puesta de Héctor Malamud no logra profundizar en la comicidad de los textos.
La descripción de la inmensidad de la pampa y del encuentro del gaucho con la vaca, que “fue un amor a primera vista”, introducen el tema de la carne en la cultura argentina. A parti de allí, los invitados escucharán la delirante historia de la vaca, víctima de su popularidad, tan perseguida y mutilada, que perdió la posibilidad de decir mu. El Matadero (de Esteban Echeverría) oficia de nexo para este capítulo que une las tradiciones gastronómicas con la historia de la vida política nacional. “Los argentinos odian la lechuga, el tomate y desprecian en general los vegetales”, enumera Alarcón. Al final se reserva un lugar para el fenómeno de la fast food. “¿Qué tendrá que ver el argentino con esto?”, pregunta el actor. “Estamos en épocas de grandes cambios, de comidas demasiado rápidas y digestiones demasiado lentas”, se contesta.

 

PRINCIPAL