Por Fabián
Lebenglik
No siempre
resulta útil, para el análisis de una obra, la relación
con la vida de su autor. Generalmente supone poca ayuda, ya sea porque
la vida no explica la obra, porque la obra excede al autor, porque lo
contradice, etc. El acercamiento al cuerpo de una obra a través
de la biografía de su autor es un modo de análisis que precedió
a otras herramientas teóricas de análisis, internas y externas
al objeto de estudio. En el caso de la obra de Alfredo Portillos, no sería
preciso tomarse el trabajo en pensar si el par vida/obra es útil
o no para el análisis, porque está tan cuidadosamente entramado
a lo largo de más de medio siglo, que esa asociación se
ha vuelto imprescindible. La obra de Portillos es el resultado de la destilación
de una vida y funciona por desprendimiento, entrecruzamiento, excrecencia,
analogía, sublimación, entre otros procedimientos que llevan
de la una a la otra y las transforman de un modo recíproco.
La Fundación Andreani presenta hasta fin de agosto De la
muerte a la vida, una retrospectiva de Portillos que abarca el período
1945-2000. El espacio de Suipacha al 200 de la Fundación se ofrece,
con las mejores intenciones, desde hace cuatro años, a la organización
de muestras y debates en relación con artes visuales. Pero sería
tiempo de que reformulara las condiciones de exhibición del lugar,
que por su apariencia de una planta de oficina no es apropiado a su función.
El espacio, generoso en metros, sin embargo es un obstáculo visual
para ver exposiciones. Se trataría entonces de limpiar visualmente
la sala. De sacar revestimientos, falsos techos, panelería,
boxes, etc.-., más que de poner.
Pero la retrospectiva de Portillos también hay que pensarla, tomando
en cuenta los obstáculos, en términos de su marginalidad:
es una obra que no encaja en ningún lado, por su inadecuación
de origen y su mezcla de medios avant la lettre. Es una obra en cambio
permanente, por momentos rigurosa, por momentos cercana al pastiche, que
da extraños saltos estéticos y se cuestiona su propia materialidad
y su perdurabilidad.
Alfredo Portillos nació en 1928 en Buenos Aires, y ha vivido y
trabajado en buena parte de la Argentina y del mundo. En sus andanzas
dentro del país, por ejemplo, fundó y dirigió la
Escuela Superior de Diseño y Técnica Artesanal de La Rioja.
Sus experiencias nómades lo llevaron a extremos tales como haber
vivido en una comunidad de aborígenes del Amazonas o haber compartido
una estancia en Nueva York en casa de John Cage.
La muestra retrospectiva se abre, fiel a la trama biográfica, con
objetos y fotografías que recorren la historia personal y familiar
del artista. Desde los souvenirs del recién nacido, hasta las imágenes
de su abuela, tíos y padres esos muertos tan presentes,
según explica Portillos.
La secuencia cronológica de la exhibición sigue con las
pinturas tradicionales de los primeros años cincuenta: una figuración
plana, ingenua y colorida, en donde el entonces muy joven artista se larga
a pintar velorios, entierros y funerales de provincia. A mediados de la
década del cincuenta pasa a la abstracción y a fines de
esa década realiza obras que salen de su marco en un intento por
integrar de hecho el espacio a la obra.
En los primeros sesenta se dedica al arte con luz, integrando fuentes
lumínicas a la obra. De allí pasa al arte arquitectural,
en base al rigor geométrico. También están exhibidos
sus subibajas de los años setenta (Arte de activación),
que a través de una propuesta lúdica pone en funcionamiento
dispositivos simples, visuales y sonoros.
En la obra de Portillos se registran los ecos de las sucesivas vanguardias
y etapas históricas argentinas, desde la aparición del Madi
y el arte concreto; la efervescencia cultural que se abre con el frondicismoy
se cierra con el onganiato. Pasando por los años de Ver y Estimar
y el Di Tella. El apogeo de la nueva figuración, los finales del
informalismo, el surgimiento del pop, el hard edge, el minimalismo, el
arte conceptual...
En algún caso, el registro de esos ecos toman la forma de obras
anticipatorias; en otros, se perciben como reflejo o transformación;
en otros como crítica. La obra-vida de Portillos atraviesa todas
estas etapas para desembocar en una concepción abierta e inclusiva.
El objeto artístico deja de ser una meta (y deja, muchas veces,
de ser un objeto) para transformarse en un espacio de circulación
cuasi religioso, permeable a todas las culturas y experiencias: según
se mire su obra será una especie de cambalache discepliano, o un
aleph borgeano realizado por un artista que es cruza de chamán
con viejo criollo.
Entonces todo y todos pueden entrar y ser parte de ese espacio: instalaciones,
videos, ceremonias ecuménicas y rituales (en donde entra el trabajo
en equipo y la participación del espectador), apropiaciones, objetos,
libros de arte, fabricación de momias, embalsamamiento de animales.
Desde la perspectiva de Portillos, una exposición retrospectiva
es una autobiografía en clave, en la que se rescatan hitos personales.
Alfredo
Portillos integró en la década del setenta el Grupo
de los 13, luego denominado Grupo CAYC (junto con Benedit,
Grippo, Bedel y Testa, entre otros), con quienes ganó el Gran Premio
Itamaraty de la Bienal de San Pablo, Brasil, en 1975. En 1992 recibió
el Konex de Platino, en la categoría Instalaciones. En 1993 fue
nombrado Artista del Año por la Asociación Argentina
de Críticos de Arte. En 1999 recibió el premio a su trayectoria
del Fondo Nacional de las Artes. Participó en más de 600
muestras nacionales e internacionales, entre ellas la Primera Bienal Latinoamericana
de San Pablo y las bienales paulistas XV y XXI; la IV y VI bienales de
La Habana; la V Bienal de Valparaíso y la XLII Bienal de Venecia,
entre otras.
La inversión de sentido que propone al ir de la muerte a la vida,
lo sitúa por fuera de la cultura occidental dominante. La idea
es tomar otras concepciones, distantes en tiempo y espacio, para relacionar
el corte (o continuidad) que separa (o une) vida y muerte.
Phillipe Aries, en su libro Morir en Occidente, va dando cuenta de las
distintas maneras de pensar la muerte a lo largo de mil años. De
cómo se ha pasado, progresivamente, de la muerte familiar y domiciliaria
en la Edad Media, hasta llegar a la muerte negada, obturada y maldita
de la contemporaneidad. Portillos recupera el sentido no trágico
(y familiar) de la muerte natural. Esto se comprueba en la instalación
especialmente realizada para la retrospectiva, en donde en una cuarto
cerrado unas pocas obras de juventud y de madurez giran en torno de un
eje central: una video instalación en la que Portillos, yacente
y rodeado de flores, dramatiza su propio velorio. En el centro de la sala,
un recipiente contiene y conserva el cuerpo de una de las mascotas de
Portillos, un cerdito muerto recientemente. La instalación también
se pregunta por el sentido de toda la retrospectiva. O, más bien,
por el sentido futuro de toda su obra. Más allá de sus cualidades
estéticas, la teatralización de la muerte del autor pone
en cuestión si su obra podrá sobrevivirlo, si se podrá
repetir este juego entre el autor muerto y la obra exhibida.
Es decir: si la obra podrá romper con el par vida-obra que le es
constitutiva. (Fundación Andreani, Suipacha 272, hasta el 31 de
agosto).
Inauguran
en la semana
Silvia Capria, pinturas,
desde ayer, en el 4to. piso del C.C. San Martín, Sarmiento
1551.
Ruth Gurvich, Iconografía
continental, instalación, hoy, en Gara, Honduras 4952.
Raquel Wullich, pinturas
y presentación de su libro, hoy, en la galería Arroyo,
de Arroyo 834.
Philippe Pache, fotógrafo
suizo y Sandro Oramas, venezolano, hoy (por el Festival de la Luz),
en la Fotogalería del San Martín, Corrientes 1530.
Carlos Vera, pinturas,
hoy, en Adriana Budich, Coronel Días 1933.
Fernando Rosas, pinturas
y esculturas, hoy, en la Casa de Mendoza, Callao 445.
Osvaldo Monzo, pinturas,
mañana, en el British Arts Centre, Suipacha 1333.
Ernesto Manili, mañana,
en la nueva galería Alicia Engler, de Salvador María
del Carril 4692, Villa Devoto.
Presentación de
la Colección Orbital, ediciones de arte Perrota, Molinari,
Roldán, Larrambebere y Fernanda Lombardini, mañana,
en galería Beckett, de El Salvador 4960.
Daniela Bundik, pinturas,
mañana, galería de Alfredo Cataldo, Ricardo Gutiérrez
4426, Villa Devoto.
Grupo La Vía Susana
Abadi, Cecilia López, Sara Giménez, Patricia Malvestiti,
Silvina Castellanos, Agustín Gribodo y Lidia Zamora,
mañana, en la Asociación Argentina de Actores, Alsina
1762.
Imágenes en
relieve II, tacos de Seoane, Beloso, Balan y otros y Amerindia,
obra gráfica de Alda Armagni, el jueves 3, en el Museo del
Grabado, Defensa 372.
Leo Malz, pinturas y esculturas,
el jueves, en Arternativo, Corrientes 2052, 1er. piso.
Juan Travnik, fotos, el
jueves, en el marco del Festival de la Luz; Centro Borges, Viamonte
y San Martín.
Perfumes cautivos,
historia visual y olfativa de las fragancias del siglo XX, el jueves,
en el Museo de Arte Decorativo, Libertador 1902.
Nueva colección
de arte joven de Arte BA; y muestra de los alumnos del colegio Arco
Iris, el jueves, en el Centro Recoleta, Junín 1930.
Craig Barber, fotógrafo
norteamericano, el viernes 4, en el marco del Festival de la Luz,
galería Palatina, Arroyo 821. |
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