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ALFREDO PORTILLOS: RETROSPECTIVA 1945-2000
Uno que se vela a sí mismo

De la tradición a la vanguardia y de allí a la obra abierta. Idas y vueltas de la relación entre vida y obra.


Por Fabián Lebenglik
t.gif (862 bytes)  No siempre resulta útil, para el análisis de una obra, la relación con la vida de su autor. Generalmente supone poca ayuda, ya sea porque la vida no explica la obra, porque la obra excede al autor, porque lo contradice, etc. El acercamiento al cuerpo de una obra a través de la biografía de su autor es un modo de análisis que precedió a otras herramientas teóricas de análisis, internas y externas al objeto de estudio. En el caso de la obra de Alfredo Portillos, no sería preciso tomarse el trabajo en pensar si el par vida/obra es útil o no para el análisis, porque está tan cuidadosamente entramado a lo largo de más de medio siglo, que esa asociación se ha vuelto imprescindible. La obra de Portillos es el resultado de la destilación de una vida y funciona por desprendimiento, entrecruzamiento, excrecencia, analogía, sublimación, entre otros procedimientos que llevan de la una a la otra y las transforman de un modo recíproco.
La Fundación Andreani presenta hasta fin de agosto “De la muerte a la vida”, una retrospectiva de Portillos que abarca el período 1945-2000. El espacio de Suipacha al 200 de la Fundación se ofrece, con las mejores intenciones, desde hace cuatro años, a la organización de muestras y debates en relación con artes visuales. Pero sería tiempo de que reformulara las condiciones de exhibición del lugar, que por su apariencia de una planta de oficina no es apropiado a su función. El espacio, generoso en metros, sin embargo es un obstáculo visual para ver exposiciones. Se trataría entonces de limpiar visualmente la sala. De sacar –revestimientos, falsos techos, panelería, boxes, etc.-., más que de poner.
Pero la retrospectiva de Portillos también hay que pensarla, tomando en cuenta los obstáculos, en términos de su marginalidad: es una obra que no encaja en ningún lado, por su “inadecuación” de origen y su mezcla de medios avant la lettre. Es una obra en cambio permanente, por momentos rigurosa, por momentos cercana al pastiche, que da extraños saltos estéticos y se cuestiona su propia materialidad y su perdurabilidad.
Alfredo Portillos nació en 1928 en Buenos Aires, y ha vivido y trabajado en buena parte de la Argentina y del mundo. En sus andanzas dentro del país, por ejemplo, fundó y dirigió la Escuela Superior de Diseño y Técnica Artesanal de La Rioja. Sus experiencias nómades lo llevaron a extremos tales como haber vivido en una comunidad de aborígenes del Amazonas o haber compartido una estancia en Nueva York en casa de John Cage.
La muestra retrospectiva se abre, fiel a la trama biográfica, con objetos y fotografías que recorren la historia personal y familiar del artista. Desde los souvenirs del recién nacido, hasta las imágenes de su abuela, tíos y padres –”esos muertos tan presentes”, según explica Portillos–.
La secuencia cronológica de la exhibición sigue con las pinturas tradicionales de los primeros años cincuenta: una figuración plana, ingenua y colorida, en donde el entonces muy joven artista se larga a pintar velorios, entierros y funerales de provincia. A mediados de la década del cincuenta pasa a la abstracción y a fines de esa década realiza obras que salen de su marco en un intento por integrar de hecho el espacio a la obra.
En los primeros sesenta se dedica al arte con luz, integrando fuentes lumínicas a la obra. De allí pasa al arte arquitectural, en base al rigor geométrico. También están exhibidos sus subibajas de los años setenta (“Arte de activación”), que a través de una propuesta lúdica pone en funcionamiento dispositivos simples, visuales y sonoros.
En la obra de Portillos se registran los ecos de las sucesivas vanguardias y etapas históricas argentinas, desde la aparición del Madi y el arte concreto; la efervescencia cultural que se abre con el frondicismoy se cierra con el onganiato. Pasando por los años de Ver y Estimar y el Di Tella. El apogeo de la nueva figuración, los finales del informalismo, el surgimiento del pop, el hard edge, el minimalismo, el arte conceptual...
En algún caso, el registro de esos ecos toman la forma de obras anticipatorias; en otros, se perciben como reflejo o transformación; en otros como crítica. La obra-vida de Portillos atraviesa todas estas etapas para desembocar en una concepción abierta e inclusiva. El objeto artístico deja de ser una meta (y deja, muchas veces, de ser un objeto) para transformarse en un espacio de circulación cuasi religioso, permeable a todas las culturas y experiencias: según se mire su obra será una especie de cambalache discepliano, o un aleph borgeano realizado por un artista que es cruza de chamán con viejo criollo.
Entonces todo y todos pueden entrar y ser parte de ese espacio: instalaciones, videos, ceremonias ecuménicas y rituales (en donde entra el trabajo en equipo y la participación del espectador), apropiaciones, objetos, libros de arte, fabricación de momias, embalsamamiento de animales.
Desde la perspectiva de Portillos, una exposición retrospectiva es una autobiografía en clave, en la que se rescatan hitos personales.
Alfredo Portillos integró en la década del setenta el “Grupo de los 13”, luego denominado “Grupo CAYC “ (junto con Benedit, Grippo, Bedel y Testa, entre otros), con quienes ganó el Gran Premio Itamaraty de la Bienal de San Pablo, Brasil, en 1975. En 1992 recibió el Konex de Platino, en la categoría Instalaciones. En 1993 fue nombrado “Artista del Año” por la Asociación Argentina de Críticos de Arte. En 1999 recibió el premio a su trayectoria del Fondo Nacional de las Artes. Participó en más de 600 muestras nacionales e internacionales, entre ellas la Primera Bienal Latinoamericana de San Pablo y las bienales paulistas XV y XXI; la IV y VI bienales de La Habana; la V Bienal de Valparaíso y la XLII Bienal de Venecia, entre otras.
La inversión de sentido que propone al ir de la muerte a la vida, lo sitúa por fuera de la cultura occidental dominante. La idea es tomar otras concepciones, distantes en tiempo y espacio, para relacionar el corte (o continuidad) que separa (o une) vida y muerte.
Phillipe Aries, en su libro Morir en Occidente, va dando cuenta de las distintas maneras de pensar la muerte a lo largo de mil años. De cómo se ha pasado, progresivamente, de la muerte familiar y domiciliaria en la Edad Media, hasta llegar a la muerte negada, obturada y maldita de la contemporaneidad. Portillos recupera el sentido no trágico (y familiar) de la muerte natural. Esto se comprueba en la instalación especialmente realizada para la retrospectiva, en donde en una cuarto cerrado unas pocas obras de juventud y de madurez giran en torno de un eje central: una video instalación en la que Portillos, yacente y rodeado de flores, dramatiza su propio velorio. En el centro de la sala, un recipiente contiene y conserva el cuerpo de una de las mascotas de Portillos, un cerdito muerto recientemente. La instalación también se pregunta por el sentido de toda la retrospectiva. O, más bien, por el sentido futuro de toda su obra. Más allá de sus cualidades estéticas, la teatralización de la muerte del autor pone en cuestión si su obra podrá sobrevivirlo, si se podrá repetir este juego entre el autor “muerto” y la obra exhibida. Es decir: si la obra podrá romper con el par vida-obra que le es constitutiva. (Fundación Andreani, Suipacha 272, hasta el 31 de agosto).

Inauguran en la semana
Silvia Capria, pinturas, desde ayer, en el 4to. piso del C.C. San Martín, Sarmiento 1551.
Ruth Gurvich, “Iconografía continental”, instalación, hoy, en Gara, Honduras 4952.
Raquel Wullich, pinturas y presentación de su libro, hoy, en la galería Arroyo, de Arroyo 834.
Philippe Pache, fotógrafo suizo y Sandro Oramas, venezolano, hoy (por el Festival de la Luz), en la Fotogalería del San Martín, Corrientes 1530.
Carlos Vera, pinturas, hoy, en Adriana Budich, Coronel Días 1933.
Fernando Rosas, pinturas y esculturas, hoy, en la Casa de Mendoza, Callao 445.
Osvaldo Monzo, pinturas, mañana, en el British Arts Centre, Suipacha 1333.
Ernesto Manili, mañana, en la nueva galería Alicia Engler, de Salvador María del Carril 4692, Villa Devoto.
Presentación de la Colección Orbital, ediciones de arte –Perrota, Molinari, Roldán, Larrambebere y Fernanda Lombardini–, mañana, en galería Beckett, de El Salvador 4960.
Daniela Bundik, pinturas, mañana, galería de Alfredo Cataldo, Ricardo Gutiérrez 4426, Villa Devoto.
Grupo La Vía –Susana Abadi, Cecilia López, Sara Giménez, Patricia Malvestiti, Silvina Castellanos, Agustín Gribodo y Lidia Zamora–, mañana, en la Asociación Argentina de Actores, Alsina 1762.
“Imágenes en relieve II”, tacos de Seoane, Beloso, Balan y otros y “Amerindia”, obra gráfica de Alda Armagni, el jueves 3, en el Museo del Grabado, Defensa 372.
Leo Malz, pinturas y esculturas, el jueves, en Arternativo, Corrientes 2052, 1er. piso.
Juan Travnik, fotos, el jueves, en el marco del Festival de la Luz; Centro Borges, Viamonte y San Martín.
“Perfumes cautivos”, historia visual y olfativa de las fragancias del siglo XX, el jueves, en el Museo de Arte Decorativo, Libertador 1902.
Nueva colección de arte joven de Arte BA; y muestra de los alumnos del colegio Arco Iris, el jueves, en el Centro Recoleta, Junín 1930.
Craig Barber, fotógrafo norteamericano, el viernes 4, en el marco del Festival de la Luz, galería Palatina, Arroyo 821.

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