Por Hilda Cabrera
La escena transcurre en un espacio cerrado, en otro tiempo salón de tango, y entre seres de aspecto perdido, portadores de penas, como los que el espectador de Metejón descubre en el personaje de la joven ex alumna que quiere retomar la milonga y el del macilento maestro, atormentado por los celos, que acabará pidiendo �bailen, guachos..., bailen, así no me muero�. A ese lugar ahora decadente regresa un joven milonguero que ha probado suerte en Alemania, donde abandonó a su anterior pareja. En esta vuelta quiere llevarse una mujer, alguien que �se sugiere� ha sido testigo de viejos enfrentamientos. La mujer hará posible la tragedia, desencadenará el �mandato� tanguero de �meter el fierro�, acuchillar, porque los motivos se funden en uno: dos varones deseando a una misma mujer.
Sobre este encuentro convertido en desencuentro, Ricardo Halac, dramaturgo, cronista y autor de guiones para ciclos televisivos (entre otros, los recordados �Cosa juzgada� y �Yo fui testigo�), elabora situaciones en las que no es fácil distinguir entre aquello que los personajes viven �realmente� y eso otro que imaginan. Esto, en parte, porque en cada uno de esos estados pujan fantasmas, aquí de amor y de muerte. Si bien estos tramos se desarrollan de modo lineal, son los más rescatables de la obra, por su cadencia (casi musical) y su matiz sensual. Es cierto que en este trabajo son relegados prudentemente tanto el toque nostálgico como el aire socarrón, al uso en los shows de tango que mezclan elementos del teatro comercial y del under, pero no por eso se logra establecer nexos creíbles entre los personajes.
La puesta de Luis Luque pivotea lamentablemente sobre lo más débil del texto, como el �llamado� de una pista de baile a milonguear sin pausa o el reclamo del maestro, que pide a los jóvenes bailar para no morirse. El montaje se estanca así en aquello que, se supone, produce impacto. El hecho de introducir a los músicos de Las Bordonas, que vierten de manera artificiosa viejas composiciones, es parte de una idea de show, acaso atractiva para quienes han aprendido a disfrutar de una nueva estética comercial.
Más preocupado por la apariencia que por profundizar en la interrelación de los personajes, el director Luis Luque (también actor, pero no en esta puesta) apunta al subrayado. La palabra metejón es de por sí una intensificación de la metedura, del ciego enamoramiento que trae como consecuencia un enredo existencial, pero nada hay en esta puesta que refleje esa arrolladora pasión. Los intérpretes conducidos por Luque traducen el enamoramiento a través de gestos y giros (muchos de ellos milongueros) con más exasperación que intensidad.
La historia de este trío en desgracia no se cuenta desde adentro sino desde lo exterior. De ahí que la escenografía de Eva García Zamora, hecha de paneles �espejados�, no llegue a cumplir la sospechada intención dedevolver a cada uno de estos milongueros �y a su circunstancia� la obvia pero necesaria imagen deformante. En esta obra, que expresa el imaginario masculino que considera el deseo como un asunto aniquilador, se destaca, pero sólo en los primeros tramos del show, el trabajo de la actriz y bailarina Paula Canals. Su papel, el de una enigmática joven a la espera de algo que la ayude a salir de su precaria situación, se empaña casi de inmediato debido a una marcación que parece tener como meta el alarde, inclinación que, por otra parte, transparenta el personaje del joven bailarín. La adopción de clisés es una constante en casi todos los rubros: en las exageraciones compadritas de los varones, por ejemplo, y en la danza, con profusión de revoleo de piernas. ¡Guarda con el tango!, la frase que sirve de subtítulo, implica también la promesa de una aventura, la amenaza de un riesgo enroscado en cada corte y quebrada. Y esto, se sabe, puede funcionar a modo de enganche de los espectadores que, finalizado el Metejón, son invitados a continuar la velada en el café del mismo Foro Gandhi, donde Las Bordonas, el grupo integrado por Daniel Yaria, Ignacio Cedrún, Martín Creixell y Javier Amoretti, animarán su propio espectáculo.
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