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�EL TIEMPO RECOBRADO�, DE RAUL RUIZ 
Marcel Proust hecho película

El más que prolífico director chileno radicado en Francia concretó la hazaña de llevar al cine creíblemente, la monumental novela �En busca del tiempo perdido�, tarea con la que no habían podido Luchino Visconti, Joseph Losey y Harold Pinter. El film sobresale ampliamente en los estrenos de hoy.

George Clooney, la estrella de �La tormenta perfecta�, el último gran éxito industrial de Hollywood.

El film del realizador chileno, radicado en Francia desde 1974, se centra en el séptimo volumen de la novela.


Por Luciano Monteagudo

t.gif (862 bytes) ¿Cómo adaptar al cine un monumento de la literatura como En busca del tiempo perdido de Proust? ¿De qué manera acercarse a una obra tan vasta y tan ardua? ¿Por qué hacerlo, en todo caso? Alguna vez, directores y guionistas de la talla de Luchino Visconti, Joseph Losey y Harold Pinter lo intentaron y los proyectos quedaron abandonados. El alemán Volker Schlöndorff consiguió apenas arañar la superficie en Un amor de Swann. Y ahora el director chileno Raúl Ruiz (radicado en Francia desde 1974), con su brillante versión de El tiempo recobrado, viene a demostrar que él era el cineasta más indicado para llevar al cine a Proust, para hacer una interpretación de su obra antes que una mera transcripción, o mejor aún, para transmutar el texto en un film. 
La decisión de elegir el séptimo volumen de la obra, sin duda el menos narrativo y el más complejo de todo el ciclo novelístico, no es tanto un rasgo de audacia, sino más bien una conclusión natural tratándose de un cineasta como Ruiz. Bien observado, todo su cine (al menos su cine que es posible conocer, considerando que tiene casi un centenar de títulos realizados) parecía dirigido hacia este film, en el que cristalizan todas sus búsquedas acerca de la circularidad del tiempo y las estructuras concéntricas del relato. Desde Las tres coronas del marinero hasta Genealogía de un crimen, pasando por la notable Tres vidas y una sola muerte, protagonizada por el gran Marcello Mastroianni, sus films siempre han elegido una forma narrativa barroca, que rechaza toda linealidad para privilegiar en cambio los juegos de cajas chinas, las ensoñaciones, los relatos capaces de disparar otros relatos, un poco a la manera de la literatura fantástica oriental que Ruiz aprendió a amar a través de la obra de Borges. Incluso un film en apariencia tan vulgar como Shattered Image (hay edición local en video como Identidades cambiadas), realizado como un quickie clase �B�, esconde sin embargo bajo su superficie plebeya un sofisticado sistema narrativo, donde una mujer sueña que es otra mujer y ésta a su vez sueña con que es la primera.
Nada mejor entonces para Ruiz que El tiempo recobrado, donde Proust se desentiende ya de toda pretensión narrativa y se siente libre como para abandonarse al puro encantamiento de los evocaciones y las reflexiones, entregando un libro que es, al mismo tiempo, una crónica subjetiva del teatro social parisino de comienzos de siglo, un tratado de modas, un ensayo literario, un árbol genealógico, una colección de momentos de fulgor novelístico y un repertorio de chismes, todo sin solución de continuidad, engarzado como si se tratara de un eterno fundido encadenado. Nada mejor, entonces, para Ruiz que dejarse llevar por ese continuum, que comienza para el film en una noche febril de Proust, hacia el final de su vida, cuando desde su legendario lecho, desde el cual le dictaba a su fiel criada Celeste, se dedica a revisar un manojo de fotografías hasta dar con una de sí mismo, que lo transporta a su vez a los recuerdos de la portentosa Odette (Catherine Deneuve), de su bella hija Gilberte (Emmanuelle Béart), de las rumorosas fiestas mundanas de la ridículaMadame Verdurin (Marie-France Pisier) y el enigmático Barón de Charlus (John Malkovich), el último de la estirpe de los Guermantes. 
Como en el texto, en el film Proust es también el narrador, un personaje que está al mismo tiempo adentro y afuera de la escena, como un observador maravillado y un tanto perplejo del teatro que tiene ante sus ojos. El aspecto que le confiere Ruiz (a través de un actor siciliano desconocido, llamado Marcello Mazzarella) no difiere mucho de la imagen que se guarda de Proust, pero se asemeja más sin embargo a Max Linder, el legendario cómico del cine mudo francés. Como si el cineasta hubiera querido evocar la excentricidad esencial del escritor a partir de la figura elegante y divertida del comediante que fue su contemporáneo. 
Como en un caleidoscopio, Ruiz va dando cuenta del laberinto de reuniones, cenas, tertulias y, como el propio Proust, aprovecha apenas una imagen o un sonido para saltar de un recuerdo a otro, con una naturalidad magistral, sin ningún esfuerzo, hasta que al final el film descubre que en todo su recorrido no ha hecho sino volver, como un círculo perfecto, al primer comienzo. Antes que hablar de los actores, que encarnan perfectamente las asociaciones zoológicas de Proust, conviene señalar el abrumador virtuosismo de la puesta en escena de Ruiz y la exquisitez de la fotografía del argentino Ricardo Aronovich, que hacen de este film �sin duda difícil, riguroso, siempre exigente con el espectador� un raro, infrecuente placer. 

 


 

El festival de la tecnología 2000

Por L M.

Se podría decir que, a falta de una, hay dos películas en La tormenta perfecta, el último gran éxito de Hollywood de la temporada, una superproducción de 140 millones de dólares, la mayoría invertidos en efectos especiales que harán las delicias de los seguidores del Weather Channel. El problema es que ninguna de las partes es lo suficientemente interesante como para justificar por entero a la otra. 
La primera, la peor, tiene lugar en Gloucester, un pequeño pueblo costero de Nueva Inglaterra, donde el film (basado en el best-seller homónimo de Sebastian Junger, editado en castellano -.es un decir-. por Editorial Debate) da cuenta de la vida ruda pero feliz de los pescadores de la zona, sin evitar ningún lugar común posible. Como si se tratara de una larga introducción al desastre, con la ominosa música de fondo de James Horner sonando siempre en primer plano, incluso cuando brilla el sol a pleno, la película se dedica a aquello que los manuales más elementales de guión indican como presentación de personajes, condimentado con color local. 
Bajo la mirada expectante de sus mujeres e hijos, llegan los curtidos marineros, después de arduas jornadas en el mar, y celebran el reencuentro en la taberna, estratégicamente ubicada sobre el muelle mismo. La alegría es efímera, sin embargo, porque pronto deben embarcar nuevamente, para ganar los dólares necesarios para emprender una nueva vida (es el caso del marinero que encarna Mark Walhberg, enamorado como un colegial de Diane Lane) o para recuperar el prestigio perdido, después de una mala racha de pesca (como le sucede al capitán que compone convencionalmente George Clooney).
La segunda película comienza en alta mar, donde la tripulación del pequeño pesquero �Andrea Gail� se arriesga a ir más allá de lo aconsejable en busca de un buen lugar para echar sus redes. Claro que cuando quieran regresar, con las bodegas cargadas, el espectador ya sabe lo que informan los radares de tierra: una extraña combinación de factores meteorológicos está por producir aquello que en octubre de 1991 (el fenómeno existió realmente) se llamó �la tormenta perfecta�, con vientos huracanados y olas gigantescas. 
En un principio, esta zona del film es la más llevadera, porque el director alemán Wolfgang Petersen (el mismo de El barco y En la mira de los asesinos, sus títulos más recordables) le saca algo de jugo al montaje paralelo que confronta las desventuras del �Andrea Gail� con las de un pequeño velero perdido en el océano y los esfuerzos de un grupo oficial de rescate, a bordo de un helicóptero sacudido como una hoja al viento. Lo que nunca consigue el film �quizás porque cuando lo intenta ya es demasiado tarde� es darles un cariz metafísico a la tormenta, a la lucha del �Andrea Gail� contra los elementos. Hacia el final, el capitán Clooney se acuerda de convertirse en una especie de Ahab, luchando no ya contra una ballena blanca sino contra una ola indescriptible, pero para eseentonces el film hace tiempo ya que descartó el hálito trágico a favor del más craso melodrama. 

 


 

�Divinas tentaciones�, de Edward Norton
Deseo y religión

Por Martín Pérez

�Todos creen que su historia es especial�, dice el barman. �Pero yo ya las he escuchado todas�, agrega resignado, hasta que su lloroso interlocutor, borracho y ansioso por ser escuchado, se desabrocha los primeros botones de su abrigo y deja que se vea el cuello blanco de su hábito. El oficio de ambos es escuchar, y si el cura quiere contar su historia el barman va a escucharlo. Así es como estos dos grandes confidentes de fin de siglo se sientan botella por medio y con el bar vacío a recorrer la historia de la neoyorquina amistad entre Brian, Jacob y Anna: un cura, un rabino y una muchachita rubia y pizpireta que desaparecerá de sus vidas en una mudanza para reaparecer contundente, alta, seductora, de anteojos negros y permanente celular. El cura es Edward Norton, el rabino es Ben Stiller, la chica es Jenna Elfman (Dharma y Greg), y lo suyo es una comedia romántica con énfasis en los gags y muy poco éxito con el romance. 
Opera prima del hasta aquí ascendente actor Edward Norton �30 años, siete films, dos nominaciones al Oscar�, Divinas Tentaciones es una película decididamente empeñada en satisfacer a su espectador. Como la opípara cena judía que Anne Bancroft en el papel de madre de Jacob les prepara a los tres amigos reunidos, el film de Norton quiere que nadie se vaya de la butaca sin llevarse su merecido. Por eso, en dos horas que comienzan dinámicas y terminan siendo interminables, la relación entre el complicado triángulo amoroso-religioso que forman los tres protagonistas pretenderá agotar todos los tópicos: la fe, el amor, la amistad, el judaísmo, la relación entre padres e hijos y todos los gags posibles sobre estos temas. Llena de buenas frases �recordar: durante gran parte de la trama, su voz en off está dedicada a entretener a alguien que ya lo ha escuchado todo�, Divinas... hace honor a la ambición de Norton, que quiere hacerlo todo y bien, y aquí comienza dando un paso al costado con su hábito para que los otros dos protagonistas (Stiller y Elfman) carguen con la culpa de entretener a la audiencia así como de hacerla suspirar. Pletórica en tiempos muertos y gags paralelos (el romance fallido de Jacob con la fisicoculturista es descostillante), así como en panorámicas neoyorquinas, la historia que cuenta Divinas... es la del romance culposo entre un rabino que debe casarse para seguirlo siendo y una belleza rubia que reina el juego de las grandes empresas, pero está dispuesta a cambiar de juego si es que hace falta. En el medio hay una crisis religiosa del único creyente que no puede hacer las dos cosas �enamorarse y seguir creyendo� y también varias crisis más que se suman a las demás y no hacen más que obligar a simplificarlo todo, a la vez que estiran la trama cual bolsa en la que todo debe caber, aunque haya que irse librando de losuperfluo (que en las comedias suele también ser indispensable). Ansiosa por agradar hasta la genuflexión, la ópera prima de Norton termina no siendo ni cómica ni romántica, aún con la ayuda de la utilitaria fe de sus protagonistas. Ni siquiera un epílogo a todo corridas, arrepentimientos, declaración y besos, logra que el barman se quede hasta el final. El hombre, sabio, se despide del cura antes de que los cabos sueltos se aten a las apuradas para el entusiasmo de los títulos. Es que, se sabe, todos creen que su historia es especial. Pero a veces es imposible dejar de pensar que ya se las ha escuchado todas. 

 

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