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El regreso de �BABILONIA (UNA HORA ENTRE CRIADOS)�
Lo que fuimos, lo que somos

La obra de Armando Discépolo, interpretada por el elenco de teatro del Nacional Buenos Aires, se reestrenó en el Centro Cultural Borges.

Los actores tienen entre 16 y 23 años y una llamativa solvencia.
Para el director, Discépolo �es el Shakespeare del teatro argentino�.


Por Silvina Friera

t.gif (862 bytes) Sobre el escenario de la sala Astor Piazzolla, el elenco del Nacional Buenos Aires recibe al público de una manera que condensa el contenido de Babilonia (una hora entre criados): los actores miran a la platea con una expresión de desconcierto, que va mutando en una tenue sonrisa, para retornar nuevamente (como las dos máscaras del teatro) a la tristeza, a la exteriorización de esos pequeños mundos interiores plagados de carencias y fracasos. La obra de Armando Discépolo (1887-1971), escrita en 1925 y estrenada ese mismo año en el teatro Nacional por la compañía de Pascual E. Carcavallo, se repuso bajo la dirección de Orlando Acosta en el Centro Cultural Borges, auspiciada por Página/12. Serán diez únicas funciones, todos los jueves (a las 21) y los viernes (a las 22). Para Acosta, Discépolo �es el Shakespeare del teatro argentino�.
En la cocina de una familia advenediza de nuevos ricos (un ex marinero que se enriqueció de la noche a la mañana por obra y gracia del contrabando), un grupo de inmigrantes (mozos, cocineros, portero y chofer) intenta sobrevivir, mientras ansían un futuro mejor. Entre Los de arriba y Los de abajo se da la dialéctica del amo y del esclavo: se odian pero se necesitan. La idea del autor fue transmitir la fragilidad de una estructura social basada en la injusticia, en una ciudad nueva y llena de víctimas y victimarios. En esta reposición se destacan las actuaciones (los actores tienen entre 16 y 23 años), el maquillaje y caracterización de Sandra Fink, que ayuda a resaltar los gestos de los actores y el diseño de vestuario de Marcela Bea, que además realiza la asistencia de dirección. 
José (Luis Berenblum) es un mucamo gallego, que sufre una conjuntivitis severa (realzada con las ojeras maquilladas de rojo) y teme perder el lugar de confianza que ocupa para los Cavalier a manos de Eustaquio (Juan Coulasso), emblemático por su viveza criolla y porque representa al inmigrante que logró prosperar. Para mejorar su precaria situación, José no vacila en intentar destruir al prójimo porque desea conservar su empleo sin reparar en los medios. La pieza teatral de Discépolo funciona como un espejo de la sociedad argentina: la similitud de la angustia social de los años previos a la crisis del �30 con la actual, en un país con el 15,5 por ciento de desocupación, es llamativa. El temor a perder el trabajo y la flexibilización laboral son moneda corriente, así en la obra como en la realidad que la circunda al ser representada hoy. �Vivimo� en una ensalada fantástica�, reflexiona el chef napolitano Piccione (interpretado notablemente por Mariano Saba). La frase puede aparecer como exponente de la visión pesimista de Discépolo sobre las relaciones humanas. Pero en rigor pinta una época. O varias épocas. En este ambiente social convulsionado, los individuos están aislados y alienados, entonces y ahora. 
Para los críticos, Babilonia (a mitad de camino entre el sainete criollo y el grotesco) resume la idea de mezcla y confusión de valores, pero fundamentalmente la filosofía del �sálvese quien pueda�, y anticipa la temática del tango �Cambalache� (1935), compuesto por Enrique Santos Discépolo, hermano del dramaturgo. Secundino (Marcelo Blanco), el portero gallego, sintetiza así cómo percibe a los ricos: �...Estos millonarios... si se les pide un aumento así, de cinco pesos �miseria, bochorno, sonrojo, vergüenza� te dicen: �Sí, sí... ma perá tengo que pensarlo... y hoy me duele la cabeza�. Uno de los momentos más emotivos ocurre cuando la mucama madrileña Isabel (sólida composición de Alejandra Marimón) comienza a bailar un pasodoble, añorando su tierra natal, mientras el resto de los inmigrantes recuerda sus lugares de nacimiento, �con un barco en sus miradas y una sonrisa que lleva al llanto�. 
Al final de la función ese público, hijo de la inmigración en su gran mayoría (quién no habrá recordado algún abuelo o padre), se precipita junto con los actores (Leandro Rosenbaum, Francisco Prim, Constanza Peterlini, Gonzalo Tobal, entre otros) sobre las mesas en las que se sirve una carbonada criolla, una clásica y tradicional comida del nordeste argentino que combina pedazos de choclo, duraznos maduros, papas y carne servidas en una calabaza, acaso una alegoría del espíritu de la obra. En el programa de mano, Acosta justifica la elección de una obra de Discépolo (dramaturgo paradigmático por el lugar marginal que ocupó en el medio intelectual argentino): �Quizá por ese empeño de seguir hablando de nosotros, de lo que nos pasó y nos pasa. Por ese capricho de quererle torcer el rumbo a la suerte y de no olvidar lo que fuimos y de dónde llegamos�.

 

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