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panorama politico
Por J. M. Pasquini Durán

PÉRDIDAS

Como si las pesadumbres escasearan, la mayoría de la gente fue golpeada por el suicidio de un hombre decente. Dotado con algunos dones creativos sobresalientes en su profesión recibió honores y galardones por esos merecimientos, pero ganó el reconocimiento de sus compatriotas por la generosa solidaridad con los que sufrían. A pesar de todas sus �chapas�, René Favaloro no pudo sobrevivir esta época con su orgullo personal intacto. El cínico pragmatismo que deja morir a 55 chicos por día, pudiendo salvarlos, lo quebró sin ninguna consideración. Los méritos del médico que concebía su profesión como un servicio público, y los del ciudadano que integró la nómina fundadora de la Conadep, hoy en día no cotizan en el mercado. Le gustaba que lo recordaran como médico rural y buen hombre, categorías que, para decirlo en la jerga de la econometría en boga, ahora son �inviables� para los que tienen la exclusividad de la riqueza. �Inviable�, igual que los millones de hogares atormentados por la miseria, igual que los millones de personas humilladas por el desempleo, el trabajo en negro o la explotación inmisericorde, igual que tantos empresarios que no pudieron mantener a flote las obras de sus vidas, igual que las provincias abandonadas a su mala suerte.
La muerte voluntaria casi nunca puede explicarse por causas únicas o simples. Sin embargo, para la mayoría de los que fueron alcanzados por el impacto de su trágica decisión es otra víctima de las políticas sin alma. No podrán disuadir esa convicción las explicaciones administrativas de los que postergaron las respuestas adecuadas o el remordimiento de los que pudieron sanear a tiempo la contabilidad financiera de su obra. En su sencillez, basada en la propia experiencia, el veredicto popular intuye que, en definitiva, la culpa es de un régimen sin piedad que devora a los hombres buenos. Eduardo Galeano, privilegiado relator de tantas convicciones populares, contó en este diario que un día le preguntó al buen médico y amigo por qué no apelaba al donativo de los más ricos, aunque fuese mediante el trámite de reconocer a esas donaciones el carácter de anticipo de impuestos, como se hace en Estados Unidos. �Sería una buena idea �contestó Favaloro�, pero aquí los ricos muy ricos no pagan impuestos.� Así de sencillo y verdadero.
El presidente Fernando de la Rúa, tal vez, tendría que repasar setenta veces las siete palabras de la frase ��los ricos muy ricos no pagan impuestos��, porque es el certero resumen de uno de los hondos dramas nacionales. Lo mismo deberían hacer todos los que creen, o fingen creer, que imponen tributos a �los que más tienen� porque descuentan el doce por ciento a los salarios estatales de más de mil pesos mensuales o suben las gabelas de la clase media. En el último período del menemismo (1996/99) el gasto público consolidado creció 13,2 por ciento, en tanto los �servicios de la deuda pública� subieron 58,4 por ciento. Desde la convertibilidad (1991) hasta el final de la �infame herencia�, la economía creció en promedio 2,7 por ciento y el endeudamiento al 11 por ciento. Resultado: hasta el año 2003, final del mandato de la Alianza, el Estado afrontará compromisos con los acreedores externos por valor de 17.000 millones de dólares anuales. ¿Adónde hay que colocar la obsesión fiscalista? Por más deflación salarial y desempleo, por más tributos de la clase media, así no habrá nunca plata para aliviar el malestar argentino ni para ninguna obra de bien. Así, seguirán estallando los corazones de los médicos rurales y de la gente buena.
En la salud pública, también las evidencias auguran pesares. Mientras la Organización Mundial de la Salud (OMS) reconoce trescientas medicinas efectivas, en Argentina hay 2400 en el mercado. Hay quienes creen de verdad que la disolución de las obras sociales terminará con las �cajas negras� de las burocracias sindicales, pero lo único que conseguirá estransferir un comercio que mueve 25.000 millones de dólares por año hacia las cajas de los consorcios privados de la salud, sin que haya ninguna garantía de prestaciones solidarias, ya que para esas empresas la salud pública es una oportunidad de negocios. Comparado con estos valores, la magnitud de los problemas económico-financieros de la Fundación Favaloro parece un mal chiste. La contracorriente con la que se cansó de luchar el cardiólogo es ese afán desmedido de lucro, mientras �la probabilidad que tiene un niño pobre de morir antes de cumplir un año es cuatro veces mayor que la de uno no pobre� (Datos de la CTA y estadísticas oficiales). Ninguna persona decente podría negarse a terminar con los fondos negros, pero no es necesario que para blanquearlos haya que saltar de la sartén al fuego.
Hasta el momento, los voceros gubernamentales no pudieron presentar evidencias firmes que desmientan los augurios pesimistas. A lo sumo, quieren convencer a la población de que es mejor freírse sobre las llamas que sobre la sartén. Si todavía circulan en transportes públicos habrán podido constatar que esos argumentos, y sobre todo la realidad, han quitado las ganas de reírse a la mayoría. El malestar y la depresión colectivos explican, con toda razón, que la tristeza y el agobio por la muerte de Favaloro se convierten con facilidad en maldiciones contra los que mandan. De persistir en el camino, los costos políticos serán inmensos, más de una vez quizás injustificados pero inevitables. El rencor sin salida ��ni Favaloro pudo aguantarlo�� justificará la violencia y juntos, violencia y rencor, alimentarán la irracionalidad social. El auge delictivo, según las más recientes estadísticas oficiales, no es más que un síntoma exacerbado de tantas vidas sin sentido. Como ha repetido Ignacio Ramonet, director de Le Monde diplomatique: �Los gobiernos han �saneado� las economías únicamente para favorecer la inversión internacional y, al mismo tiempo, han destruido las sociedades�. También mencionó las consecuencias: �Aparecen nuevos peligros, crimen organizado, delincuencia explosiva, inseguridad generalizada, redes mafiosas, fanatismos étnicos o religiosos, corrupción masiva, etc. El crecimiento de la pobreza y la desaparición de toda esperanza de salir de ella favorece el aumento de la violencia en los países en desarrollo. En algunos de ellos la violencia ha adquirido la dimensión de una verdadera guerra. En países como Japón o Francia, el número de personas asesinadas es, respectivamente, de 2 y 3 por cada 100.000 personas. En Brasil es de 58 y en Colombia ¡de 78 personas asesinadas por cada 100.000! En ciertas ciudades esa proporción es aún más trágica: en Cali es de 88, y en ciertos barrios de San Pablo ¡de 102! En ciertas ciudades de América latina, más del 50% de las personas interrogadas declaran que ya no salen de su casa por la noche, lo que comporta un desastre económico para muchos comercios y empresas�. Ni las escuelas ya son lugar seguro y el uso violento de armas de fuego en manos de menores es noticia diaria en las crónicas policiales. 
Un famoso se suicidó. Miles de ignotos mueren de mala manera. ¿Cuántos más hacen falta para destruir la indiferencia y la resignación?


 

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