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�LAS CENIZAS DE ANGELA�, DE ALAN PARKER
Desgraciados full time

La adaptación del director inglés de una exitosa novela del estadounidense Frank McCourt subraya de modo excesivo las  miserias de los personajes. Las actuaciones son impecables.

Robert Carlyle es el jefe de una familia perseguida por el dolor.
La novela original vendió más de seis millones de copias en el mundo.


Por H. B.s

t.gif (862 bytes) No se le podrá achacar a Alan Parker falta de fidelidad a Las cenizas de Angela, novela autobiográfica que convirtió a Frank McCourt, hasta entonces un oscuro profesor retirado, sin el menor antecedente literario y al borde de la ancianidad, en un best-seller fenomenal, además muy bien tratado por los críticos. Publicada a mediados de los �90, es el propio director de The Wall, Mississippi en llamas y Evita quien, en la gacetilla de prensa, enumera hasta la última cifra. �Las cenizas de Angela ganó el Pulitzer, se publicó en 25 idiomas y lleva vendidos más de seis millones de ejemplares en 30 países, además de figurar en la lista de best-sellers del New York Times durante 117 semanas�, informa. 
Las cenizas de Angela cuenta la historia del propio McCourt y su familia, desde mediados de los �30 hasta una década más tarde. A un tiempo crónica social y relato de aprendizaje, la historia dibuja un círculo. Este se abre con la imagen de la Estatua de la Libertad, que el pequeño Frank y su numerosa familia ven pasar, volviendo desde Brooklyn hacia la vieja Irlanda, de donde habían emigrado pobres y se vuelven más pobres aún. �Eramos los únicos que viajábamos en sentido contrario�, dice desde el off el propio Frank, protagonista y narrador de novela y película. El grueso de ambas se asienta en Limerick, la pequeña y gris ciudad irlandesa hasta donde los McCourt han sido arrastrados de vuelta por la abuela y una tía, tras encontrarlos, en estado deplorable, en un departamentucho neoyorquino. Narrado desde los ojos de Frank, el relato se desarrolla en tres etapas, cuando el niño tiene cinco, diez y quince años. �Cuando recuerdo mi niñez, me pregunto cómo nos las arreglamos para sobrevivir�, son sus primeras palabras. �Fue, desde luego, una niñez miserable. Peor que la niñez miserable común y corriente es la niñez miserable irlandesa, y peor aún es la niñez miserable católica irlandesa.� Así se abre la novela, y así también la película, que de allí en más se dedicará a demostrarlo a lo largo de dos horas y veinte minutos.
La situación económica, en la Irlanda de los �30, era efectivamente catastrófica, y Las cenizas de Angela, verdadera apoteosis del harapo, el hambre, el hacinamiento, no deja dudas. Malachy McCourt, papá de Frank (Robert Carlyle), busca trabajo y no encuentra. Encima, Malachy sufre una doble discriminación, por ser �del norte� y por �yanqui�. Las raras veces que logra alguna changa se la gasta en cerveza negra. Las cosas no andan mucho mejor por casa: a consecuencia del frío, miseria, inanición y humedad, a mamá Angela (Emily Watson, campeona del sufrimiento desde Contra viento y marea y Hillary and Jackie) se le mueren tres de sus hijos. Confirmando su peculiar sentido de la sutileza (recordar el tremendismo visual de The Wall, los linchamientos de Mississippi en llamas, la burda reinterpretación de Evita), a Alan Parker no le alcanza con hacer mención a ello, sino que además necesita mostrar los cuerpecitos, rígidos y lívidos. 
Sería tan largo como el propio film enumerar la serie de desgracias, sordideces, humillaciones y hedores que los McCourt deben atravesar y que parecerían querer expurgar a base de vómitos. Todos a cámara, por supuesto. Lo que se dice también se muestra, y lo que ya se mostró se repite en off: he aquí la idea de fidelidad literaria que parece animar la adaptación que Parker llevó a cabo con la guionista Laura Jones, quien ya se había probado en el rubro con Un ángel en mi mesa y Retrato de una dama. Por si faltara alguna redundancia, John Williams se ocupa de subrayar el sentido de cada escena con compases románticos, tremebundos, eventualmente esperanzados. Las actuaciones son irreprochables, eso sí. 

 


 

�Solas�, una Sevilla sin bailaoras ni flamenco

El film de Benito Zambrano apela a la sencillez de recursos para retratar una historia familiar en la que el �factor humano� se vuelve fundamental.

Paco de Osca es el temperamental padre de la protagonista, un típico tirano incluso desde la cama.

Por H. B.

�Siempre me planteé Solas como una película sencilla en su planteamiento, en su estética, en su factura y en su fabricación�, dice Benito Zambrano, formado en la escuela de San Antonio de Los Baños, Cuba, y debutante en el cine a los 35 años. Sin duda, Zambrano logró lo que se proponía. Si algo salta a la vista en este film andaluz es su total sencillez. Centrada en unos pocos personajes que se cruzan, aquí y ahora, en Sevilla, es seguramente el �factor humano� lo que le ha ganado a Solas el favor del público, en todas partes donde se presentó, desde la propia España hasta Moscú, pasando por los festivales de Berlín, Toronto, Chicago, Tokio, Karlovy Vary... 
Es sumamente factible que también el público local se sienta tocado por esta sencilla historia de sentimientos que, por suerte, no concede al sentimentalismo. Pero tampoco se eleva mucho más allá de aquellos presupuestos, llevando a preguntarse por los límites de la sencillez cuando ésta se constituye en credo estético. Solas es la historia de un reencuentro familiar forzado por las circunstancias. María (la debutante Ana Fernández), una mujer de mediana edad y sin ninguna formación, dejó familia y pueblito para buscar fortuna en la ciudad. Lo único que encontró fue un trabajo como doméstica, un amante brutal y un embarazo. Y el escape, solitario y compulsivo, del jerez, el whisky, el tempranillo o cualquier cosa con la suficiente gradación alcohólica. Tan dura, arrogante y defensiva como la ciudad misma (gran mérito de Solas, mostrar una Sevilla sin patios, flamenco ni peinetas), a María no le hace ninguna gracia que hasta allí lleguen su padre y madre. 
Típica mujer de pueblo, sumisa, callada y aguantadora, la madre (notable María Galiana) vino a hacer lo que se intuye hizo siempre: acompañar en silencio al tirano del padre. Quien, incluso desde su lecho de enfermo grave sigue tratando a esposa, hija y personal médico como a bestias de campo. La válvula de escape para tanta �mala hostia� será un vecino asturiano (Carlos Alvarez-Novoa, con aspecto de Quijote), que vive con la única compañía de un pastor alemán llamado Aquiles (�como el general romano�, según el anciano). Un poco por conveniencia (los guisines que prepara se quemarían si no fuera por la mano sabia de la mujer) y otro poco por galán, el viejo trabará relación con la mamá de María primero y con María más tarde. Terminará ofreciéndole a ésta un �pacto de caballeros� que no debe revelarse y que proporciona la salida esperanzadora que por algún lado tenía que venir.
Esa indudable previsibilidad, así como la sensación de que historia y personajes están diseñados para transmitir determinado �mensaje�, empañan la naturalidad a la que Solas aspira. El propio Zambrano lo explicita con pelos y señales en la gacetilla de prensa. �Proponemos la solidaridad, el amor y la ternura como las armas posibles para combatir la soledad, la miseria y la deshumanización�, señala allí Zambrano, que por suerte, a la hora de resolver su fábula, es menos obvio que a la hora de plantéarsela. Sin embargo, y como suele ocurrir cuando el mensaje importa más que el film en sí, no se percibe en Solas ningún interés en lo específicamentecinematográfico. Por lo cual, estéticamente, el film no difiere demasiado de un buen producto televisivo. Característico del naturalismo al que la película adhiere, todo tiende a reposar, aquí, sobre las actuaciones. Si en algún caso no se esquivan los riesgos del colorismo (el personaje del vecino), en otros Zambrano supo extraer de sus actores ricas composiciones. La protagonista, Ana Fernández, exhibe una intensidad infrecuente y una total entrega al papel. Pero es en los ojos secos y los gestos casi imperceptibles de la veterana María Galiana donde hay que buscar, seguramente, lo mejor y lo más auténtico de Solas.

 

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