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QUIEN ES ANIBAL IBARRA, NUEVO JEFE DE GOBIERNO DE BUENOS AIRES
Un progresista que llega al poder

Tiene 42 años. Proviene de la izquierda. Llegó de la mano de Alvarez y De la Rúa pero ya ha demostrado autonomía en sus acciones. Cómo será esta ciudad gobernada por el Frepaso.

Ibarra es desacartonado y flexible y no rehúye el contacto con la gente. Así hizo su campaña.


Por Sergio Moreno

t.gif (862 bytes) Acaso porque es joven (tiene 42 años), porque hizo una carrera política sigilosa, porque no dio hasta el momento ningún paso en falso, le dieron la chance de jugar a todo o nada; porque pusieron en sus manos el destino de una fuerza joven (el Frepaso), costado turbulento y creativo de una alquimia política cuya responsabilidad es darle bienestar a los argentinos (la Alianza), Aníbal Ibarra fue, hace menos de ocho meses, objeto de toda duda, de difundidos temores, de apocalípticos pronósticos. Sólo dos hombres tuvieron el tino y la profética decisión de confiar en quien fuera un fiscal brioso y verborrágico: Carlos �Chacho� Alvarez, que lo sostuvo ante avances intencionados, y Fernando de la Rúa que, con la gloria recién ganada, lo llevó, lo paseó, lo sentó ante los hombres pertinentes, en el momento indicado, en Europa, antes siquiera de acomodarse los laureles que lo anunciaban Presidente electo. Ahora, después de haber conseguido el favor casquivano de los porteños, de reducir al gran gurú de la economía menemista, Domingo Cavallo, a un patético boceto del �Grito de Munch� y mandarlo a cuarteles de invierno, de demostrar que su cintura es tan útil para gambetear a sus amigos en domingueros partidos de fútbol como para armar un gabinete negociando con difíciles aliados, Ibarra se ha ganado el derecho a un futuro sin pagarés que le presagia la gloria, si demuestra que llegó hasta aquí no sólo por un arcano, o la gris permanencia tediosa de los políticos que, luego de algún traspié, vegetan en cargos más o menos anónimos.
Ibarra asumirá hoy el gobierno de la ciudad más importante de la Argentina, segundo distrito electoral del país y dueña del tercer presupuesto, después del de la Nación y la provincia de Buenos Aires. 
Seis largos años pasaron desde aquella mañana cuando Alvarez, trepado a la caja de una camioneta que subía por la avenida Rivadavia, le dijo frente a Graciela Fernández Meijide: �Aníbal, tenés que ser el candidato a intendente de la Capital�. Otros tantos desde el día en que decidió dejar su puesto de fiscal para incorporarse al incipiente Fredejuso, germen prehistórico de lo que más tarde fuera el Frente Grande y, después, el Frepaso. Y más de veinticinco de los tiempos de aquella temprana militancia en la Federación Juvenil Comunista (la FJC, la Fede) en el Colegio Nacional de Buenos Aires (su agrupación se llamaba Comité Aníbal Ponce), de donde lo echaron junto a tantos compañeros de partido y de otras agrupaciones a causa de su actividad, en una época donde la intolerancia era condición de los argentinos.
Desde aquellos tiempos turbulentos, Ibarra devino progresista y su camino hasta el viejo Palacio Municipal sufrió turbulencias. Cuando parecía que la estrella del Frepaso tendría la duración de una bengala tras la derrota de Graciela Fernández Meijide en la provincia, y se había transformado en gimnasia bajarle el precio a su candidatura, Ibarra demostró aplomo. Apoyado por Chacho y De la Rúa, supo ordenar a su tropa y apaciguar a sus aliados, abriéndose al diálogo con dirigentes extrapartidarios y aceitando sus relaciones con el poder aliancista que ya gobernaba en la Casa Rosada. Capeó el temporal de la interna de sus adversarios más cercanos, Cavallo y Gustavo Beliz, cuya marejada no logró perforar el piso electoral que había acumulado la Alianza porteña hasta ese momento. Contra el consejo de varios de sus asesores, se entregó a un debate público donde apabulló al economista en su propio territorio. Todo ello contribuyó para que el domingo 7 de mayo casi el 50 por ciento de los habitantes de esta ciudad decidiera que fuese él quien gobernase Buenos Aires. Cavallo se desintegró gritando su impotencia, en uno de los episodios de histeria política más groseros que recuerde la historia reciente.
Ibarra mostró su personalidad durante esa vertiginosa campaña: 
Dijo que era agnóstico.
Descartó sumarse a la manada de políticos que, ante el acuciante problema de la inseguridad, pedían mano dura, bala a los delincuentes y penas draconianas. Por el contrario, sostuvo que la solución provendría de la concurrencia de políticas activas en varias áreas y que tan malo como el crimen es el gatillo fácil de la policía. 
En la presentación de la fórmula que compartió con la actual vicejefa electa, Cecilia Felgueras, reincorporó al discurso electoral el concepto de sociedad igualitaria, desterrado del léxico de campaña hasta por sus propios compañeros.
Estableció diferencias con el gobierno nacional y públicamente mantuvo su oposición al voto argentino contra Cuba en las Naciones Unidas.
�Hasta ahora voy bien�, suele repetir el jefe de Gobierno cuando le recuerdan la influencia que ejerce el conservadurismo en los dirigentes que acceden al poder. 
La transición también lo puso a prueba. Debió armar su gobierno tratando de que el Golem que de ahí surgiese dejara conformes a sus socios y tranquilos a su jefe político y al Presidente. Pero, fundamentalmente, necesitaba que el equipo nacido de las negociaciones le respondiese sin dudar. Las dobles lealtades suelen ser fatales para los gobernantes. 
Con el 50 por ciento de los votos en su mochila, tejió un gabinete que supo presentar a De la Rúa y a Alvarez, de manera tal que no sólo no hubieron bolillas negras .-larga y vanamente anunciadas.- sino que consiguió la bendición para nombres impensados, siquiera, por sus aliados. Incorporó a dos peronistas a su equipo (Jorge Telerman y Daniel Filmus) resistidos por el radicalismo. Nominó a radicales desde la trinchera frepasista, dejando asombrado al Presidente de la Nación. Se adelantó a las operaciones cruzadas propias de las épocas de tejido político y presentó a su gabinete como una alquimia equilibrada y aceptable para cualquier alianza.
Así como hace casi un quinquenio se le plantó a su jefe político al rechazar la propuesta de competir en una interna del Frepaso, a nombre del Frente Grande, contra Norberto La Porta, hace apenas una semana consiguió colocar a su hombre de confianza Roberto Feletti a la cabeza del Banco Ciudad, contra las �sugerencias� de De la Rúa, Machinea y el propio Alvarez. Ibarra escuchó tales sugerencias, pero no se dejó encantar por las sirenas que cantaban necesidades de emitir mensajes al establishment.
Capitaneó la marcha de las leyes que necesita en forma urgente para su inminente gestión, impulsando a sus operadores a meter vapor en la Legislatura. Quizá haya sido este el episodio más desprolijo de la carrera política de Ibarra. 
En estos datos no hay indicios de que el ex fiscal vaya a dar cuenta paso a paso de sus acciones en Olivos. Esto no significa que se desentienda de la suerte del gobierno nacional. Todo lo contrario. Aliancista convencido, Ibarra sabe que de su destino depende gran parte del futuro de la coalición y casi todo el del Frepaso. Desde su triunfo, el jefe de Gobierno es una figura de alcance nacional y virtual número dos del frente de centroizquierda y sabe que de existir el porvenir para su partido éste está atado definitivamente al resultado de sus próximos tres años y medio de gestión. Es por eso que Ibarra tiene claro que su más efectivo trabajo político será mejorar la ciudad de Buenos Aires y la calidad de vida de sus habitantes. 
No le será fácil. La ciudad de Buenos Aires tiene un once por ciento de desocupación, en el último año se destruyeron 44.532 puestos de trabajo y altos niveles de inseguridad. Así y todo, Buenos Aires es una ciudad rica. Si los problemas no se solucionan acá, en esta ciudad que genera casi el 26 por ciento del PBI nacional, ¿dónde podrán solucionarse en la Argentina? De salir airoso, Ibarra volverá a candidatearse para el mismo cargo en el 2003. Entonces tendrá 45 años y estará a menos de un lustro de soñar con andar el camino de Fernando de la Rúa. Pero antes deberá resolver una injusticia, Buenos Aires, ciudad que, al decir de Borges, es como un plano de humillaciones y fracasos.

 

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