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el Kiosco de Página/12

Codificados
Por Juan Sasturain

El último y perverso avatar del erotismo es la imagen pornográfica codificada. Animal también de costumbres, el enano pornógrafo que nos habita junto al fascista en sendos bolsillos interiores ha aprendido a disfrutar con los fantasmas del sexo explícito que suministran las señales eróticas debidamente deformadas, y ha descubierto un nuevo placer en ello. Es decir: los cuerpos segmentados, el color distorsionado, el movimiento rítmico que acompaña contactos apenas intuidos, subrayados por gemidos y gruñidos superpuestos cumplen mucho mejor su función específica que la vulgar y ritualizada lección de anatomía fisiológica.
En el fantástico porno codificado --esa sensualidad pura y fría que evoca un documental sobre la reproducción de las medusas--, se borran las miserias de escenografías pobres, voces desagradables, cuerpos torpes y tetas poco verosímiles, verrugas y puntos negros, penes desmoralizadores, uñas mal pintadas y tobillos gordos; no hay dentaduras en mal estado ni miradas o rostros demasiado vulgares para soñar. Nada de eso. El codificado permite imaginar. El deseo es constantemente estimulado y diferido, vuelve como un ataque de hipo cuando parecía escamoteado; las imágenes son apenas vislumbradas como por la puerta entreabierta que da a un cubo lleno de peces de colores distorsionados por la luz que cae sobre una mezcla de agua y aceite. La vulgaridad, la torpeza y la inevitable miseria se diluyen en un ejercicio de desesperada persecución decodificadora.
El último y perverso avatar del deporte hecho negocio es la imagen de fútbol codificada. Animal también de costumbres, el enano futbolero que nos habita --junto al fascista y el pornógrafo--, en su correspondiente bolsillo interior, ha descubierto sin sorpresa que puede disfrutar más y mejor con los fantasmas de los elegidos partidos de fútbol explícito que suministran las señales futboleras debidamente codificadas. Es decir: los cuerpos de los jugadores segmentados, el color de las camisetas distorsionado, el movimiento espasmódico que acompaña el ir y venir de una pelota invisible, subrayado por un relato reducido a rumores, a correr de muebles, cumplen mejor su función específica que el vulgar repertorio de torpezas sistematizadas en que se ha convertido un partido de fútbol argentino en vivo y en directo.
En el fantástico fútbol codificado --esa arrasada inquietud que transmiten las imágenes inestables, pero sugestivas de una sonda espacial estacionada en Marte-- se borran las miserias de las tribunas vacías, relatores insoportables, cuerpos torpes y caídas poco verosímiles, zancadillas y deslealtades, pelotazos desmoralizadores, pases mal dados e insultos individuales y a coro. En el fútbol codificado no hay remates con tres dedos a la tribuna, cambios de frente que son cambios de equipo, cabezazos con el hombro, codos en la boca, barreras movedizas que convocan al fastidio y al olvido. Nada de eso. El codificado permite imaginar. El enano futbolero puede intuir jugadores que no están, piques que acaso sean, paredes no derrumbadas antes de levantarse, toques y pisadas con sutileza y afectuoso efecto. El deseo de ver fútbol, de ver goles y aimares veloces y riquelmes pausados, y camisetas puras en medio de los colores perdidos se renueva cada vez ante las formas sueltas del codificado. A veces, como culminación de tanta ansiedad, de tanto esfuerzo decodificador siempre renovado, el futbolero sabe, puede advertir por los movimientos que hubo un gol... Y ahí, como en el porno, el espectador codificado pone lo suyo, llena los vacíos de la imagen y el sentimiento con lo que ama o desea, y el gol no será así el rebote final de una cadena de burradas, el regalo de una mala salida o la consecuencia injusta de una bandera perezosa.
El perverso fútbol codificado es lo que viene. No pagaremos para ver. Como dijo le petit Francescoli, el fútbol es invisible a los ojos.


REP

 

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