Codificados
Por Juan Sasturain
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El último
y perverso avatar del erotismo es la imagen pornográfica codificada.
Animal también de costumbres, el enano pornógrafo que nos
habita junto al fascista en sendos bolsillos interiores ha aprendido a
disfrutar con los fantasmas del sexo explícito que suministran
las señales eróticas debidamente deformadas, y ha descubierto
un nuevo placer en ello. Es decir: los cuerpos segmentados, el color distorsionado,
el movimiento rítmico que acompaña contactos apenas intuidos,
subrayados por gemidos y gruñidos superpuestos cumplen mucho mejor
su función específica que la vulgar y ritualizada lección
de anatomía fisiológica.
En el fantástico porno codificado --esa sensualidad pura y fría
que evoca un documental sobre
la reproducción de las medusas--, se borran las miserias de escenografías
pobres, voces desagradables, cuerpos torpes y tetas poco verosímiles,
verrugas y puntos negros, penes desmoralizadores, uñas mal pintadas
y tobillos gordos; no hay dentaduras en mal estado ni miradas o rostros
demasiado vulgares para soñar. Nada de eso. El codificado permite
imaginar. El deseo es constantemente estimulado y diferido, vuelve como
un ataque de hipo cuando parecía escamoteado; las imágenes
son apenas vislumbradas como por la puerta entreabierta que da a un cubo
lleno de peces de colores distorsionados por la luz que cae sobre una
mezcla de agua y aceite. La vulgaridad, la torpeza y la inevitable miseria
se diluyen en un ejercicio de desesperada persecución decodificadora.
El último y perverso avatar del deporte hecho negocio es la imagen
de fútbol codificada. Animal también de costumbres, el enano
futbolero que nos habita --junto al fascista y el pornógrafo--,
en su correspondiente bolsillo interior, ha descubierto sin sorpresa que
puede disfrutar más y mejor con los fantasmas de los elegidos partidos
de fútbol explícito que suministran las señales futboleras
debidamente codificadas. Es decir: los cuerpos de los jugadores segmentados,
el color de las camisetas distorsionado, el movimiento espasmódico
que acompaña el ir y venir de una pelota invisible, subrayado por
un relato reducido a rumores, a correr de muebles, cumplen mejor su función
específica que el vulgar repertorio de torpezas sistematizadas
en que se ha convertido un partido de fútbol argentino en vivo
y en directo.
En el fantástico fútbol codificado --esa arrasada inquietud
que transmiten las imágenes inestables, pero sugestivas de una
sonda espacial estacionada en Marte-- se borran las miserias de las tribunas
vacías, relatores insoportables, cuerpos torpes y caídas
poco verosímiles, zancadillas y deslealtades, pelotazos desmoralizadores,
pases mal dados e insultos individuales y a coro. En el fútbol
codificado no hay remates con tres dedos a la tribuna, cambios de frente
que son cambios de equipo, cabezazos con el hombro, codos en la boca,
barreras movedizas que convocan al fastidio y al olvido. Nada de eso.
El codificado permite imaginar. El enano futbolero puede intuir jugadores
que no están, piques que acaso sean, paredes no derrumbadas antes
de levantarse, toques y pisadas con sutileza y afectuoso efecto. El deseo
de ver fútbol, de ver goles y aimares veloces y riquelmes pausados,
y camisetas puras en medio de los colores perdidos se renueva cada vez
ante las formas sueltas del codificado. A veces, como culminación
de tanta ansiedad, de tanto esfuerzo decodificador siempre renovado, el
futbolero sabe, puede advertir por los movimientos que hubo un gol...
Y ahí, como en el porno, el espectador codificado pone lo suyo,
llena los vacíos de la imagen y el sentimiento con lo que ama o
desea, y el gol no será así el rebote final de una cadena
de burradas, el regalo de una mala salida o la consecuencia injusta de
una bandera perezosa.
El perverso fútbol codificado es lo que viene. No pagaremos para
ver. Como dijo le petit Francescoli, el fútbol es invisible a los
ojos.
REP
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