OPINION
Cómo
ahorrarse una desilusión
Por Martín Granovsky
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En
el distrito menos castigado de un país decadente, Aníbal
Ibarra encarna desde ayer un desafío bastante módico:
ahorrar una cuota mayor de desilusión a los porteños.
El electorado todavía espera, y tolera, al gobierno nacional.
Tiene la recóndita ilusión de que alguna vez termine
la épica de las cuentas fiscales y empiece la pelea articulada
por la creación de empleo. Pero ha perdido entusiasmo, y los
funcionarios más inteligentes del propio gobierno comienzan
a preocuparse por un bajón que se resuelve con más política
que imagen.
Ibarra tiene ventajas sobre Fernando de la Rúa. Gobernará
un distrito rico, con cuatro puntos menos de desocupación que
la media nacional, asume sabiendo qué hay y qué no en
el Estado porque compartió la gestión De la Rúa-Olivera,
no hallará cuentas públicas en rojo ni deberá
hacer una cruzada contra la corrupción de la gestión
anterior.
La Alianza ganó en diciembre como la contracara del costado
más antipático de Carlos Menem y el peronismo en crisis.
El menemismo es aún, por contraposición, su mayor capital
político. La gestión de Ibarra, en cambio, no tendrá
que oponerse a la de Olivera y De la Rúa sino que en términos
políticos representará lo que un italiano reconocería
como un cambio de la hegemonía cultural. El jefe del Ejecutivo
que gobernará el segundo distrito del país ya no será
un radical ni un delarruista sino un dirigente del Frepaso que construyó
su carrera política hilvanando tres capítulos:
Una militancia adolescente
en el movimiento estudiantil, ya en el estribo de los años
70. Ibarra fue comunista, pero sus compañeros de entonces no
lo recuerdan como un militante encerrado en el aparato, y además
ser comunista en el Colegio Nacional de Buenos Aires en 1973 o 1974
era elegir una de las opciones allí mayoritarias del menú
político. Una opción coherente, por otra parte, con
la tradición familiar. "Mi padre es republicano, pero
no español. Mi padre es febrerista", contó ayer
Ibarra en su discurso. El febrerismo fue la vertiente socialdemócrata
de la oposición a la dictadura de Alfredo Stroessner. Y la
referencia al origen de su padre como inmigrante y paraguayo sitúa
el discurso del nuevo jefe de Gobierno en una línea de tolerancia
alejada, por ejemplo, de la "invasión silenciosa"
de bolivianos y peruanos que el nuevo fascismo pregona ahora como
hipótesis de conflicto.
Un fuerte compromiso con
la transición democrática iniciada en 1983. Ibarra vivió
esa experiencia como fiscal en el sector más independiente
del Poder Judicial.
Una sintonía muy
perspicaz con la irritación producida por la corrupción
alentada desde el Estado como una verdadera ingeniería de negocios.
La experiencia política de los 70, la democratización
del '83 y la construcción de espacios a partir de la oposición
al menemismo fueron las tres claves del poderío del Frepaso.
Pero Ibarra, en su discurso de ayer, pareció ampliar el campo
de los sobreentendidos más allá de su fuerza, e incluso
de la Alianza.
"Integramos este gobierno con mujeres y varones que siempre han
creído en el sentido amplio de la democracia", dijo. "Queremos
vivir en un mundo en el que los derechos civiles, además de
garantizar la ciudadanía política, hagan efectiva la
ciudadanía social. Queremos vivir en una sociedad en la que
haya plena protección de los derechos humanos a través
del ejercicio activo de la memoria, la defensa de las víctimas
y la lucha contra las discriminaciones."
Luego marcó que "la justicia, la solidaridad social y
la igualdad son valores que sostenemos desde jóvenes",
y no como "patrimonio exclusivo de ninguna formación partidaria"
sino más bien como "una ética que une transversalmente
a un gran espacio social".
Gobernar la Capital Federal y gobernar la Argentina representan dimensiones
diferentes, pero de todos modos la Alianza es, desde ayer, más
rica y multifacética. Lo es porque aquí gobierna un
equipo con hegemonía del Frepaso, porque el delarruismo está
representado por Cecilia Felgueras y no por el balbinismo demodé
de José María García Arecha, porque las dos patas
peronistas del gabinete no apostaron a Domingo Cavallo en las últimas
elecciones, porque en el equipo hay judíos, porque hay ex presos
políticos y militantes contra la dictadura, y porque las comparaciones
siempre serán inevitables aunque Ibarra jamás aparezca
alentándolas.
Suele decirse que el desafío político de Ibarra será
la gestión de gobierno. A esta altura, sin embargo, suena tonto
decirlo. El verdadero desafío será, por una vez en la
vida, hacer algo concreto por la gente, por los barrios donde según
dijo ayer el jefe de Gobierno hay un 18 por mil de desnutridos, sin
decir a cada momento que uno es "progresista". El desafío
que asumen el Frepaso y la Alianza consiste en que el progresismo
tan meneado se articule en un gobierno que hace política, que
no les teme a los ciudadanos reunidos bajo formas de participación
directa, que no toma a Radio Diez de referencia en cuestiones de seguridad
y que concreta en planes ejecutivos su obsesión por bajar el
desempleo.
Con cada gobierno que asume en la Capital Federal se renueva la ilusión
de achicar la brecha entre Nueva York y Calcuta sin perder el encanto
de la primera ni borrar del mapa a la segunda tirando a sus habitantes
al Riachuelo como hizo Bussi con los mendigos de Tucumán.
¿Es demasiada esperanza? Puede ser, pero no tengan miedo: igual,
para desilusionarse siempre hay tiempo. |
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