Por Raúl Kollmann
"Desde el punto de vista científico existe menos del uno por
ciento de posibilidades de tener éxito en un análisis de
ADN destinado a precisar si José de San Martín era hijo
de Gregoria Matorras o de una indígena", sostiene Daniel Corach,
director del Servicio de Huellas Digitales Genéticas de la Facultad
de Farmacia y Bioquímica de la UBA. "Yo creo que puede hacerse.
Los avances más recientes en la genética tal vez permitan
determinar si San Martín tuvo una madre indígena, ya que
hay estudios sobre diversidad racial con los que sólo a partir
del ADN de San Martín se podría llegar a una conclusión",
sostiene, en cambio, Ana María Di Leonardo, titular del Banco Nacional
de Datos Genéticos, que funciona en el Hospital Durand. Se trata
de la opinión de dos de los máximos especialistas argentinos
en materia genética. La polémica entonces no es sólo
histórica sino también científica e incluso política:
esta semana la Comisión de Cultura debatirá si se hace un
ADN a los restos de San Martín para saber el verdadero origen del
Libertador. El estudio no tiene grandes costos --apenas unos 4000 pesos--
ni lleva mucho trabajo --tres o cuatro meses--, pero abrir el mausoleo
de San Martín --coinciden los políticos-- podría
provocar un escándalo de proporciones.
Todo el debate surgió a raíz del libro Don José,
escrito por José Ignacio García Hamilton, quien expone la
hipótesis de que el Libertador no era hijo del capitán don
Juan de San Martín y de Gregoria Matorras, sino que nació
de una relación ocasional entre Diego de Alvear y una indígena.
La realidad es que integrantes del Instituto Sanmartiniano --y otros historiadores--
pusieron el grito en el cielo, algunos porque sostienen que lo señalado
por García Hamilton no tiene base histórica, otros trasluciendo
una evidente postura discriminatoria: el Libertador, con sus hazañas
y su conducta, no puede ser hijo de una indígena.
Como anticipó en exclusiva Página/12, la polémica
derivó en un pedido del historiador Hugo Chumbita, quien también
cree que San Martín fue hijo de Diego de Alvear y la indígena:
que se haga un análisis de ADN del Libertador para saber su origen.
El pedido será tratado esta semana por la Comisión de Cultura
del Senado. Para Corach el problema no sólo consiste en extraer
una muestra de huesos o dientes de San Martín sino también
de Gregoria Matorras, porque justamente lo que se busca es determinar
si el prócer fue o no hijo de la esposa de Don Juan de San Martín.
"La extracción de la muestra del Libertador ya de por sí
será difícil --explica Corach--. Se trata del cuerpo de
una persona fallecida hace 150 años y del que no sabemos su estado
de conservación. Es muy posible que la humedad haya producido un
deterioro por el cual no se pueda obtener la muestra. Pero, además,
hay que obtener una muestra de Gregoria Matorras, cuyo cuerpo debe estar
aún menos conservado. Tomando en cuenta ambos factores, diría
que la posibilidad de éxito es bastante menor al uno por ciento.
Ya fuera de la opinión científica, me parece que sería
un análisis irrelevante a la luz de la obra de San Martín.
Me pregunto qué aporte real haríamos si determinamos que
es hijo legítimo de Gregoria Matorras o que es hijo de Diego de
Alvear y una indígena. De todas maneras creo que un simple intento
de mover el mausoleo produciría una tensión insostenible.
La gente está a favor de que el Libertador descanse en paz."
Respecto del cuerpo de Gregoria Matorras, la opinión pública
conoce muy poco algunos movimientos que se produjeron. Por una ley especial
que impulsó Evita Perón, los cuerpos de los padres de San
Martín, Don Juan y Gregoria Matorras, que descansaban desde hacía
más de un siglo en España, fueron traídos a la Argentina
a finales de la década del 40. Ambos quedaron en un panteón
de la Recoleta. Sin embargo, recientemente el cuerpo de Gregoria Matorras
fue llevado a la provincia de Corrientes reflotando la vieja manía
de los funcionarios argentinos de mover interminablemente los cuerpos
de un lado a otro.
Para la doctora Di Leonardo, "el estudio es factible. La muestra
habría que tomarla de los dientes. Ya se han hecho pruebas con
dientes hasta de momias egipcias, tomando las pruebas de las pulpas dentarias.
En los últimos tiempos, con la robotización y al haberse
completado la secuencia del ADN, cada vez tenemos herramientas más
finas. Es obvio que el cuerpo va a estar fuertemente degradado y además
está la cuestión de que necesitaríamos una muestra
de Gregoria Matorras. Sin embargo, yo diría que con los últimos
avances que se hicieron en materia genética, sobre todo a partir
de los estudios sobre diversidad, se podría determinar sólo
con la muestra tomada a San Martín si fue hijo o no de una indígena".
El caso San Martín produce así polémicas en todos
los terrenos. El histórico, el científico y en las próximas
semanas, el político. La realización de un ADN al cuerpo
de San Martín parece impensable. Como sostiene el doctor Corach,
la apertura del panteón produciría una convulsión
de proporciones. Aunque, como siempre, en el caso de los muertos argentinos,
nunca está dicha la última palabra.
OPINION
Por Marta Dillon
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Ladridos
Leer el editorial de La Nación del domingo 30 de julio
es una experiencia que si no fuera tan trágica podría
provocar carcajadas. Comparar los escraches --una acción
política que se impuso no sólo para la lucha de
los derechos humanos sino también para múltiples
manifestaciones sociales-- con los pogroms nazis es tan tirado
de los pelos que suena más a un histérico "no
me toquen a la nena" --en este caso a Nelly Arrieta de Blaquier,
escrachada por H.I.J.O.S. el 27 de julio-- que a un editorial
de domingo. Por falaz, no es menos grave que una vez más
se intente confundir a los victimarios con las víctimas
y que se pretenda mirar sobre una práctica por fuera de
la historia y de la ideología (sí, no es una mala
palabra), como si todos los que alguna vez marcharon con antorchas
pertenecieran al Ku Klux Klan o todas las personas que se manifiestan
marchando o llevando pancartas fueran de izquierda.
"Que la agrupación H.I.J.O.S. utilice metodologías
de antigua prosapia nazi suena a ironía --o sarcasmo--
de la historia, dada la filiación ideológica del
grupo. Aunque, si se lo mira bien, el asunto no debe sorprender:
los violentos de todos los pelajes se parecen inquietantemente
unos a otros." ¿Qué droga tomó quien
usa los mismos adjetivos para igualar a H.I.J.O.S. y a los "esbirros
de Hitler"? ¿A quién llama violentos el diario
La Nación? ¿Cómo llamarán a quienes
torturaron a una mujer en Córdoba para que deje de asistir
a los escraches? Ese macabro hecho no mereció al distinguido
diario más que unas líneas, muchas menos que las
que usó para aplicar literalmente la teoría de los
dos demonios (¿será por eso que usaron la palabra
pelaje?), que además de falsa se refiere a otra generación.
La Nación no es inocente cuando nos califica como violentos,
porque no está evaluando nuestro "simbólico
gesto de repudio" sino nuestra cuna. Nos estigmatiza por
ser hijos de quienes somos, por reclamar justicia para los nuestros.
Y olvidan que reclamamos justicia para todos.
Los escraches develan la violencia, la desenmascaran por lo que
inscriben en el mapa de la ciudad. Son una señal de alerta:
hay un asesino suelto en la esquina, en la panadería, en
la plaza. Es violento saber que las leyes nos emparejaron de este
modo, que todos podemos estar en la plaza, incluso los genocidas,
los apropiadores de niños, los torturadores. La impunidad
genera violencia y esto no es un eufemismo. La impunidad mató
a los muertos de la AMIA, a los de la Embajada de Israel, a cada
víctima del gatillo fácil, a los desaparecidos en
democracia. Reclamar que la Justicia cumpla con su deber es una
decisión política. Tomar la justicia en nuestras
manos sería otra decisión política, que no
hemos tomado ni tomaremos, como no la ha tomado ninguna de las
víctimas del terrorismo de Estado ni ningún organismo
de derechos humanos en estos casi 25 años. Parece una obviedad,
pero si hubiera justicia el escrache no tendría lugar ni
sentido.
No es extraño que el diario La Nación salte como
leche hervida cuando la escrachada es una representante de la
oligarquía a quien ellos se jactan de representar. Escrachar
a Blaquier es denunciar a los grupos económicos, es empezar
a develar los verdaderos motivos del genocidio. Y eso molesta.
Es más fácil aceptar la existencia de un torturador,
que aceptar que hay alguien que planifica sus acciones y las sostiene
económicamente. Tal vez teman que alguna vez les llegue
a ellos el momento de dar cuenta de sus actos durante la dictadura.
De sus dichos y de sus silencios. Tal vez si en los años
de plomo hubieran editorializado denunciando al menos la desaparición
de algunos de sus colegas, en lugar de ofrecerles su tribuna a
los genocidas, la historia hoy sería otra. Pero ellos también
toman decisiones políticas. Hasta ahora los escraches no
merecían más de una línea para La Nación.
De pronto, tienen importancia como para ser objeto de un editorial
el día de mayor tirada del diario. Ladran Sancho, seguiremos
cabalgando.
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