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OPINION

Chile después de Pinochet

Por Claudio Uriarte

Es posible que, cuando los 20 magistrados de la Corte Suprema de Justicia se reúnan mañana en Santiago de Chile, una mayoría confirme el desafuero del ex dictador y actual senador vitalicio Augusto Pinochet por el caso de la "Caravana de la Muerte". También es posible que eso no garantice el juzgamiento de Pinochet, que dispone de múltiples argucias legales para demorar al infinito su presentación en tribunales. Pero el desafuero en sí es simbólicamente importante para la autoestima de la sociedad civil chilena, por ser la primera vez que el dictador es desafiado por la temblorosa Justicia de su país. En este sentido, es más trascendente que el espectacular arresto de Pinochet en Londres en octubre de 1998 por orden del juez español Baltasar Garzón, y los 18 meses que pasó en prisión domiciliaria desde entonces. Claro, el desafuero de la Corte Suprema no tendría lugar de no ser por Garzón y sus 18 meses, que quebraron el mito de invulnerabilidad del Capitán General no sólo por el espectáculo ejemplificador de su reclusión y de sus patéticas tretas para quedar libre como por el hecho de que su Ejército de Chile no pudo hacer nada por él, y la derecha aggiornada de Joaquín Lavín logró obtener un 48 por ciento de los votos sólo después de despegarse de su violenta, divisiva y ensangrentada imagen.
La transición no ha terminado, pero ha empezado. La idea de una justicia plena que llegue a fondo contra los viejos represores es en parte utópica, porque en última instancia implicaría poner en estado de proceso al Ejército entero, una fuerza armada a la que sólo se podría confrontar con otra, de la que el gobierno concertacionista de Ricardo Lagos no dispone, ni quiere disponer. Por lo demás, el Ejército ha mostrado su disgusto, pero nunca obstruyó directamente la Justicia. En este sentido es cierto algo que dijeron a Página/12 en los últimos días diversos especialistas chilenos de opiniones no siempre convergentes: que la transición sólo terminará cuando los protagonistas de la represión, y en primer lugar el mismo Pinochet, hayan muerto.
Chile, de todos modos --y por estas mismas razones--, se encuentra claramente ya en el período post Pinochet. Contribuyeron a ello tanto Garzón como Lavín, tanto el Ejército como Ricardo Lagos, tanto las organizaciones de derechos humanos como el mismo Pinochet, cuyo modelo modernizador autoritario creó las mismas fuerzas políticas que terminarían negándolo, más de un cuarto de siglo después.


 

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