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El cine soviético, debajo de la revolución, la censura y Stalin

El Festival de Locarno propone lujos como esta retrospectiva de 55 películas, muchas de ellas inéditas, inclusive en Rusia.

Por Luciano Monteagudo
Desde Locarno, Suiza

t.gif (862 bytes)  En los capítulos dedicados a la desaparecida Unión Soviética, las historias del cine han consagrado tradicionalmente un puñado de films y de nombres famosos, desde El acorazado Potemkin, de Sergei Eisenstein, hasta Solaris, de Andrei Tarkovski. Pero más allá de la importancia crucial de estos cineastas y del documentado martirio del que fueron víctimas (censura, humillaciones, exilio), nunca hubo un intento serio por investigar más allá de la lista canónica de clásicos indiscutidos del cine soviético. Hasta ahora. Si hay algo de lo que se precia el Festival de Locarno es de su capacidad para descubrir nuevos talentos y producir revelaciones. Y esta nueva edición no es la excepción. Todavía está por verse qué tendencias y nuevos talentos saldrán de la competencia oficial y de las fecundas muestras paralelas, pero de lo que no cabe duda es de que la monumental retrospectiva "La otra historia del cine soviético, 1926-1968" marcará un punto de inflexión en la valoración de una cinematografía de la que solamente se conocía la punta del iceberg.
Fruto de años de trabajo e investigación conjunta por parte del crítico francés Bernard Eisenschitz y del historiador ruso Naum Klejnman (director del Museo del Cine de Moscú y el máximo especialista en la obra Eisenstein), la retrospectiva abarca casi un tercio de todo el festival, 55 films entre cortos y largometrajes, casi todos inéditos en Occidente y muchos de ellos incluso también en Rusia, donde durmieron durante décadas en las bóvedas del Gosfilmofond, el archivo estatal soviético, que conservaba rigurosamente aun aquellos títulos que la censura oficial u oficiosa resolvía eliminar de su circulación.
A diferencia del cine de Hollywood del mismo período, en el cual la compañía productora tenía siempre el control final del film y le imponía su sello identificatorio (es imposible confundir una película de la Warner con una de la MGM), en el cine soviético, en cambio, el director solía ser el máximo responsable de su película, al margen de la severa censura que pudiera sufrir después por parte del régimen. Curiosa paradoja: mientras el cine capitalista funcionaba como un aparato de producción colectiva, el cine soviético privilegiaba la individualidad del autor, su visión personal y su capacidad de reflexión teórica sobre el film. Lo que viene a exponer ahora esta retrospectiva es de qué manera, aun bajo las condiciones de vigilancia política más estricta, muchos de estos cineastas tenían un amplio margen de decisión sobre la concepción de sus películas, que después eventualmente podían no ver la luz, pero que aun así fueron conservadas para una improbable posteridad, que ahora acaba de llegar.
Es el caso, por ejemplo, de Eh, jablocko... (Eh, pequeña manzana... 1926), firmada por dos absolutos desconocidos, Leonid Oboleskij y Mijail Doller, pero que por este título, aunque más no fuera, ya deberían incorporarse a todas las historias del cine. Rodado en el mismo año que el portentoso Potemkin, este film tiene un dinamismo, una ligereza de tono y hasta un humor que viene a desmentir la idea de que el primer cine soviético revolucionario era una unidad monolítica e impenetrable. La oscuridad de más de sesenta años en que se vio sumido obedece a que el film se atreve a describir --con una extraordinaria intensidad visual-- la atomización que vivía el territorio ruso hacia 1918, cuando junto al Ejército Rojo circulaban bandas anarquistas como la que muestra el film, liderada por una mujer que haría empalidecer a cualquier revolucionaria.
Un año posterior es Prostitutka (1927), de otro desconocido, Oleg Frelih, un melodrama social menos significativo desde el punto de vista formal, pero que se anima a dar cuenta del problema que representaba, aun diez años después de consagrada la Revolución Bolchevique, la proliferación de la prostitución. A partir de la historia de tres mujeres desvalidas que no encuentran otra forma de vida, esta producción de un estudio regional de Bielorrusia pretendía llamar la atención sobre el asunto, pero según consigna el documentadísimo libro Lignes d'ombre (Líneas de sombra), que acompaña la retrospectiva, la censura de entonces consideró que se trataba de "un infortunio típicamente capitalista" y que la película no consignaba las medidas del gobierno en esta área, por lo cual fue retirada de circulación.
No fue el caso, por cierto, de Cvetuscaja junost (Juventud floreciente, 1939), un mediometraje de propaganda stalinista firmado, curiosamente, por Aleksandr Medvekin, el creador del legendario "cine-tren" de los comienzos de la revolución y que luego cayó en desgracia política. La película es, en apariencia, un mero documental de un gigantesco desfile patriótico-militar en honor de Stalin, que saluda mecánicamente desde su palco en la Plaza Roja de Moscú. Pero lo que inmediatamente llama la atención en este film --en radiantes colores presididos por un rojo subido-- es el despliegue coreográfico de las masas, que ni siquiera el delirio más febril de Busby Berkeley en la era de oro de Hollywood hubiera concebido. Esta pequeña joya del kitsch más salvaje anticipa próximos pasos de la retrospectiva, que promete un capítulo aparte para el cine musical soviético, que incluye films de directores impensados para el género, como Boris Barnet y Grigori Aleksandrov, el recordado asistente y discípulo de Eisenstein.

 

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