Por Alejandra Dandan
Rodrigo se ríe desde un poster de dos pesos. Adelante, Albina
transita paciente sus quince horas en la cola lenta, esa en la que se
aguanta más tiempo para poder tocar al Santo. "A Sanca, así
le digo --dice Albina-- le pongo su flor, que es el perejil, y todo lo
que le pido tengo." Y la mujer se vuelve síntesis involuntaria
de un fenómeno donde lo religioso se desdibuja entre el mito y
las señales de un buen negocio. Ayer Defensa Civil, que cada año
da las cifras oficiales de los convocados por San Cayetano, habló
de un millón y medio de personas, datos relativizados por quienes
se han encargado de estudiar la celebración (ver aparte). Hay muchas
súplicas mezcladas con largas horas de espera, hay exceso de productos
comerciales en un rebusque que inventa "tés gitanos"
o racimos de espigas milagrosas. Y San Cayetano --acaso aquí sí
milagrosamente-- los contiene a todos, los deglute. Página/12 intentó
delinear las diferentes facetas de ese fenómeno construido en torno
al santo, eje de un mito y de un mercado.
La iglesia de Liniers recibió ayer a los habitantes de una cola
que fue armándose a lo largo de treinta días. Por tradición,
como esas cosas que nunca vuelven a preguntarse, San Cayetano congrega
peregrinos que durante horas --días incluso-- esperan. Esperan
alcanzar la imagen del Santo, pero no para detenerse: no pueden, la demanda
lo prohíbe. Acceden como lo intenta ahora Albina Lucía de
Babe, para "poner un segundito nomás un dedo arriba del Sanca".
Tocarlo, dice.
Pero ella es sólo parte de una cola más compleja. A metros
esperan otros, acaso en número similar. Unos venden, otros son
parte de la "fila rápida". Allí Norma Vargas le
pondrá seis horas en total, calcula, en llegar a la iglesia. Pero
su ingreso no será tan santo porque el sacrificio queda segmentado
aquí en categoría horaria: cuantas menos horas de cola,
mayor distancia respecto del santo. Norma no podrá detenerse, ni
posar un dedo sobre el yeso adornado de espigas. Sólo podrá
mirarlo, eso sí, nunca a menos de cinco metros.
Fuera de la iglesia, aún hay unas veinte cuadras de cola. Como
la mujer que pide recobrar aquel trabajo en una nursery perdido hace dos
años, otros tantos llegan con pedidos que exigirán, al final,
al santo de yeso. Pero para eso falta, porque las horas se extienden a
veces demasiado. Hay tiempo para recorrer los 400 o 500 puestos de venta
que transforman el barrio en gran mercado. Hay quesos y salames que venden
dos cordobeses, pero también un agencieros provistos de Lotería.
En uno de esos puestos Albina consiguió 3000 pesos "gracias
al Sanca y le pude pagar la fiesta de casamiento de mi hija". Los
números bendecidos por la buena fortuna no hablan de la fecha santa:
"El 142, lo escuché apenas entré al negocio y el 350".
La mujer lleva quince horas de espera. Prepara dos pesos para dejar en
la colecta y cuenta en seis los entregados para autoabastecerse. Acaso
fue una de las que masticó uno de los 2500 chorizos del puesto
de Bynon al 6800. Allí no hay parrilla callejera, es una de las
tantas casas del barrio abiertas para abastecer peregrinos. Analía
Túnez está de cajera, dispuesta a facturar lo que queda
de la provisión de 15 cajas de 60 hamburguesas y los completos
de milanesa.
Muy cerca Liliana Molina cuenta que su familia estuvo un mes preparando
esos 500 platos plásticos y 500 copitas ahora adornadas con retratos
del Santo. Tienen el puesto en la calle, muy cerca de otro donde acaba
de pasar "la brigada por la primera cuota de diez pesos del día",
cuentan. Todos se mantienen cerca de la cola, lugar de privilegio para
custodiar esa espera aletargada de camino al santo.
Porque sobre la espera se especula, se hacen cuentas. Un pochoclero mide
el tiempo para pescar el momento exacto, no antes, de pintar el cartel
de rebajas.
--Esto no es como me lo pintaron --dice--, que se iba a vender una fortuna:
yo calculaba hacer 500 mangos y recién hice 200.
Walter atiende el puesto de Popcorn sobre Bynon al 6700. Para el chico
aún no es tiempo de rebajas, acaso porque no lleva los diez años
de los puesteros cobijados en el bajo autopista que hace esquina con Bonadan.
Allí Elvira escribe "imanes 2 x 1 peso" con un fibrón
trazo grueso.
El mercado del santo tiene líneas fronterizas y policía
propias. Por regla, están prohibidos los puestos antes del día
6 a las ocho de la mañana. La organización está pautada
por la iglesia, los puesteros viejos y las brigadas de la policía.
--Andá y ponete en la calle, mandate a vender y vas a ver que tenés
que arreglar.
El pibe vende tres espigas a un peso. Es uno de los nuevos: "Conseguí
entrar porque mi jermu tramitó la historia", dice. La historia
es la del rebusque, esa que excede al santo y al día del trabajo.
"Me pasaron el dato --avisa-- de que mañana hay una fiesta."
Y cuando dice fiesta no habla de noche ni de tragos:
--Es en la iglesia desatanudos.
"Una sociedad
muy enferma"
El arzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio,
aseguró ayer en la misa central del día de San Cayetano,
que "la sociedad está muy enferma, aunque con ganas
de mejorar junto con nuestros compatriotas y con ganas de dejarse
ayudar". Bergoglio cuestionó a aquellos que "dejan
a la gente despojada, golpeada y malherida, como en el pasaje
bíblico del buen samaritano" --en el que dos transeúntes
miran con indiferencia a una persona que se halla caída
en el camino-- y explicó que la clave "es no dar rodeos
ni pasar de largo".
Con la iglesia repleta de gente y una cola de más de quince
cuadras en la que se apretaban familias desesperadas por entrar,
Bergoglio insistió: "Venir aquí es una manera
de solidarizarse, de ser justos con nuestro Padre del Cielo que
nos cuida en medio de las injusticias de los hombres".
El mensaje incluyó, además, un conocido refrán:
"Ojos que no ven, corazón que no siente. Cuando no
nos acercamos, cuando miramos de lejos, las cosas no nos duelen
ni nos enternecen".
Aunque sin nombrar culpables directos, el prelado realizó
su propio diagnóstico social: "La sociedad de hoy
se encuentra muy enferma y las personas están muchas veces
como aquel hombre del Evangelio asaltado por los ladrones: desamparados,
pero igual siguen vivos y llenos de esperanzas".
|
Moyano:
"rezar y luchar"
Más que puntuales, unos minutos antes de
las once de la mañana --hora en que empezaba la misa--,
el titular de la CGT disidente, Hugo Moyano, y el diputado Saúl
Ubaldini, llegaron al santuario de San Cayetano en Liniers. Los
sindicalistas entraron por la parte posterior de la iglesia, saludaron
al cura párroco, Fernando Maletti, y se sentaron para escuchar
la misa que encabezó monseñor Bergoglio. "Es
increíble la cantidad de gente que viene, conmueve",
dijo el dirigente camionero luego de la celebración, al
tiempo que sentenció: "La gente demuestra que además
de fe hay necesidad de trabajo, ésta es la realidad que
viven muchos millones de argentinos y el Gobierno no la puede
ocultar". El líder sindicalista remarcó que
los cientos de miles de fieles que se acercaron comprueban la
urgencia del pueblo en materia de políticas para fomentar
la creación de empleos. Consultado acerca de si lo único
que pueden hacer los desocupados es orar, Moyano respondió
"rezar porque todos somos cristianos y luchar, porque no
hay otra forma".
|
INVESTIGADORES
ANALIZAN QUIENES Y POR QUE VAN
La religiosidad, más que la crisis
Por Pedro Lipcovich
De las personas que aguardan
durante semanas para tocar la imagen del santo, nueve de cada diez están
sostenidas por la fe en que Cayetano realmente sentirá su mano
cuando lo toquen. Según investigadores del fenómeno religioso
en la Argentina, la peregrinación de cada 7 de agosto, antes que
expresar sólo la desesperación de una crisis, revela "una
religiosidad que contradice la imagen de que somos un pueblo 'moderno'".
"No es sólo San Cayetano --destaca Alejandro Frigerio, investigador
del Conicet y titular de la Asociación de Cientistas Sociales de
la Religión en el Mercosur--: en la ciudad de Buenos Aires hay
cinco iglesias milagrosas, como San Pantaleón, la Medalla Milagrosa
y últimamente la Virgen Desatanudos, donde la gente peregrina y
se congrega: no es 'por la crisis' sino por un fuerte sentimiento religioso
que, sin embargo, no forma parte de la frecuente autoimagen de que somos
un pueblo 'racional' o 'moderno'."
Por otra parte, según observa Pablo Semán --antropólogo
que investiga sobre religiosidad popular en el Conicet--, "en los
últimos años, desde que la Iglesia Católica debe
competir fuertemente con otros grupos religiosos, sus resistencias al
culto a los santos son cada vez menores, y hay que decir que este culto
es bien recibido en la mayoría de los medios de comunicación:
para muchos canales de televisión, un milagro declarado por cualquier
iglesia no católica es ilusión o delirio pero, si proviene
del catolicismo, es un maravilloso acto de fe y esperanza".
La socióloga Edna Muleras participa en el Proyecto de Investigaciones
sobre Cambio Social de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, que
desde hace años estudia el fenómeno San Cayetano: "Por
de pronto, nos interesó medir realmente la cantidad de asistentes:
¿es un millón de personas, como dicen muchos medios? Un
conteo riguroso a lo largo de 24 horas nos hizo saber que no son más
de 70 mil; esta cantidad se mantiene relativamente estable en los últimos
años. El 90 por ciento de los asistentes concurre todos los años,
el resto se renueva. La mayoría son personas de edades adultas
medias; son menos los muy jóvenes o muy viejos. Dos tercios de
los asistentes son mujeres. El 90 por ciento proviene de Capital y conurbano.
En su mayoría son asalariados de la construcción, industriales,
pequeños cuentapropistas y empleadas del servicio doméstico:
básicamente, San Cayetano convoca a las fracciones trabajadoras".
Los investigadores de la UBA examinaron "el vínculo que los
asistentes tienen construido con el santo: le atribuyen características
humanas, y esto es más notorio en la fila de los que van para tocar
al santo: el 90 por ciento estima que, cuando apoyen su mano en el vidrio,
San Cayetano sentirá esa mano. Esta proporción baja al 65
por ciento entre quienes hacen la cola para sólo ver al santo,
sin tocarlo", cuenta Edna Muleras.
|