Por Julián
Gorodischer
Las tribunas de la TV conocieron tiempos mejores. Quizá las
expulsó el ocaso de los programas ómnibus, o tal vez ya
no quede lugar para los gritos de la gente en la pequeñez de los
nuevos estudios. Pero en las que sobreviven hay un sorprendente manejo
de los silencios y la euforia. Se desbordan y apagan sistemáticamente
a la orden de un asistente, con intuición para entender a los focos
que los convierten en protagonistas o las excluyen de la escena. La tribuna
calla o grita, se entusiasma cuando el ídolo llega, se resigna
a horas de hacinamiento y disfruta, en masa, del privilegio de estar del
otro lado de la pantalla.
Jueves, 14 horas, en la cola para Si lo sabe, cante. En su
esplendor, el programa jamás hubiera quebrado las reglas del vivo
y en directo. Hoy es reino de los desempleados y las amas de casa. Allí
hay conciencia de estar haciendo historia en las huestes del
programa más añejo, y todos tienen algo para recordar: un
familiar que se ganó el canario amarillo, una foto autografiada
de una secretaria en los 70... En la tribuna, una consigna empieza
a correr: No maten a José, repite el rumor. En escena,
José, con cierta debilidad mental, propone un amague de chacarera,
y Galán se ensaña. Lo hace con todo el que se preste para
clown: lo interrumpe, le pide que repita un estribillo, prolonga su actuación.
La tribuna se vuelve solidaria: Aplaudan fuerte, piden, y
José pasa a la final. Los que exalten la argentinidad y quienes
traigan una ofrenda para el conductor tendrán altas chances. Es
un patrón que impuso el conductor, y a Galán hay que obedecerlo
como a un mito vivo. Es la sumisión que sostienen los recuerdos.
Mi vieja murió mirando este programa, se emociona Rosa,
de 54, una mendocina sin trabajo que le regaló una virgencita al
conductor.
Darío y Silvia están a punto de pasar a cantar su chacarera.
Se conocieron en la puerta hace dos jueves: vuelven por los mil pesos
que los salvarían por un mes o más. Sus casas en Merlo se
están viniendo abajo, y hacen lobby repartiendo caramelos, desplegando
cortesía. Saben que de su simpatía depende el éxito
o fracaso. Lo que llega es el fracaso, porque compiten con un desaforado
que se hace el Elvis y se refriega por el piso y tira besos a las chicas
de la primera fila, un VIP que congrega a mujeres en minifalda. Será
otra vez, dice Silvia, la desplazada que nunca cuestionaría
su derrota porque el dictamen es inapelable.
Sábado, 18 horas, cuando los programas de bailanta se reproducen
en la pantalla. El estudio de Siempre sábado no tiene
nada que envidiar a la masividad del recital o la bailanta. El anuncio
de un nombre desata una avalancha. Muchas chicas querrían estar
junto al líder de Ternura cuando canta Que baile el pobre
y el ricachón, pero no se puede. El cantante es gordo, tiene
el pelo teñido de amarillo furioso y no sonríe. No tiene
carisma ni belleza, pero le dedican aullidos. Sin embargo, ese furor es
apenas un asomo de lo que llega después, con Javito. El líder
del grupo Red tiene varios clubes de fans que cantan sus letras con la
fidelidad de un religioso. Lo miran y gritan muy fuerte una sola frase:
Javito te amo. Según parece, hay un solo móvil
para estar allí durante ocho horas, sin tomar una gota o comer
un bocado para no descuidar el centímetro cuadrado conseguido:
todos se declaran enamorados de alguien.
Muero por la Gaby, cuenta Leandro, de 24, su amor por una
de las bailarinas. El chico la espera a la salida para sacarse fotos junto
a ella. En una, dice en rouge todavía fresco: Para Leandro,
con amor. Las chicas deliran por los cantantes y sus músicos
.-que practican el play back y un movimiento torpe como coreografía
o por Hernán Caire, el conductor que nunca ahorra vehemencia: Bienvenida
mi Argentina, grita cuando el programa comienza. Griselda y la
Machi lo vieron 25 veces en su rol de Macho Bus, en el programa
de Nicolás Repetto: lo grabaron y se lo muestran a todas sus amigas.
Es perfecto, coinciden.
Domingo, 18 horas: la cola para entrar a Versus empieza a
armarse. En Martínez son mayoría las adolescentes que se
preparan como para ir a bailar: se maquillan, se peinan, se piden opinión
unas a otras. Están allí por sus ídolos, que son
muy distintos a los bailanteros. Les gustan los adolescentes pasteurizados
al estilo A- Teens que el programa ofrece cada sábado. Esta vez
cantarán sólo mujeres, y ellas están decepcionadas.
Pensamos que venía Emmanuel Ortega, se queja Cinthia,
de Palermo, en el grupo de quince compañeras de colegio que esperan
desde temprano. Hasta las diez hay poco para hacer, pero una fan sabe
bien de sacrificio. Repetí el año para ver a los Backstreet
Boys, se enorgullece Mariana, que durmió en una carpa junto
al estadio de Boca. La fan está dispuesta a dejarlo todo, pero
ahora les avisan que sólo estará en el piso Gizelle DCole.
Con esta mina no nos copamos, explica Cinthia. En los cortes
se pasan teléfonos y prometen armar un boicot, una cadena que transmita
el desencanto: Hasta que no lo inviten no volvemos. El manejo
que hace Versus de su tribuna es una apuesta al estar
arriba, la euforia permanente que Marcelo Tinelli impuso como marca
de Telefé. El domingo a la noche, dice su manual, hay que reír
y gritar, nunca detenerse: lanzarse a un raid de pop latino que incluya
porras de colores y caras bonitas en las gradas. Más fuerte
es la muletilla para que nunca decaiga.
Lunes, 14.30 horas: lo de 1,2,3, out es otra cosa. El
regreso de la gran tribuna, la kermesse de los barrios, exagera
su slogan. Lo cierto es que estar allí es esperar una reivindicación.
En las gradas todos creen tener un talento no reconocido. Lucía,
de seis años, sabe hacerse la Thalía, dice su
madre. Y mueve la cadera como la mexicana. Se confunde y le dan ganas
de llorar. Si las melli la eligen para ir al frente puede
ganar plata o un electrodoméstico. A su lado hay quienes hacen
lo suyo con Michael Jackson, Madonna, Axl Rose... Dos horas después,
a Lucía no la eligieron, y llora. No vuelvo más,
promete la madre. Tenía todo para ganar, insiste mientras
sus vecinas extienden el rumor de que está todo arreglado.
La masa empieza a desconcentrarse, viejos conocidos que volverán
a verse. Al menos hasta que les toque pasar al frente y presentar el numerito.
Para un grupo de vecinos de Lugano ese tiempo no llegó. Querían
imitar a los Beatles, y ahora suben a la camioneta el vestuario que no
llegaron a usar. Pese a la odisea siguen optimistas: Es cuestión
de paciencia, explica Carlos. Hay que volver. Si uno se lo
propone, lo logra.
Sospechas en la platea
Desde que comenzó 1, 2, 3 Out, su tribuna se convirtió
en blanco de críticas. Primero se acusó a la producción
de ubicar extras disfrazados entre el público, con habilidades
para cantar, bailar o imitar, y así hacer más atractivo
el espectáculo. Lo cierto es que también los extras
se habrían llevado los premios. Y el episodio -.denunciado
por Televisión registrada quedó flotando
como puesta en duda de la legitimidad de sus concursos. El último
incidente surgió a partir del testimonio de un participante
que, tras ganar un auto imitando a Axl Rose, reveló en PAF!
que todo estaba arreglado con la producción. La producción,
en tanto, prefirió nunca referirse al tema, manteniéndose
al margen de la polémica. |
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