Por Fabián
Lebenglik
En el marco del Festival Fotográfico de la Luz, el Museo de
Arte Moderno de Buenos Aires presenta la muestra Bocas de Ceniza,
del escritor y artista plástico colombiano Juan Manuel Echavarría
(Medellín, 1947). Artista y escritor minucioso, de paso reflexivo,
Echavarría publicó dos novelas, separadas por una década:
La gran catarata (1981) y Moros en la costa (1991). Persiguiendo o,
tal vez, perseguido por la palabra justa, a mediados de la década
del 90 su mecanismo narrativo de precisión obsesiva encontró
en la fotografía y el videoarte nuevos medios,
suficientemente elocuentes como para llegar allí donde con la palabra
no había podido.
Un miércoles de ceniza escribe la uruguaya Ana Tiscornia,
curadora de la exhibición, comienzo de la cuaresma, a contracorriente
del río Magdalena, entraron los españoles a Colombia. El
día pretextó el nombre, Bocas de Ceniza, con
el que bautizaron su puerta de acceso: la desembocadura del río.
Penitencia y resurrección marcaron para siempre esa geografía...
Hoy, la corriente del Magdalena arrastra y da salida a los cuerpos de
muchos colombianos asesinados en interminables episodios de violencia.
Colombianos que mueren y no resucitan.
La muestra de Echavarría es una refinada estetización, tan
bella en su realización como trágica en sus evocaciones,
sobre naturalización de la violencia en Colombia.
En Cortes de florero, presenta una serie de fotografías
exhibidas como láminas de un tratado botánico de la época
de la Ilustración, en las que extrañas y siniestras flores,
raíces e inflorescencias están hechas de huesos. La imagen,
de una notable cualidad dibujística, se basa en el distanciamiento
clasificatorio del discurso científico positivo, a través
de ciertos usos y funciones de la biología, la antropología,
la medicina legal o la antropometría. Pero cuando esa ficción
se cruza con la historia y el presente de la necrofilia colombiana (y
latinoamericana), la taxonomía de Echavarría hace erupción,
porque la extraña ficción se vuelve un testimonio que apunta
al centro del dolor, al corazón de la tragedia. Las subespecies
que disecciona el artista son el resultado degenerativo del reino vegetal
cruzado con el reino animal y ambos engendrados por el reino de la violencia:
así, algunos de los nombres científicos registrados
en la botánica de Echavarría son putridum, afflicta, cruenta,
violata, atrox, vorax, nigrum, incisus. El artista pervierte los mecanismos
de la antropología forense y transforma los ordenamientos y reconstrucciones
de esqueletos en ficciones que, en otro plano, también echan luz
sobre la violencia estructural colombiana, el infierno cotidiano.
En Colombia explica el artista, en diálogo con Página/12
hubo una expedición botánica muy importante antes de la
Independencia, que se llamó la Expedición Botánica
de Mutis, que se inicia en 1786. Por primera vez, los españoles
estudian la fauna del Nuevo Reino de Granada, que es Colombia. Y por medio
de estos estudios entran las ideas de la Ilustración europea, los
derechos del hombre. Entonces, esta expedición no fue solamente
para dibujar la naturaleza sino para traer un aporte cultural muy importante,
porque allí se empieza a fraguar la independencia, con las primeras
gestas emancipatorias. A mí me interesó mucho asociar esta
serie con esta práctica que se le hacía a los cadáveres,
durante los años 50 en Colombia, y que los mismos campesinos
bautizaron con este nombre. Estos cortes se sucedieron durante
toda la década de los años 50. Reflejaban las luchas
intestinas de los partidos nacionales: el partido liberal y el partido
conservador. Y vale la pena notar que esto se dio en el campo, no en las
ciudades. Se trataba de una violencia rural. Es la violencia que han sufrido
los campesinos desde hace cincuenta años. En Colombia, el conflicto
es rural. Nuestros paramilitares son rurales. Cuando laguerrilla escribe
graffitis, cuando los paramilitares escriben sus graffitis, éstos
están llenos de errores ortográficos. Son personas que vienen
del campo, donde nunca ha habido escuelas. Nunca ha habido la posibilidad
de educar. Y lo que pasa en mi país es que este conflicto se volvió
un conflicto político y social, en este momento. Hay que plasmar
nuestra historia, porque yo creo que en nuestros países una de
las cosas más graves es que no tenemos conocimiento de las propias
historias. Y si no hay conocimiento de nuestras historias, repetiremos
fórmulas bárbaras.
Otra de las obras de alto impacto que se exhibe en el Museo es La
bandeja de Bolívar, una videoinstalación en la que
una bandeja de porcelana, que simboliza la República, se hace añicos
en un proceso de fragmentación hasta transformarse en un montículo
de polvo blanco que evoca la cocaína.
Cuando Bolívar logra la Independencia relata Echavarría,
mandó a hacer una vajilla conmemorativa, en la cual estuviera impresa
la siguiente leyenda: República de Colombia para siempre.
Y mi hermano me había dado esta bandeja hacía años.
La había encontrado en un anticuario y me la había regalado.
Esto tiene que ver con la situación actual de mi país, que
le ha dado a la guerrilla una parcela de tierra, que se llama San Vicente
del Caguán, en el monte. Es un lugar de mucha producción
de cocaína y pertenece al grupo de la FARC. Es un pedazo de tierra
en Colombia del tamaño de Suiza. Y allí no hay presencia
del Estado colombiano. Esto lo maneja exclusivamente la guerrilla. Entonces,
esta obra alude a la fragmentación de un país que estalla
en mil partículas.
En la serie fotográfica Mi granja/Testigo, una vaca
de mirada desorbitada está camuflada de militar/paramilitar/guerrillero.
A esta imagen le sigue una secuencia de fotos muy dinámica, movidas,
en donde la imagen de la vaca se desvanece, se hace borrosa, se transforma
en manchas abstractas.
En Colombia termina Echavarría hay un fenómeno
de mimetismo muy extraño entre guerrilla, paramilitares y ejército.
Todos se visten iguales. Todos quieren ser o aparentar lo que son los
otros. Entonces, cuando hay una masacre, nunca se sabe quién es
quién. La violencia siempre viene desde algún lugar, pero
está la paradoja de que esa violencia no tiene rostro. De allí
que me interesó sacar el símbolo. Yo soy un artista simbólico.
Me gustó extraer este símbolo del campo. Porque creo que
no hay campesino que no tenga una vaca. Estas obras aluden a la ambigüedad
entre víctima y victimario. Hay dos imágenes: la vaca fija
y ese ojo de la vaca. Para mí, ése es el ojo de la muerte...
Es el ojo que está viendo la masacre, el ojo que esta anclado
en la masacre. Es un ojo fijo, que quedó paralizado por la masacre,
por la muerte, por la violencia. La otra secuencia es más en estampida.
(En el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, San Juan 350, hasta el 20
de agosto.)
ANTORCHAS
DONA ARTE CONTEMPORANEO
Para los museos del interior
La Fundación Antorchas
ofrece en donación dos importantes conjuntos de obras de
artistas visuales argentinos a museos de arte que estén
interesados en hacer un esfuerzo para incrementar su patrimonio
y cumplir mejor su misión educativa y de conservación.
El concurso está dirigido a instituciones ubicadas fuera
de Buenos Aires. Cada museo puede postularse para recibir uno
o ambos conjuntos.
Para concursar por la donación, se requiere que los postulantes
presenten un plan de actividades a ser llevado a cabo por el museo
como contraparte de la donación y con recursos especiales
gestionados con tal propósito. Para adjudicar los conjuntos,
se tomará particularmente en cuenta la existencia y el
monto de recursos especiales de contraparte que los solicitantes
se comprometan a obtener, de fuentes públicas o privadas,
nacionales o extranjeras, para invertirlos como complemento de
las colecciones donadas. También considerará el
uso y cuidado que cada museo se proponga dar a las obras que pueda
recibir, así como, en general, al patrimonio del museo.
Se entiende por recursos de contraparte al dinero, los bienes
o servicios que el museo obtenga más allá de su
presupuesto habitual. Los recursos de contraparte pueden destinarse,
entre otras cosas, a: remodelar, ampliar o equipar la sede del
museo, adquirir nueva obra, mejorar las condiciones de exhibición,
conservación y guarda del patrimonio artístico,
realizar publicaciones, iniciar o ampliar un programa educativo,
adquirir instrumental para controlar las condiciones ambientales
y de iluminación, controlar plagas, equipar espacios para
el almacenamiento de piezas, instalar alarmas y dispositivos contra
incendios, adquirir materiales o equipos de conservación,
realizar tareas de inventario y catalogación.
Las inscripciones hacerse en persona o por correo, mediante formularios
ad hoc, hasta el 1º de septiembre de 2000, en Chile 300,
C1098AAF, Capital Federal. Bases, formularios y resultados del
concurso podrán encontrarse en el website de Antorchas:
http://www.fundantorchas.retina.ar
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