Marianne
Por Ana de Skalon
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Marianne sugirió que nos sentáramos al lado de la estufa. El comedor de nuestra casa del Bajo Belgrano estaba particularmente frío esa noche de invierno de 1974. Por un rato nos sentimos protegidas por el fuego y la perra. Hacía unos días que la Triple A había asesinado a Pablo Van Lierde, cuya casa Marianne y el Flaco compartían. Mientras esperábamos la llegada de nuestros compañeros bebiendo caña Legui, volvimos sobre los pasos del día. Y nos reímos ante la ironía del destino. La modelo de Siete Días y Gente devenida en militante montonera.
A fines de los sesenta había viajado a Francia donde vivía su abuela. Poco le duró la estadía en París, hostigada por los viejos convencionalismos familiares. Europa respiraba aires libertarios y se plegó a ellos de la mano de Paco de Lucía, el guitarrista español con quien decidió compartir unos días de su vida. Pero la tranquilidad no le duró mucho. Paco siguió su camino y Marianne se encontró sola en España y sin un peso en el bolsillo. La exportación de obras de arte en la época franquista estaba prohibida. Pero ella se las ingenió para sacar unos cuadros del país, y ganarse así un dinerillo y la amistad de un contrabandista español. Regresó a Buenos Aires, a la casa familiar de la calle Monroe, donde el garaje se había convertido en su dormitorio, ante la falta de espacio y de recursos que se disputaban entre ocho hermanos. Un comercial de Jockey Club la dibujó en blanco y negro en las pantallas de los televisores, un concurso de Siete Días la condecoró como princesa de la revista, pero ella quería algo distinto.
A pocas cuadras de su casa la Villa de Bajo Belgrano se había extendido a lo largo de varias manzanas. Un paisaje humano que le recordaba a Misiones, la tierra donde sus padres franceses se habían afincado. Las voces paraguayas y provincianas no le eran ajenas. Rápidamente se sintió cómoda entre esos niños a quienes cuidaba como maestra jardinera. Se hizo amigos entre los habitantes de los ranchos y comenzó a preocuparse por ellos. Nacía la militante.
El Flaco también andaba por la villa militando y ya se había fijado en Marianne. Pero recién repararon el uno en el otro aquel agosto de 1972, durante el velorio de Ana María Villarreal de Santucho y Eduardo Capello del ERP y de María Angélica Sabelli de las FAR. Habían ido de la villa en delegación a homenajear a los compañeros asesinados por la Marina en Trelew. Pero se fueron antes que las tanquetas de la Policía Federal bajo órdenes del comisario Alberto Villar derrumbaran el portón de la sede del Partido Justicialista en la avenida La Plata forzando su desalojo. Desde esa noche serían pareja.
El invierno de 1974 ya hace tiempo que habita en mis recuerdos. Fue mi última estación con Marianne. Al tiempo mi compañero de entonces y yo salíamos al exilio en Venezuela con nuestra hija de pocos meses. Luego el golpe del 24 de marzo de 1976. Las diarias preguntas sobre la muerte de los compañeros y amigos quedarían sin respuesta. Fue recién el 22 de agosto de 1984, a pocos días de regresar a la Argentina después de 10 años de ausencia, que me enteré que el Flaco era Daniel Rabanal. Y supe que montoneros los había trasladado a Mendoza a fines de 1975. En febrero del año siguiente Daniel cayó preso. Marianne decidió seguir militando en la zona, para estar cerca de su compañero. En junio de 1976 fue para San Juan, a donde viajó luego su madre Françoise para convencerla que saliera del país. Pero Marianne, la �Francesita�, siguió militando en un barrio de San Juan, enseñándoles francés a los chicos y recogiendo aceitunas para ganarse unos mangos. Tenía 24 años y las uñas negras por la cosecha cuando el teniente Jorge Olivera la arrancó de la bicicleta y a pesar de su feroz resistencia, los tipos de la patota la metieron a golpes en el Falcon y la desaparecieron ese 15 de octubre de 1976. Un compañero de Marianne, que laesperaba en una cita, presenció el secuestro desde lejos y no olvidó nunca aquella bicicleta que asomaba de la baulera.
Ese agosto de 1984 fuimos con Daniel a San Juan en busca de la Verdad. Antes de partir me encontré con Françoise, que me dio un terrible, imposible encargo: �Traeme los restos de Marianne�.
Esta mañana, cuando me enteré que había sido detenido en Roma el secuestrador de Marianne Erize, lloré. Después pensé a modo de consuelo en la curiosa paradoja del mayor retirado Jorge Olivera que ha intentado sabotear los juicios por la Verdad y la verdad terminó alcanzándolo en el aeropuerto de Fiumicino.
REP
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