Por Cecilia Hopkins
Concebido a partir de imágenes sobrepuestas en un raro cruce entre actuación y proyección de fotografías, 3EX es un espectáculo difícil de clasificar. El aporte de la estética propia del primer cine es tan notorio que no llama la atención que su creadora, Mariana Anghileri, estudie dirección en la Universidad del Cine, además de ser actriz (actualmente integra el elenco de Bergman y Dios que Roberto Castro está dirigiendo en el Teatro San Martín). Ferviente admiradora del expresionismo alemán, el maquillaje exagerado de los tres actores y las luces, sombras y ángulos que ganan la escena parecen haber sido puestos allí para homenajear ese capítulo de la historia de las vanguardias artísticas.
Sobre una tribuna improvisada, el espectador se enfrenta al extraño dispositivo de escena, creado por el artista plástico Roberto Fernández. Se trata de una caja negra que contiene a los tres protagonistas, iluminados por la única luz que viene de un proyector de diapositivas. Los slides imprimen imágenes sobre los mismos personajes creando formas irregulares y texturas a su alrededor, impactando directamente sobre sus rostros y vestuarios, de riguroso color negro y blanco. Y cuando las imágenes actúan a modo de telón de fondo, la presencia del actor sobre la base de las proyecciones recuerda el recurso de la Linterna Mágica, creada por el checo Josep Svoboda, en los años �40.
Una cinta de sonido que se apropia de una amplia selección de temas de Los Beatles soporta la historia que la obra cuenta, la de tres personajes (dos mujeres y un varón) que acaban de finalizar sendas historias amorosas pero sin relacionarse en un triángulo convencional. Dardo (Diego Velázquez) es el héroe romántico abandonado, mientras que Ada (Monina Bonelli) remonta su pasado desde la lectura de tarjetas postales y Ema (Paola Barrientos) sufre las represiones de la educación tradicional. El montaje de las situaciones fragmentarias -.muy marcadas por el humor y la ironía y muy precisas en su realización técnica y actoral� fue obra de la propia directora y Gustavo Tarrío, quienes trabajaron sobre el material que los propios actores generaron durante los ensayos.
El atractivo que ofrece el espectáculo se combina con el ámbito. El enorme depósito convertido en sala teatral pertenece a La fábrica Ciudad Cultural, parte a su vez de la planta de IMPA (Industrias Metalúrgicas y Plásticas Argentinas), una fábrica que los avatares económicos del país han ido reduciendo, hasta que sus operarios organizados en cooperativa decidieron en diciembre instalar allí un centro cultural, como un modo de llamar la atención a la comunidad y contribuir así a la defensa de su lugar. De este modo, no bien la fábrica da por terminadas sus actividades (allí se procesa papel de aluminio y se convierte en envoltorios y envases para productos alimentarios) comienzan a funcionar los talleres de tango, fileteado y murga. Además de las clases de gimnasia dirigidas a los propios operarios, que según reza un cartel en la entrada tienen por objetivo aliviar las contracturas propias del trabajo fabril.
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