Independencias
Por Juan Gelman
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Marcel Proust: Señora, sus libros son los de un joven Narciso con el alma llena de lujuria.
Colette: Señor, usted delira. Mi alma está llena de frijoles y panceta.
Esa respuesta de la escritora al escritor la pinta de cuerpo entero. Colette afirmó su independencia de mujer con escándalos y provocaciones. A los 20 años casó con el aspirante a escritor Henri Gauthier-Villars -seudónimo: Willy�, que la introdujo en el mundo galante y artístico de París y que tuvo además el talento suficiente para descubrir el de su mujer. De los 27 a los 30 (1900-1903) publicó sus primeras novelas, todas sobre Claudine, una especie de ingenua libertina adolescente que recorre y monologa sus aventuras amorosas sin inhibiciones. Amparó esos libros con el seudónimo de su marido: finalmente, aunque la yanqui Erica Jong piense que a las mujeres francesas siempre les ha estado permitido ser escritoras, lo de Colette todavía provocaba sobresaltos por su carga de sensualidad.
Sidonie Gabrielle Colette había nacido en un villorrio rural y su madre Sido ��el personaje más importante de mi vida�� crió a los hijos de manera poco convencional. Hija de un republicano que se autoexilió en Bruselas de una Francia monárquica, Sido se alimentó del liberalismo de entonces y era devota de El Nuevo Mundo amoroso del utopista Charles Fourier, cuya idea central es que ninguna pasión natural es perversa: lo perverso es reprimirla. �El vicio es el mal que hacemos sin placer�, diría Colette en Lo puro y lo impuro, que consideraba su obra mejor. Allí describe con precisión casi académica los tipos extraños de amor que conoció y practicó. Para esa investigadora del deseo, la liberación sexual consistía ante todo y sobre todo en la generosidad del darse y en el reconocimiento del erotismo como una forma de la amistad.
Claudine en la escuela se convirtió rápidamente en un best-seller y el París literario sabía quién era la autora. Siguieron otras dos novelas con la misma protagonista y se desató una �claudinemanía� que el matrimonio aprovechó con la misma celeridad. Willy editó tarjetas postales con la imagen de Colette en ropa de escolar como Claudine, sacó a la venta un perfume Claudine y cigarrillos Claudine; las novelas pasaron al escenario con la estrella del music-hall Polaire en el papel, y ambas salían vestidas como Claudine en compañía de Willy. Eso no fue más que empezar.Cuando se entera de que su esposo le era multitudinariamente infiel, Colette se introduce en las relaciones lesbianas, incluso con amantes de Willy.
En Claudine se va (1903), Colette adjudica su liberación como mujer a la influencia de un grupo de lesbianas de la alta sociedad, ante quienes solía bailar desnuda. Pero la escritora sabía practicar el escándalo mucho más que ellas: 90 años antes de que algo así se pudiera ver por televisión, Colette �en el escenario del Moulin Rouge� besaba apasionadamente en la boca a su amante de entonces, la marquesa de Belboeuf, Missy. Al estreno del espectáculo, especialmente invitado por su mujer, acudió Willy, que debió soportar los gritos de �cornudo� que le dedicó la audiencia.
Colette había hecho sus aprendizajes del mundo parisino no sólo en los círculos aristocráticos y artísticos en los que su marido la introdujo: se codeaba con Debussy, Valéry, Toulouse-Lautrec, herederas y herederos de grandes fortunas, el refinado Marcel Schwob era su íntimo; pero también hacía giras por burdeles y fumaderos de opio guiada por Jean Lorrain, el periodista mejor pagado de París, homosexual declarado y amigo de las lujosas cortesanas del momento. Roto su matrimonio, Colette se dedica al music-hall y al teatro, muestra sus pechos, no vacila en representar a personajes de sus novelas en obras de ocasión y gana una fama equiparable a la de Sarah Bernhardt. Sale de esa vida y del ostracismo social al casar con el barón Henry de Jouvenel, director del diario Le Matin, y se convierte en influyente crítica teatral. Esta respetabilidad dura no muchos años: a los 47 de edad se apasiona por el hijo adoptivo de su segundo esposo, un muchacho de menos de 20. En Chéri cuenta la historia.
En 1930 comienzan sus últimos 24 años de vida, relativamente serenos y productivos. Sido le había enseñado a apreciar todo lo que �germina, florece o vuela� y la escritura de Colette, que toca la maestría en sus evocaciones sensoriales de olores, sonidos, sabores, colores y texturas, revisita su infancia y el viejo amor por plantas y animales que supo expresar con la misma sensualidad que el deseo amoroso. �Nuestros compañeros perfectos nunca tienen menos de cuatro patas�, anotó antes de morir, castigada por la artritis y rodeada de gatos y una corte de admiradores. La había hecho el París de �la belle époque� y parecía �uno dijo� �un fantasma que dejó atrás tiempos mejores�.
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