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El final de Caseros, una cárcel de historia negra 

Ayer fue trasladado el último contingente de presos del penal de Caseros. Una recorrida evidenció las penosas condiciones en las que se encontraba. Antes de fin de año será dinamitado.

Dibujos en las paredes de una celda: cómo humanizar un lugar inhumano. 

�Hombres de negro� en los pasillos. Develluk y Bullrich, de recorrida.


Por Eduardo Videla

t.gif (862 bytes) Esta vez, el último no apagó la luz. En el quinto piso de la cárcel de Caseros, que alojó al contingente final de detenidos en esa unidad, quedaron las bombitas encendidas, colgando de la maraña de cables que cruzan por donde hasta hace pocas horas habitaron seres humanos. Los últimos 19 detenidos alojados en Caseros partieron ayer rumbo a la nueva cárcel de Ezeiza. En cada celda de un metro y medio por dos dejaron parte de su historia: recortes de revistas con fotos en una gama que va desde Carolina de Mónaco hasta Raquel Mancini; algún grafitti, colchones, ollas tiznadas y cortinas, el único elemento capaz de preservar un poco de intimidad en el encierro. Se cerró así la historia del edificio que batió un record de ineficiencia: inaugurado en 1979, será dinamitado antes de fin de año, después de agonizar durante casi toda su vida. Con sus muros, caerá una historia marcada por violentos motines, pero también por los más graves casos de corrupción penitenciaria. �La inauguró el dictador (Jorge Rafael) Videla y ahora la cierra el presidente (Fernando) De la Rúa�, dijo, como síntesis, la secretaria de Política Criminal, Patricia Bullrich, al recibir en forma simbólica la llave de la reja principal de la cárcel, por parte de las autoridades penitenciarias. 
En la primera celda del quinto piso, la cocina encendida y un mate todavía tibio daban testimonio de los últimos momentos de los presos en ese pabellón. De las hornallas brotaba la única dosis de calor que podía sentirse en ese piso, sin calefactores y con todas las ventanas sin vidrios, por donde se cuela el viento frío, frente a cada celda.
Los últimos presos salieron ayer a las 15.47 por el portón de la calle Pichincha, a bordo de un micro azul metalizado, con vidrios oscuros y cortinitas, rumbo a Ezeiza. Unos minutos antes, los familiares de uno de los detenidos cargaban en una camioneta una heladera y un televisor, rescatados de una de las celdas abandonadas.
Conocida como Cárcel de Caseros �nueva�, la Unidad 1 fue diseñada para alojar a 1800 internos procesados. Tiene 21 pisos, pero las celdas se ubican entre el 3º y el 18º. En ese último piso, conformado por una interminable hilera de �buzones� �celdas de 1,20 metro de ancho, cerradas por una puerta blindada� estaba destinado a los presos más peligrosos, que permanecían encerrados en esas cuevas casi todo el día. Inaugurado en abril de 1979, el edificio que pretendía ser moderno colapsó cinco años después, tras un violento motín que provocó daños en toda su estructura. Nunca lo pudieron recuperar.
�Este es el fin de una cárcel que fue símbolo de un modelo que privilegia el encierro y que no sirve para la recuperación de los presos: nadie se puede rehabilitar en un lugar donde los detenidos pasan todo el día mirando el techo, sin ver la luz del sol�, dijo a Página/12 Patricia Bullrich. La funcionaria adelantó que los 430 presos alojados en la lindera Unidad 16 �conocida como cárcel �vieja�, destinada a menores y a ex miembros de fuerzas de seguridad� serán trasladados en �un plazo de un mes�. Esos detenidos serán destinados a las cárceles nuevas de Ezeiza y Marcos Paz. En un mes, se anunció, también serán trasladados a Ezeiza los internos con trastornos mentales alojados en las unidades del Borda y el Moyano. 
En febrero de este año había en Caseros 1350 detenidos. Eran más de los que el edificio podía albergar, pues muchos sectores estaban desactivados. �A partir de ese momento se cerró el ingreso de procesados y comenzaron las derivaciones. Algunos fueron recuperando la libertad; los condenados fueron trasladados a penales del interior y del resto la mayoría fue derivada a Ezeiza y Villa Devoto�, informó Daniel Leigide, del SPF.
Como acto de despedida, Bullrich recorrió la unidad, acompañada por el titular del Servicio Penitenciario Federal, Juan Pedro Develluk, y un grupo de periodistas. De esa manera, pudo verse en qué condiciones se alojaron hasta ayer los presos en esa unidad. Cada pabellón está conformado por cuatro hileras de 36 celdas cada una. En cada piso puedenverse las huellas de los motines: donde estaban empotrados los radiadores de la calefacción, los presos abrieron boquetes en la pared de ladrillo hueco para deslizarse hacia otros pisos, suspendidos en el vacío. Fue la obra de los denominados �pitufos�, que también dejaron sus marcas en algunas celdas: pequeños boquetes por donde accedían al hueco en el que se tienden los caños maestros de agua y cloacas.
En el quinto piso, las celdas funcionaron en los últimos años sin rejas o con las puertas abiertas. Allí había lugar para una cucheta, un inodoro y un armario. Entre los fantasmas, quedaron grafitti que evocan desde los Rolling Stones hasta Jesús, fotos del Che Guevara y de Bill Gates. En medio de la basura, yacen olvidados frazadas, mesas de plástico, algún televisor blanco y negro y estufas de cuarzo. �Algunos hicieron destrozos porque no podían llevar elementos a Ezeiza�, comentó Carlos Luzuk, el último director de la cárcel de Caseros.
En cada piso, a metros de las celdas, está el patio de recreo, donde los presos recibían a las visitas. En el lugar todavía quedan improvisadas tolderías armadas con sogas y frazadas, utilizadas para consumar algunas visitas íntimas, ante la piadosa vista gorda de todos. 
Si en los pisos bajos prevalece el desorden y la mugre, en el 18 se impone la fría imagen de los �buzones�. En tres de esas celdas, un juez encontró armas escondidas, utilizadas por los presos que salían a robar en complot con agentes penitenciarios.

 

 

En el futuro, una escuela

Parte del predio donde hasta ayer funcionó la cárcel de Caseros será destinado a la construcción de una escuela pública de 2000 metros cuadrados, con una inversión de 1,5 millones de dólares, y un centro cultural, cívico y vecinal de 500 metros cuadrados, que costará 400.000 pesos. Ambos emprendimientos estarán a cargo del Gobierno de la Ciudad. El resto de los terrenos serán vendidos por el Estado para construir edificios destinados a vivienda. 
El complejo penitenciario está ubicado entre la avenida Caseros y las calles Pichincha, 15 de Noviembre de 1889 y Pasco. El edificio nuevo será demolido mediante la técnica de implosión �el mismo procedimiento utilizado en el ex albergue Warnes� mientras que el viejo también desaparecerá, aunque se preservará su fachada, por su valor histórico. 
La desaparición de la cárcel representará un cambio para los vecinos de Parque Patricios: la apertura de la calle Rondeau y la urbanización de buena parte de los terrenos le cambiará la cara a uno de los lugares más tenebrosos de Buenos Aires.

Preparando la implosión

Los presos ya no están, pero la cárcel no está vacía: adentro, personal penitenciario trabaja en el desguace del edificio, arrasando con los muebles, instalaciones, rejas y cañerías. Los materiales que estén en condiciones serán destinados a otras unidades penitenciarias, según informó la Secretaría de Política Criminal y Asuntos Penitenciarios. El resto, será vendido como chatarra, a través de una licitación del Banco Ciudad.
El desmantelamiento incluye 1174 camas, 360.000 kilos de rejas, cocinas industriales, un equipo de panadería donde se elaboraban 3600 kilos de pan por día, máquinas de imprenta, dos gimnasios, material quirúrgico, camillas y equipamiento médico y odontológico del hospital que funcionaba en la unidad. 
La implosión estará a cargo del Ejército. �Esa operación requiere quitar todas las estructuras metálicas: rejas, marcos, puertas, caños y hasta los catorce ascensores, de los cuales funcionaban solo dos�, explicó a Página/12 el alcaide Alfredo Caviacich, encargado del desguace.

 

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