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El film del realizador oriental es el más destacado de la renovación cinematográfica, un ensayo de �cinéma verité� en el que varios protagonistas son simples pobladores que ni siquiera leyeron el guión. Completan la lista �Fuera del mundo�, del italiano Giuseppe Piccioni, �Reglas de combate�, �Mi abuela es un peligro� y la argentina �Nueces para el amor�.

Teresa (Carolina Freschi) y Caterina (Margherita Buy), las dos mujeres de �Fuera del mundo�.
Una es una madre soltera que abandonó al hijo. La otra, una monja a punto de tomar los hábitos definitivos.
 

Winzhi Wei, la protagonista de �Ni uno menos� no es actriz, sino una pobladora de un pueblito chino.
Con una historia mínima, Yimou consiguió un film de un realismo y espontaneidad sorprendentes.


�NI UNO MENOS�, OTRA PELICULA NOTABLE DE ZHANG YIMOU
Recuerdos de provincia... china

Por Horacio Bernades

Dos vertientes opuestas coexisten en el cine de Zhang Yimou, sin dudas el realizador chino de más nombre en Occidente. Una de ellas, la que le ganó más reconocimiento, premios y por qué no nominaciones al Oscar, es la de películas como Sorgo rojo (1988), Ju Dou (1990), Esposas y concubinas (1992), incluso La reina de Shanghai (1995). Ambiciosas reconstrucciones históricas en las que aflora un impulso melodramático y hasta, por qué no, operístico, que Yimou acaba de hacer explícito con su puesta teatral del Turandot de Puccini. La otra línea, de un realismo contemporáneo austero y semidocumental, reconocía hasta ahora el único precedente de Qiu Ju, una mujer china (1992). Ni uno menos, que ganó el León de Oro en el último Festival de Venecia y ahora se estrena en Argentina, recoge, amplía y posiblemente mejora aquel antecedente.
La historia de Ni uno menos es de esas que pueden sintetizarse en un par de líneas. El maestro de un alejado pueblito montañés de la China profunda debe tomarse una licencia. Unica candidata a reemplazarlo, una niña, a todos los efectos la peor suplente posible. Wei Minzhi no sólo tiene casi la misma edad que el mayor de sus alumnos, sino que además carece de cualquier aptitud para la materia y ni siquiera se expresa con fluidez. Pero es ella o nadie, y será la elegida. Casi ni se pretende que enseñe: con que no deserte ni un solo niño más, basta y sobra. De allí el título. Lo que todo el mundo ignora (el espectador incluido) es que Wei Minzhi resultará uno de los personajes más tozudos que hayan dado el cine y la multimillonaria población china. Había un antecedente más o menos cercano, y era la propia Qiu Ju. De hecho, Wei Minzhi bien podría ser Qiu Ju con unos años menos, y Yimou parece señalar esa continuidad al vestir a la niña con una camisola muy parecida a la de su antecesora.
Como Qiu Ju, que removía cielo y tierra para obtener una compensación a la patada en los testículos de su marido, Wei Minzhi no parará hasta traer de vuelta a Zhang, el alumno-problema que desertó y se fue a la ciudad. Como todos los films de Yimou, Ni uno menos se organiza alrededor de ese deseo de su heroína. Ya no se trata de liberarse del marido anciano, como en Ju Dou, o de la esclavitud sexual, como en Esposas y concubinas, sino de algo mucho más simple: conseguir los 50 yuans (diez más si mantiene íntegra la dotación estudiantil) que el alcalde le prometió y no parece muy dispuesto a cumplir. El paso de la condición de víctimas de las anteriores heroínas de Yimou a las de simples sobrevivientes que tienen Qiu Ju y ahora Wei Minzhi, marca también el cambio de registro, del melodrama a la crónica realista y de la opulencia estética a la extrema austeridad. Lo que se mantiene son los apuntes sociales, en pinceladas como al agua, entre los intersticios que la censura oficial china puede dejar abiertos. 
Yimou señala el grave cuadro de deserción escolar (que una leyenda final pone en cifras que espantan) y las condiciones económicas que lo promueven. Hay una llamativa preocupación por el dinero en todos los personajes de Ni uno menos. Y que va desde los escasos yuanes que la niñacampesina quiere llevar a casa hasta la emigración de Zhang a la ciudad, pasando por la cantidad de ladrillos que habría que recoger, en una obra de las inmediaciones, para reunir el dinero para el pasaje. Se dibuja también, al fondo, el marcado contraste entre el atraso del campo y la modernización económica de la ciudad, que se expresa tanto en la omnipresencia de la televisión como en el miserable deambular de Zhang, en busca de algún mendrugo para comer. Claro que no se cargan demasiado las tintas en ello, porque allí está, vigilante, la sombra de la censura oficial, que en caso de disgusto puede llegar a �suspender� a un realizador por largos años. Algo que ya le ocurrió al propio Yimou y acaba de sucederle a Wen Jiang, premiado en Cannes y �capturado� en Pekín.
Si hay una diferencia entre Ni uno menos y Qiu Ju, viene dada por la condición de sus protagonistas. En la anterior, se trataba de una actriz, la bella entre las bellas Gong Li, que aun vestida de campesina no dejaba de emanar un aura principesca. Ahora, esa última barrera ante el realismo total queda definitivamente zanjada gracias a la presencia de Wei Minzhi y los demás. Es que esta vez y a la manera del cinéma verité, Yimou recurrió exclusivamente a actores no profesionales, gente del lugar que en muchos casos hasta conservó en la ficción su propio nombre y actividad. La protagonista es una niña campesina que se llama igual que su personaje, y otro tanto ocurre con los �actores� que representan al maestro y el alcalde. Las técnicas de cinéma verité alcanzan también la utilización de cámaras sorpresa, micrófonos ocultos, guiones que no se dan a conocer a los actores y filmaciones sin previo aviso. El resultado es de una frescura, una espontaneidad, una �sensación de realidad� absolutamente infrecuentes, reforzadas al máximo en las abundantes y graciosísimas escenas entre los chicos. Tan bulliciosas y vitales, se diría, como en una de Truffaut. Lo cual no es poco decir. 

 


 

La curiosa historia de la monja y el tintorero

Por H. B.

�¿Usted, por qué se hizo monja?�, pregunta Ernesto, agrio solterón, a la hermana Caterina, cuando el hielo entre ambos parece querer derretirse un poquito. Da la sensación de que lo que él quiere preguntar, y no se anima, es por qué se hizo monja siendo tan bonita. �¿Y usted, por qué es dueño de una tintorería?�, devuelve ella, no sin cierta picardía e intuyendo tal vez que el trabajo es, para él, algo muy parecido a lo que los hábitos para ella. Si una y otra actividad son formas del servicio o de la esclavitud, máscaras que pueden ponerse y sacarse o una simple manera de estar en el mundo, son algunas de las preguntas que Fuera del mundo se hace e invita a hacerse al espectador, siempre de modo discreto y eligiendo la línea oblicua, nunca la recta.
Quinto film del italiano Giuseppe Piccioni (n. 1953), Fuera del mundo revela a un realizador totalmente seguro de sus medios, capaz de construir un paciente guión pero también de lograr, mediante una fluida puesta en escena, que esa construcción nunca sea demasiado evidente. Gran ganadora de ese equivalente italiano del Oscar que son los David de Donatello, en casi todas las categorías principales (película, guión, actriz, montaje y producción), Fuera del mundo podría confundirse, en una mirada superficial, con una love story que no llega a serlo. Ernesto y Caterina son, podría decirse, �solteros profesionales�. El parecería atado de por vida a la tintorería que heredó del padre, vive solo en un departamento de 150 metros cuadrados y es tal su distancia de quienes lo rodean que no recuerda ni sus nombres. Las ataduras de ella prometen ser algo más duraderas. Como suele ocurrir antes de cualquier casamiento, a punto de tomar los votos definitivos Caterina duda. 
Es allí donde aparece el bebé ex macchina. Del que, por aquello del servicio al prójimo, la hermana Caterina se sentirá responsable. Buscando, buscando, dará con Ernesto, que podría ser el padre. Teresa, la mamá, es apenas una muchacha, que lo tuvo por descuido y lo abandonó. Como tres líneas llamadas a encontrarse, Caterina, Ernesto y Teresa se cruzarán, con el marco entre indiferente y ajeno de la ciudad de Milán. Una ciudad de gente insomne, aferrada a sus trabajos o esperando la llegada providencial de cualquier extraño. Desde el comienzo mismo, cuando al decálogo de la Madre Superiora se le equipara el dictum que con exagerada severidad Ernesto recalca a sus empleadas, queda planteado un conflicto entre reglas y libertad individual. Y que Piccioni significa mediante una abundancia de uniformes, desde el hábito de Caterina hasta el de camarera que en algún momento se calza Teresa, pasando por el de su novio, que es policía, o el pulóver de Ernesto en el que el bebé aparece arropado.
La otra gran línea temática de Fuera del mundo es la de las tensiones entre libertad y responsabilidad, una de cuyas expresiones son las distintas relaciones entre padres e hijos, ganadas las más de las veces por el rechazo mutuo. Buena parte del efecto de verdad de Fuera del mundo tiene que ver con las excelentes actuaciones de todo el elenco. Sobretodo, sus protagonistas. Ernesto es Silvio Orlando, que suele aparecer en películas de Nanni Moretti (en Palombella Rossa era el entrenador de waterpolo que se desgañitaba; en Aprile, el actor que padecía al propio Nanni) y Caterina es Margherita Buy, actriz fetiche de Piccioni hasta ahora desconocida en Argentina, que construye su personaje con sensibilidad y máxima discreción. Pero no es sólo cuestión de actuaciones. Piccioni suele acertar en las restantes elecciones de puesta en escena. Ver, por ejemplo, esa luz urbana que parecería empalidecer y agrisar todo lo que baña, dando su tinte a todo el film. 
Es verdad que, en algunos casos, el discurso bienintencionado de Fuera del mundo se muerde la cola, como cuando hasta los carabinieri son presentados como una familia, y que la sintonía con la película depende de cuánto comulgue el espectador con el samaritanismo. De lo que no caben dudas es del rigor casi matemático, la pudorosa sensibilidad, el honesto detallismo con que Piccioni arma este relato sobre afectos y la falta de ellos. 

 


 

UNA OLVIDABLE COMEDIA DE RAJA GOSNELL
La abuela más desagradable

Por Martín Pérez

La abuela peligrosa se llama Big Mama. Y su primer peligro es, al menos para el agente especial Malcolm Taylor, su corrida hasta el inodoro del baño. �¿Llegaré?�, se pregunta Big Mama, y por suerte el ruido recién llega cuando ya se ha sentado. Escondido detrás de las cortinas de la bañera, sin embargo, la nariz de Taylor lamenta que lo haya logrado. Ese es el primer encuentro entre Taylor, un artista del disfraz, y su objetivo a reemplazar. Porque Big Mama es la abuela de Sherry, la ex novia de un peligroso criminal, recién fugado. Por eso Taylor la está vigilando: sabe que Sherry está en camino y detrás de ella vendrá su objetivo. Pero Big Mama se irá, y alguien deberá recibir a Sherry para que su huida no continúe. Ese alguien será Taylor, personificado como Big Mama, en un papel que para Martin Lawrence es algo así como una grosera mezcla sin gracia de Mrs. Doubtfire con El profesor chiflado. 
Estrella negra en ascenso a partir de su serie televisiva �Martin�, Lawrence no está a la altura de Will Smith o Eddie Murphy. Lo suyo es menos carismático y explosivo, más cercano al mal gusto. Sin ningún desafío o atrevimiento, el humor de Mi abuela... es apenas desagradable. Y previsible, en el desarrollo ¿dramático? y en sus gags. Al lado de Lawrence aparecen un par de coprotagonistas que merecen mejor suerte que este film del ex editor Raja Gosnell (Mi pobre angelito 3): Paul Giamatti (Partes privadas) y Anthony Anderson (Romeo debe morir). Y, justo es decirlo, tal vez Lawrence también merezca mejor suerte. Porque quedar atrapado en un mundo de flatulencias, erecciones nocturnas, chistes malos y sentimentalismo es algo que no se le puede desear a nadie. 

 

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