Por Eduardo Febbro
Desde París
La Oficina francesa de Investigación de Accidentes, la BEA, presentó ayer los primeros elementos concretos para explicar la catástrofe del avión Concorde que se estrelló en las afueras de París el pasado 25 de julio provocando la muerte de 114 personas. Al cabo de un minucioso estudio de los restos del avión y de los objetos encontrados en la pista de despegue, la BEA consideró que una pieza metálica encontrada sobre la pista de donde partió el avión fue la que probablemente hizo explotar el neumático del aparato, el cual, al romperse, desencadenó �el proceso de la catástrofe�.
Los expertos de la BEA confirman los transcendidos sobre las causas del accidente. Sin embargo, a diferencia de lo sugerido antes, ahora la pieza metálica encontrada a lo largo de la pista aparece como la principal causa de la serie de desperfectos que condujeron al desenlace fatal: la explosión del neumático seguida por la proyección de los restos sobre el tanque de kerosene, la ruptura de la protección, el escape del combustible y el incendio.
Con todo, los investigadores añadieron en su informe una ambigua advertencia: si bien reconocen el papel que desempeñó la pieza metálica, cuyo origen aún se desconoce, al mismo tiempo admiten que �el proceso de los daños provocados queda por determinarse�. De hecho, los investigadores todavía no consiguieron establecer el orden de la concatenación de accidentes que, sumados, hicieron caer el avión a tierra.
Por lo pronto, los miembros de la Oficina de Investigaciones de Accidentes están seguros de que fue esa pieza metálica de 40 centímetros, que no pertenece al Concorde, la que provocó la ruptura del neumático. El gráfico expuesto por la BEA permite hacerse una idea del impacto que pudo tener la explosión del neumático en la estructura del Concorde. Los restos proyectados por el neumático del avión que corría a 300 kilómetros por hora equivalen en total a un peso de cuatro kilos lanzados en todas direcciones. De allí que varias partes del avión hayan sido afectadas. Por ejemplo, en cada ala del Concorde hay siete tanques de combustible. El neumático que explotó correspondía a la rueda izquierda junto a la cual se encuentra el tanque que se incendió, el número cinco.
Pese a estas certezas aún persisten tres dudas: la primera consiste en �retratar� al milímetro el encadenamiento de los desperfectos. La segunda atañe el origen de la pieza metálica, ya que si bien ésta no forma parte del Concorde los expertos no ubicaron su origen.
La tercera corresponde a la clara controversia que existe entre la versión de los hechos dada ayer por la BEA y la opinión más matizada manifestada por Xavier Mulot, jefe de la investigación en la GTA, Gendarmería de Transportes Aéreos. Mulot declaró anoche que no estaba �en condiciones de aseverar que había una relación de causa y efecto entre la pieza encontrada y el desenlace completo del accidente�. Visiblemente escéptico, Mulot declaró que no podía �ni confirmar ni desmentir� la versión adelantada por la BEA. En todo caso, la explicación divulgada ayer sigue siendo incompleta. El comunicado de los expertos no aclara por qué uno de los motores se descompuso ni tampoco por qué razón el segundo motor sufrió repetidas pérdidas de potencia.
Riesgos advertidos
Un estudio realizado hace dos años encontró 55 riesgos significativos en los aviones Concorde, y las aerolíneas Air France y British Airways (BA) pusieron en marcha un programa para mejorarlos que sólo se llevó a cabo hasta la mitad. El estudio aclara expresamente que estas fallas podrían llevar al comienzo del fuego y a otros problemas catastróficos como una avería en las turbinas. Así lo reveló la revista científica New Scientist en su última edición. La investigación fue encargada por BA con la intención de mantener en el aire a estos aviones de 30 años de antigüedad, por lo menos hasta el año 2012. Pero, al parecer, la trayectoria de los supersónicos no va a ser tan larga. |
opinion
Por Silvia Quadrelli * |
Favaloro y el sistema de salud
La muerte del Dr. Favaloro nos conmueve a todos, más allá de su notoriedad, como debe conmover la muerte de cualquier ser humano, especialmente cuando ha decidido voluntariamente acabar con su vida. Era un científico prestigioso y una persona de bien. Era además un médico y, como tal, tuvo la oportunidad de mejorar la vida de muchísimas personas. Es razonable entonces que su trágica muerte cause una gran turbación en el corazón de muchos argentinos.
Sin embargo, sería penoso que esta legítima emoción y la justa valoración de sus cualidades confundieran el juicio de nuestra sociedad sobre temas que exceden ampliamente su figura y la situación de la institución que había fundado.
Ni la indiferencia de la sociedad argentina mató al Dr. Favaloro, ni los funcionarios del Estado tiraron del gatillo que terminó su vida. Más allá de cuánto haya influido la situación financiera de la Fundación en la privadísima decisión del Dr. Favaloro, es peligroso adjudicar al Estado y a los miembros de una sociedad responsabilidades que no tienen y que, de esa manera, sólo diluyen las que sí realmente tienen y desatienden.
La tarea de los médicos es atender pacientes y casi todos dedicamos toda nuestra vida a ello. Pero no a todos los médicos les toca ejercer su profesión en las mismas condiciones. En esta Argentina con demasiados pobres, muchos médicos se dedican íntegramente, por vocación o por necesidad, a atender a poblaciones carenciadas. Médicos rurales, salitas de primeros auxilios, hospitales del conurbano, centros sanitarios de zonas marginales. No todos son buenos, ni todos quieren estar allí. Pero conferir una estatura moral especial a quienes pasaron algunos años por esta experiencia y luego pudieron optar y decidieron irse quizá sea olvidarse de estos verdaderos médicos de pobres y aumentarles la sensación de abandono que los acompaña cada día.
El Dr. Favaloro era un excelente cirujano. Y cuando volvió al país debió decidir dónde ejercer las valiosas habilidades adquiridas. Y decidió, con todo derecho, ejercerla en el ámbito de las instituciones privadas. Pudo haber decidido volcar su experiencia en el hospital público, íntegramente destinado a la atención de pacientes sin recursos. Pero nunca lo hizo. Seguramente consideró que ese ámbito no le garantizaba la provisión de los elementos necesarios. Optar por el ámbito privado no lo hacía ni mejor ni peor persona. Pero le obligaba a aceptar las reglas de juego de las instituciones privadas, al mismo tiempo que le confería el confort y las retribuciones de las mismas.
Miles de médicos argentinos trabajan a diario en los hospitales públicos, cobrando magros o ningún salario, dedicados a atender pacientes indigentes, debiendo estirar interminablemente su jornada de trabajo para compensar en las restantes horas sus ingresos mediante la práctica privada. De la misma manera, miles de profesionales de todas las disciplinas dejan su vida (literalmente) en las universidades públicas por salarios que oscilan mayoritariamente entre los 60 y los 200 pesos mensuales para dedicarse a enseñar a alumnos que acceden gratuitamente y sostener así la tradición de un país orgulloso de su movilidad social a punto de partida de una educación libre y gratuita.
Estos médicos, docentes e investigadores tampoco son filántropos. Están devolviéndole a una sociedad que les dio a ellos (como al Dr. Favaloro) la oportunidad de acceder a una universidad gratuita y prestigiosa, lo que recibieron de ella. Pero ellos sí, sin ser héroes son responsabilidad del Estado y de la sociedad porque sostienen y recomponen esta cadena de solidaridad social que permite el mantenimiento de las instituciones del Estado y el acceso para todos a la salud y al conocimiento. Muchos de ellos también pudieron elegir. Y eligieron quedarse en los viejosedificios destartalados y con las magras remuneraciones del Estado porque creían y creen en un proyecto de país para todos.
La Fundación Favaloro es una institución prestigiosa y meritoria. Y además privada. Cuyo destino, asignación de recursos y administración es decidida íntegramente por manos privadas, sin lugar para la opinión de actores externos. Y por tanto no es responsabilidad del Estado. Pese a ello (y no sin generar controversia) desde su creación (con el primer subsidio que le entregó la dictadura militar) el Estado apoyó financieramente a la Fundación Favaloro con fuertes aportes. También el Estado eligió. Pudo haber elegido destinar esos recursos a los hospitales públicos (su responsabilidad primaria), donde casi todos los pacientes son indigentes, y eligió hacerlo hacia una institución privada que se reservaba el derecho de decidir quiénes de los que no podían pagar serían los beneficiarios de su �atención a indigentes�. Proporción muy limitada, por otra parte, teniendo en cuenta la enorme inversión de recursos que el Estado hizo en la Fundación Favaloro y que excedía ampliamente el costo que le hubiera significado pagar por la atención de cada uno de estos indigentes.
La crisis del sistema de salud de la Argentina es obvia y la situación de desfinanciamiento de las obras sociales afecta a todas las instituciones públicas y privadas. Resolver este sistema ineficiente y corrupto es sí una responsabilidad del Estado, pero no para sanear las finanzas de la Fundación Favaloro, sino para pagar la deuda que tiene con todos los argentinos, que es crear un sistema de salud con justicia y equidad para todos.
(*) Médica del Instituto Investigaciones Médicas - Universidad de Buenos Aires |
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