Por Pablo Rodríguez
Luis María Argaña fue asesinado en marzo del año pasado. Esa es la razón última de que haya cosas tan raras en Paraguay como �elecciones vicepresidenciales� en el día de hoy. El mismo Argaña, entonces vicepresidente del Paraguay y líder político indiscutido, fue ahora �inmortalizado� por efecto de las balas, pero en vida nunca fue un santo. Cuando era el cerebro de los últimos años de la dictadura de Alfredo Stroessner, se jactó de que el Partido Colorado, un equivalente del PRI mexicano en el Cono Sur, podía presentar como candidato al Pato Donald, que igual ganaba. La ironía del destino: hoy el liberal Julio César Franco está muy cerca de derrotar a uno de los hijos de Argaña, Félix, a quien sin duda se lo puede comparar con el personaje de Walt Disney. La derrota del Pato Donald no sería grave para el Partido Colorado, porque el vicepresidente no tiene demasiado poder; pero sí puede significar el comienzo del fin del modo en que vivió Paraguay política, económica y socialmente por lo menos en 50 años. Y, en parte, esto también depende del archiultraenemigo número uno de este gobierno: el ex general Lino Oviedo.
El Partido Revolucionario Institucional (PRI) gobernó México durante 71 años y hace poco más de un mes fue derrotado por el empresario Vicente Fox. El Partido Colorado lleva en el poder 50 años y puede perder una elección por primera vez. Tanto el PRI como el Partido Colorado fueron adalides del modelo de un partido-Estado. Pero aquí se acaban las comparaciones. Paraguay no es México, el Partido Colorado no es el PRI, Yoyito Franco no es Vicente Fox y en México no hay ningún Lino Oviedo. El PRI mexicano funcionó en un sistema de partido único (sólo admitió partidos de oposición hace poco más de 10 años), adaptándose a las circunstancias (supo ser nacionalista, anticomunista o neoliberal), y todo eso al frente del país más importante económicamente en América latina detrás de Brasil. El Partido Colorado tiene otra manera de perpetuarse en un país que no es grande y poderoso sino pequeño y pobre. Primero fue una dictadura abierta y unipersonal al mando del general Alfredo Stroessner (1954-1989), luego un clientelismo de lo más ramplón para asegurarse triunfos electorales, y todo regado por fondos provenientes de dos factores económicos: el contrabando y la represa hidroeléctrica de Itaipú, compartida con Brasil. Analistas políticos paraguayos consideran que el tembladeral político y económico paraguayo procede de que su clase política es una �cleptocracia� donde �los barones de Itaipú� (ingenieros enriquecidos por la construcción de la represa) y los líderes del contrabando y el narcotráfico, como Lino Oviedo, se pelean por la torta.
Esta �cleptocracia� comenzó su disputa a los pocos años del derrocamiento de Stroessner. La familia unida colorada se desintegró cuando en 1996 el jefe del Ejército, Lino Oviedo, decidió encarar su propio proyecto político y desobedeció el mando de su presidente Juan Carlos Wasmosy, un barón de Itaipú. Entre Wasmosy y Oviedo estaba Luis María Argaña, único heredero legítimo de Stroessner. La pelea entre los tres continuó hasta que Argaña decidió aliarse con Wasmosy sólo para acabar con Oviedo. Esto puede explicar la histeria anti Oviedo que domina a la clase política paraguaya. Más allá de su indudable perfil golpista y de su completa irresponsabilidad política, Oviedo, acusado y casi condenado sin juicio por el crimen de Luis María Argaña, es el perfecto chivo expiatorio para un argañismo que tiene el poder pero que no sabe hacer otra cosa con él que lo que hizo en los años de Stroessner.
A diferencia de México, el Partido-Estado-Colorado sí tuvo oposición durante muchos años. El Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA) supo enfrentar la dictadura de Stroessner, pero fue equívoco cuando estallaron los colorados. Colaboró en la histeria antioviedista y hasta se alió a los herederos de Stroessner en el llamado �gobierno de unidad nacional�. Pero tuvo que irse del gobierno por cuotas de poder que nunca llegaban y ahora denuncia a este gobierno como el feudo de los Argaña. La paradoja secompleta con el apoyo que el propio Oviedo brinda ahora a los liberales que no dudan (o no dudaban) en calificarlo como �un asesino�.
En medio de la conmoción por el crimen de Argaña y los jóvenes muertos en la plaza central de Asunción, liberales y encuentristas apoyaron la dudosa interpretación que el gobierno hizo de la Constitución para el caso de acefalía (el vicepresidente Argaña estaba muerto y el presidente Raúl Cubas exiliado en Brasil por su supuesta participación en el crimen y su responsabilidad en la crisis de marzo). En lugar de elecciones generales, la Corte Suprema avaló que el presidente del Senado, Luis González Macchi, completara el mandato hasta el 2003. Y ahora, el liberal Yoyito Franco discute la legitimidad del actual gobierno y se declara �la voz del pueblo� en el futuro gabinete, aunque dice que no reclamará la presidencia en caso de que triunfe. Liberales y encuentristas alegan al respecto que en marzo del año pasado el clima no estaba para una convocatoria a elecciones y que eligieron el mal menor.
En la actualidad el gobierno sufre una enorme crisis de credibilidad y el partido-Estado no sabe cómo reaccionar en un contexto para el que no tiene reflejos. Quiere realizar una reforma del Estado porque (Mercosur y Brasil mediante) el modelo de vivir del contrabando está en crisis y se necesita plata fresca. Pero a la vez no puede cambiar lo que constituye la base de su poder. No tiene dirigentes jóvenes que tengan alguna idea de cómo salir de esta situación. Y en este contexto, el PLRA puede representar el cambio: en su prédica liberal, la libertad política siempre iba de la mano de la económica, y la reforma del Estado es parte de la plataforma del partido. Sobre todo, porque del Estado vivieron los colorados.
Félix Argaña no cree que las cosas estén tan cambiadas en Paraguay. Si bien acepta que la crisis política y económica existe, piensa que los seguidores de Oviedo votarán por él �porque en definitiva somos todos colorados�, como si aquella triple guerra entre Wasmosy, Oviedo y su propio padre no hubiera dejado ninguna marca. Quizás ese �tradicionalismo colorado� esté vigente. Y también esté vigente el fraude electoral.
Aun así, es prematuro subestimar a Oviedo, un líder que alguna vez fue popular y que, desde Brasilia, sigue poniendo fichas aquí y allá (el apoyo a Yoyito Franco es una muestra de ello) y obliga a mirar fuera del país para entender lo que pasa dentro, como supo hacer Perón en su momento. Otra vez, los analistas políticos locales, como Carlos Martini o José Nicolás Morínigo, dicen que es un disparate comparar a Oviedo con Perón y que el líder paraguayo no pasa de ser un mafioso pistolero. El problema es que en Paraguay todos parecen ser mafiosos. Y si el Pato Donald pierde, todo dependerá de que Yoyito Franco se saque el disfraz del Ratón Mickey y, por fuera del Partido Colorado, Paraguay comience a dejar de ser Disneylandia.
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