Por Eduardo Fabregat
Desde Tilcara, Jujuy
La palabra es magia. Podría apelarse a un multitud de adjetivos, pero lo que hizo Divididos en el Pucará de Tilcara tiene estrecha relación con lo inexplicable, con ese momento en que todo se combina, todo cierra, todo tiene sentido. Hasta la fusión del rock más crudo y potente y la música de la Puna profunda. Hasta la materialización de fans venidos de todas partes, y ardientes seguidores de Divididos de rasgos indiscutiblemente indígenas. La historia particular de Ricardo Mollo, Diego Arnedo y Jorge Araujo registró ayer otra página para un largo recuerdo, una serie de momentos imborrables y otro triunfo en su plan de nuevos desafíos. Primero fue un show en la FM Supernova, hace un mes, en el que despojaron a sus canciones de la carnadura rockera habitual y les dieron un clima hipnótico. Ayer, el escenario fue el Pucará, frente a algo más de 1500 personas y con un marco imponente, que entregó postales inolvidables a lo largo de dos horas y cuarenta minutos de festín. Pero Divididos no descansó en la facilidad de repetir aquella apuesta. Y ése fue uno de los mayores encantos.
El show, realizado en el marco del ciclo Turismo Cultural de la Secretaría de Cultura de la Nación, tuvo su origen en el actual romance de Mollo con la localidad de Tilcara. Desde hace un tiempo, el guitarrista y cantante se está relacionando con el lugar y su música, y de esa relación fue surgiendo la lista de invitados que convirtió al espectáculo de Divididos en otra cosa. Tan diferente como para empezar a abrochar la jornada con �Mañana en el Abasto�, nada menos, con Fortunato Ramos haciendo balancear su erke en el aire: Sumo en versión erke, charango y bombo. O el combativo indigenista Tukuta Gordillo poniendo clima a �Los hombres huecos�. O Jaime Torres, un invitado habitual, erizando la piel en �Qué ves�. O Verónica Condomí, protagonista de un dúo vocal con Mollo para �Vientito de Tucumán� que pareció detener el tiempo. O, incluso, esa hilarante introducción hablada y musical a cargo de las Hermanas Cari, dos comadres coyas que mostraron a partes iguales humor para observar a Divididos y acidez para describir a los políticos que las visitan. O ese final �uno de tantos, en rigor� con el Grupo Chakra y sus aerófonos involucrando al trío en un carnavalito energético. Y detrás, siempre, la imponencia de los cerros de Tilcara, las ruinas del Pucará, los cactus elevándose al cielo con la música.
Entre la gente que se acercó a Jujuy parecía primar esa sensación de que no había que perderse semejante oferta. No es novedad la tendencia folklórica de Divididos, pero era aquí donde las cosas podían calzar como nunca antes. Por eso la efervescencia de los pibes que venían de San Salvador de Jujuy o Salta, pero también de Rosario, de Olavarría, de San Miguel, de Villa Bosch o de Caseros, la procedencia de esa bandera celeste y blanca que Mollo desplegó en el escenario, y que rezaba �Divididos, elsonido de mi país�. Quizá la síntesis más perfecta, porque así como el trío (que llega a cinco con los actuales aportes de Tito Fargo y Alambre González) supo amalgamar a la perfección su arte con el de esos músicos anónimos que desfilaban por la escena, también dio un generoso espacio a eso que estuvo ausente en el show de Supernova. Eso que le valió el apodo de la aplanadora.
Aplanadora fue en el comienzo, cuando el sol partía las cabezas y la seguidilla de �Casi estatua�, �Tomando mate en La Paz�, �Haciendo cosas raras� y �Elefantes en Europa� pareció desmentir que ésta iba a ser la cita más folklórica del grupo. Aplanadora, también, fue en el final, cuando títulos como �Rasputín�, �Paraguay� y especialmente �Cielito lindo� y el popurrí de Sumo desataron los pogos más salvajes, levantando una polvareda que lo tapó todo. Pero en el medio todo fue un raro viaje, una experiencia en la que se borró todo límite musical y hubo lugar para que Mollo emocionara cantando una canción de Ricardo Vilca, pero también para que el charanguista Eliseo quedara envuelto en la furia de �Nene de antes� y no desentonara en absoluto.
Tilcara, en tanto, se mostraba revolucionada. Baste el dato de que en la localidad viven apenas 3 mil personas: el aquelarre, vigilado por un centenar de policías, ofrecía los contrastes de chicas y muchachos con remeras del grupo, de La Renga y Almafuerte, conviviendo con chicos de la Puna que ofrecían empanadas y tamales a 25 centavos la pieza, integrantes de la producción charlando con ancianos que parecen haberlo visto todo, la sonrisa de Jaime Torres y la apostura casi marciana de Arnedo para estos pagos. Un Arnedo a quien se pudo ver sonreír ampliamente entre ponchos rojos y negros, pulsando el seco sonido de su bajo en combinación con los sikus que lo rodeaban.
Ese fue el punto central de la cita: en el mismo lugar en el que, hace poco menos de quince años, el Soda Stereo de raros peinados nuevos registró el video de �Cuando pase el temblor�, nada de lo que hizo Divididos sonó forzado, traído de los pelos o producto de un capricho trasnochado. Así lo vivieron los mismos músicos, como pudo comprobarse en el buen humor de Mollo, sólo alterado por la insistencia de un pibe en que le cambiara la remera en ese mismo momento, y aunque el guitarrista estuviera intentando tocar. Así, también, lo vivió esa gente que transformó durante todo el sábado la geografía del Pucará, que siguió pidiendo temas aun cuando habían pasado dos horas y media de show, y que sólo se dio por conforme cuando el popurrí de la banda del Pelado (con una relajante introducción de �El ojo blindado� en versión reggae) saludó a la luna que se asomaba sobre el cerro a pura electricidad. Final de un momento de gloria musical para un grupo que cada día disfruta más abrazar el riesgo. Quizá por eso haya resultados como éste.
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