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subrayado 
Por Julio Nudler
Economistas en eclipse

 

Ocho meses después de haber llenado de economistas su gabinete, a De la Rúa no pueden quedarle dudas de que si algo no funciona es la economía. La consecuencia de este fracaso económico del país, que sigue estancado mientras el mundo crece, es que una espesa sombra de desprestigio va embozando a los economistas, que han perdido casi toda credibilidad. Nadie sabe a esta altura para qué le sirve al Presidente haber puesto en manos de economistas Defensa, Educación, Cancillería y la SIDE si no por ello cuenta, siquiera, con una figura de recambio para Economía, alguien que suscite una esperanza de resurrección. La extensa cofradía de los economistas, de dentro y fuera de la Alianza, han bajado pudorosamente la voz. A ninguno se le ocurre proponer una salida creíble, salvo que el ejercicio obligado de la crítica los obligue a cuestionar por deporte a Machinea. Pero ninguno de ellos logra ilusionar a sus oyentes. Nadie piensa que éste o aquél lo haría mejor. Pese a haber recibido un enorme respaldo del poder político, el equipo económico no consiguió justificar el sueldo que cobra. Junto con el prestigio, a los economistas se les escurrió la fama, buena o mala. El ministro de Economía es hoy una figura oscura, casi ignorada por el grueso de la población. Desde esa dilución de su imagen, a Machinea le costaría mucho infundir alguna expectativa en la gente. Ha intentado inyectar fe en alguna que otra ocasión, pero sus tiros nunca llegaron al arco. Están muy lejos aquellos tiempos en que un ministro económico, fuese Alsogaray o Cavallo, era más importante que el propio presidente. El público los maldecía o reverenciaba, sintiendo bronca, odio o confianza ante sus mensajes, pero no la desdeñosa indiferencia actual. Pese a que la economía sigue siendo el principal problema nacional, los economistas han dejado de contar. El país es como un enfermo que ya no cree más en los médicos. El mismo eclipse oscureció a los gurúes económicos y sus consultoras, que siguen intentando representar el pensamiento de los grandes empresarios mientras a su alrededor desaparece la Bolsa, las transnacionales prescinden de ellos, el establishment se trenza en peleas intersectoriales y los vaticinios sobre si el PBI crecerá 1,5 o 2 por ciento suscitan tanto interés como un campeonato de ludo. En 1971 el general Lanusse disolvió el Ministerio de Economía por ser éste �según creía� el responsable de la crisis. Era una manera, ciertamente sui generis, de reconocer su importancia. Hoy Economía no da ni para disolverlo.


 

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