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Por Sol Alameda
--En un escenario más grande, hago lo mismo que hacía en Italia. --Su estrategia para
acabar con la mafia resultó un éxito. ¿Qué aprendió de esa
experiencia?
--En primer lugar, que no hay enemigo imbatible. Cuando empecé mi
carrera en el servicio público en Italia, en los años ochenta, todos
pensaban que la mafia no era sólo una fuerza militar y violenta, sino
además una fuerza cultural que estaba en la cabeza de la gente, y que era
muy difícil cambiar la mentalidad de las personas. Pero yo pensaba que
las culturas también podían cambiarse, y en el plazo de 10 años --al
principio éramos un grupo muy pequeño-- conseguimos transformar por
completo la situación. Mi problema, en los años ochenta, fue convencer a
los italianos de que la mafia era un hecho histórico, con su comienzo y
su desarrollo, y que debía terminar, como tantos otros hechos históricos.
Todos pensaban que era imposible. Ahora mi problema, cuando hablo con un
italiano, es convencerlo de que la mafia sigue existiendo. Se piensa que
ha sido derrotada, y que los que llevaron a cabo esa labor han pasado a
ser inútiles, son como los héroes de una guerra victoriosa. No es
cierto, pero sí lo es que la situación ha cambiado totalmente. --¿Así que la mafia no
controlaba Italia?
--Nunca creí que la mafia controlara Italia, ni que la economía
mafiosa era más fuerte que la economía legal. Siempre he trabajado en
contacto con la realidad y los datos. Y éstos me decían que el mercado
criminal en Italia no representaba el 40 por ciento del PIB, sino el 4 por
ciento. Había una exageración; las cifras se multiplicaban por 10. En un
momento empezó a decirse que la ciudad de Verona se había convertido en
la Bangkok italiana: que la droga mandaba, que había decenas de miles de
consumidores y que el volumen de ventas de la droga tenía una dimensión
equiparable al volumen de ventas legal. Hice indagaciones y descubrí que
las cifras se habían exagerado en más de 1000 por ciento; el mercado de
la droga en Verona era 10 veces más pequeño de lo que sostenían todos
en la ciudad... --Entonces, ¿de dónde
proviene esa imagen de grandeza de la mafia?
--Forma parte de la imaginación colectiva. A la gente le gusta
pensarlo; a los medios de comunicación, muchas veces, también. Uno ocupa
más titulares cuando dice que la mafia en Italia representa 100 billones
de dólares. Como los medios masivos tienen cada vez más influencia en la
política y en las fuerzas del orden, la consecuencia es que éstas
centran su atención en un problema determinado y una situación concreta.
Es un círculo vicioso, porque las dos cosas se fuerzan mutuamente. --Falcone dijo: "No
podremos acabar con la mafia, pero sería muy bueno dejarla en unos límites
pequeños". ¿Es esto lo que ha pasado realmente?
--Sí. La mafia sigue existiendo, y en Sicilia sigue siendo
importante. Pero ha perdido, para empezar, el apoyo de la población. Si
uno va hoy a Palermo, no ve ninguna diferencia sustancial entre ella y
cualquier otra ciudad del sur de Italia. Ya no hay asesinatos en Palermo.
En los cinco últimos años quizá haya habido dos o tres, y a principios
de los ochenta era normal encontrarse con 100 o 150. El precio pagado para
lograr esa normalidad ha sido muy alto. Pasar la página puede ser la base
para encontrarnos con sorpresas amargas en el futuro. Quizás, ojalá, no
haya tragedias como las de los años ochenta y primeros noventa, cuando
los carteles mafiosos pensaron que podían enfrentarse al Estado. Ese
intento fracasó. Tanto en Italia como en Colombia o en el sureste asiático,
los grandes carteles criminales salieron derrotados. --Acabar con los grandes
carteles internacionales parece más difícil que hacerlo con la mafia
italiana. ¿Lo es?
--La mafia italiana era más difícil porque actuaba en un país
desarrollado y tenía un control de la política ramificado y complejo. No
hay comparación posible entre las redes que tenía la mafia siciliana,
sus contactos con los políticos y el gobierno italiano y, por ejemplo, la
mafia colombiana o la mafia albanesa actual. Yo hice el cálculo de todos
los parlamentarios sicilianos vinculados a la mafia en todas las
elecciones celebradas a partir de 1947: como media, del 30 por ciento al
50 por ciento de los políticos sicilianos elegidos al Parlamento nacional
eran, o bien mafiosos propiamente dichos, miembros de Cosa Nostra, o bien
personas que tenían estrechos vínculos orgánicos con la mafia. Esto,
con los datos que conocemos. Seguramente, las cifras reales son mucho
mayores. --¿Andreotti era
culpable?
--Andreotti no es culpable, lo ha dicho un tribunal (risas). Lo ha
dicho un tribunal de primera instancia. Y todo ciudadano es inocente hasta
que no haya una sentencia definitiva. Por tanto, hay que esperar a la
sentencia definitiva para ver si las acusaciones de los magistrados de
Palermo son ciertas o no. --Esa lucha, con Falcone
y Borsellino, estuvo llena de peligro, pero fue fascinante.
--Yo no cambiaría nada de lo que hice. La única diferencia entre
estos amigos y yo es que fui más afortunado, porque estoy vivo y le puedo
contar estas cosas. Sólo quedamos dos con vida; el otro es el senador
Ayala. --¿Tuvo que abandonar
Italia?
--No. Era senador por Florencia, pero tuve esta oferta del
secretario general. Le dije a Kofi Annan que estaba encantado de
incorporarme a la ONU, pero que, dado que ya conocía la ONU, no estaba
dispuesto a venir para ejercer de burócrata. "Voy a Naciones Unidas
porque sé que está usted comenzando un programa de reformas, de
transformación de la organización, y deseo formar parte de ese
cambio". --Pero en Italia corría
peligro, ¿no?
--Sí, y todavía lo corro. La mafia no olvida ni perdona. --A Falcone le pregunté:
"¿Usted cree que la mafia lo matará?". Y él, sonriendo, me
respondió: "Sí, lo único que ignoro es cuándo lo hará".
Pensé que había algo presuntuoso en su respuesta. Pero cuando lo
mataron, me quedé...
--Cuando la mafia dice que mata... La mafia mata de forma muy
profesional, y eso no deja de tener ciertos aspectos positivos, como el
hecho de que la víctima no queda nunca herida. Pero también estamos
nosotros, y contamos con nuestras armas. La mafia mata cuando se siente
fuerte, cuando sabe que lo puede hacer o cuando se encuentra en situación
de necesidad. La mafia siciliana, la Cosa Nostra, a diferencia de otras,
mata a sus enemigos basándose en una especie de código cultural, cosa
que da ventaja respecto de otras formaciones criminales. Por ejemplo, es
raro que mate a familiares. Todos los que hemos luchado contra la mafia
sabemos que eso es importante. Porque nos permite trabajar. La amenaza
contra la familia es una amenaza insoportable. Falcone decía muchas
veces: "Yo puedo hacer esto porque no tengo hijos y porque mi mujer
es una magistrada que me apoya por completo". La colombiana o las asiáticas
tienen una actitud distinta. Son formaciones criminales de una ferocidad
inaudita. --¿Y la mafia rusa?
--La opinión pública las llamas mafias, pero son poquísimos los
grupos criminales en Rusia que se parecen a los grupos criminales
italianos o chinos. Apenas el 10 por ciento del crimen ruso puede ser
considerada mafia, tomando como criterios las redes internacionales, la
protección política y la fuerza económica. En Rusia no hay 30.000
grupos mafiosos. El 80 por ciento son grupos pequeños, con una tendencia
notable a emplear la violencia, pero cuyo radio de acción no sobrepasa un
barrio de una ciudad o una región. No tienen gran cohesión interna;
basta un choque pequeño, pero serio, con el aparato judicial y de policía
para que se derrumben. No poseen la cultura del silencio ni la cultura del
grupo. Son más gangsters que mafiosos. --He leído que usted, en
alguna ocasión, ha dicho: "Tenemos 10 años para acabar con la
droga". ¿Cuántos le quedan para cumplir el plazo?
--Igual que nunca he creído que la mafia fuera una fuerza capaz de
enfrentarse a un Estado democrático, creo que si un Estado democrático
decide utilizar una mínima parte de su fuerza, dentro del respeto a las
leyes, es capaz de derrotar a cualquier grupo criminal organizado. Pero
para ello es preciso, en primer lugar, querer hacerlo. Los mafiosos, todos
ellos, no son superiores a nosotros. Son personas de poca monta. Inmersas
dentro de una gran estructura, pero, como personas, mezquinos. Tienen una
gran fama... --¿Y lo mismo ocurre con
los grandes traficantes de droga?
--Lo mismo. Cuando propuse formas de acabar con las plantaciones de
droga, la reacción fue: "Este hombre está loco. ¿Cómo es posible
acabar con las plantaciones de droga en Colombia, Afganistán,
Laos...?". Pero yo partía de un análisis de lo que es la producción
de droga. Partía de las cifras. El fenómeno no está tan extendido como
cree la gente. La opinión pública ha creado esta imagen de la extensión
del mercado de la droga. --¿Quiere decir que un
arma fundamental es minimizar al enemigo?
--Poner las cosas en su justa medida. En Afganistán, la facturación
anual del mercado de la droga no asciende más que a 200 millones de dólares.
En su origen, la droga es un pequeño arroyo; cuando llega aquí, es un océano.
Pero 200 millones de dólares son 10 kilómetros de autopista en un país
desarrollado. Es lo que cuestan los tratamientos de desintoxicación en
una ciudad de las dimensiones de Viena. Si yo estuviera convencido de que
el enemigo tiene la dimensión que todo el mundo cree, nunca me atrevería
a decir que podemos vencer. Sólo cuando me convencí de que los mafiosos
italianos no eran lo que describían los periódicos, o lo que ellos
mismos pretendían hacer creer, decidí dedicarme a combatirlos. Respecto
de la droga, sucede lo mismo. Toda la producción de droga en Afganistán
sale de 91.000 hectáreas; eso es todo, del 20 por ciento de la tierra
cultivable. No es un tercio de Afganistán. --Mi idea era que todo
Afganistán es una amapola.
--Exactamente. La gente no sabe... La fuerza de la mafia, y de los
criminales que trafican con droga, es la capacidad de corrupción e
intimidación. El problema de la droga es que, después de obtenerla en
Afganistán, Colombia o Birmania, viaja a los países occidentales. Cada
vez que atraviesa un país occidental, su valor aumenta hasta convertirse
en un negocio de miles de millones de dólares. Un kilo de opio en
Afganistán cuesta 40 o 50 dólares. Hacen falta 10 kilos de opio para
fabricar un kilo de heroína. Por tanto, en Afganistán, un kilo de heroína
cuesta 400 o 500 dólares. En una ciudad europea cualquiera, al por mayor,
un kilo de heroína cuesta alrededor de 150.000 dólares. Y esa diferencia
es el beneficio del crimen organizado. El campesino afgano gana muy poco
con el cultivo de opio. Por eso sabemos que es posible cambiarlo. Por eso
decimos que bastan 500 millones de dólares al año para cambiar la
situación. Cuando le dije hace tres años a James Wolfenson, el
presidente del Banco Mundial, que quería eliminar las plantaciones, él
me preguntó: "¿Cuánto cuesta?". Respondí: "Cuesta 500
millones de dólares al año, de 5 a 10 años". Me dijo: "¿Cómo
es posible? ¡Seguro que es más!". --Otro tema del que se
ocupa su oficina en Viena es el de la criminalidad financiera. ¿También
está sobredimensionada?
--Sí. Calculamos que, en todo el mundo, es de origen criminal
entre el 3 por ciento y el 5 por ciento del producto nacional mundial. En
el ámbito del blanqueo de dinero, el dinero procedente de actividades
criminales no supera el 2 por ciento de los movimientos financieros
internacionales. Es muy poco en términos de porcentaje, pero en cifras
absolutas es una cantidad inmensa. El problema es dónde ejerce su
capacidad de corrupción ese dinero. Para matar a un presidente, para
chantajear a un gobierno, para desestabilizar un país no son necesarias
cifras enormes. En gran parte de los países del mundo es cuestión de
unos cuantos cientos de miles de dólares. El modo de actuar de los grupos
criminales, el uso que hacen de la violencia y de la corrupción son los
factores que los hacen fuertes, no la disponibilidad de enormes medios
económicos. --Y esa corrupción
mafiosa creó el problema añadido de que los ciudadanos han perdido en
parte su confianza en la clase política.
--Hoy la gente no tolera la corrupción. Lo que ocurrió en Italia
con la Operación Mani Pulitti, las acciones de los jueces antimafia de
Palermo, se adelantó en 10 años a lo que hoy ocurre en casi todos los países
del mundo. La gente considera la corrupción tan intolerable como la
pobreza. La pobreza es el mayor problema del mundo, pero ahora sabemos que
está relacionada con la corrupción. Y éste es un dato que ciertos
organismos mundiales, como el Banco Mundial, han comprendido. --¿Cree que a los líderes
del mercado internacional les interesa tener reglas comunes, un imperio de
la ley, igual para todos?
--Este es uno de los grandes desafíos que tenemos. --Parece que para comprar
diamantes en Sierra Leona a buen precio conviene que haya una guerra...
--Por supuesto. Es lo que le he dicho: se trata de un combate que
libramos contra un mercado, contra una sociedad criminal, formada por
personas que están interesadas en sacar provecho de la desestabilización. --Pero, por ejemplo, la
Organización Mundial de Comercio (OMC) no es una sociedad criminal, ni
mucho menos. Otra cosa es que sus reglas de juego sean las que benefician
al comercio, no las que requiere el respeto a los derechos humanos, o el
imperio de la ley, al que usted se refiere.
--La OMC empieza a darse cuenta de que una globalización no
regulada puede causar enormes perjuicios. Sobre todo para los negocios. Si
no se frenan los aspectos negativos de la globalización, las primeras
perjudicadas serán las transacciones legales. Por eso nos hemos propuesto
el concepto de imperio de la ley. Si no tenemos un marco regulador común,
no tendremos ni el desarrollo ni la globalización posterior. La
globalización es un proceso en el que podemos influir, no un proceso al
que tenemos que adaptarnos. Hay aspectos de la globalización que deben
conservarse, como la revolución científica y tecnológica, la revolución
de las comunicaciones. Pero algunas otras facetas es preciso combatirlas.
Sus efectos en el mercado de trabajo pueden ser un desastre si no actuamos
con atención. --En publicaciones de su
oficina se hacen denuncias de estas y otras graves cuestiones que padece o
que amenazan al mundo, que van desde el modo de actuar de los mercados
financieros hasta la esclavitud humana. Son denuncias que incluyen recetas
para cambiar las cosas. Sinceramente, parecen un montón de buenas
intenciones.
--Sin embargo, no hay otra alternativa que cambiar las cosas. Nunca
he pensado que haya que adaptarse al mundo tal como es, por principio. --Hoy, dice usted, hay
200 millones de esclavos, entre ellos medio millón de chicas del Este que
ejercen la prostitución en Europa.
--Mire, ése es un tema que yo he llevado a Naciones Unidas. Antes
no se hablaba de ello aquí, en este organismo. Pero lo he impuesto. En
contra de una enorme resistencia de los funcionarios. --¿Por qué no querían
hablar de ello?
--Porque nadie quiere hacer nada. No lo consideran importante. --¿De verdad?
--A mi juicio, hoy se trata de la mayor violación de los derechos
humanos que existe por el número de personas afectadas. La esclavitud
moderna tiene formas de manifestación muy sutiles y elaboradas. Una forma
es la esclavitud por deudas, que es un fenómeno muy extendido en Asia. La
esclavitud económica, las mujeres, los niños, los obreros que son
forzados a trabajar en condiciones que humillan la dignidad; eso es
esclavitud, que no es lo mismo que explotación. La explotación utiliza a
la persona, pero no afecta a su dignidad. La esclavitud es explotación más
limitación de la libertad personal y, por tanto, perjuicio a la dignidad
del ser humano. Otra variante es la esclavitud sexual, que afecta a
mujeres y niños. Si tenemos en cuenta todas estas formas de esclavitud,
el número de personas afectadas es de 200 millones. --En su discurso de
apertura del último Congreso de la Oficina contra la Droga y el Crimen
Organizado, al hablar del imperio de la ley es evidente que subyacía otra
idea; mientras la criminalidad internacional se fortalece, la democracia
no sirve para luchar contra ella. ¿Democracia es una palabra que se vacía
de contenido?
--La democracia llega sólo hasta cierto punto. Puede haber un país
en el que los ciudadanos voten, y constituyan una mayoría, y después
esta mayoría oprima a las minorías basándose en los principios democráticos.
Podemos encontrarnos con una mayoría que elabore leyes racistas,
antidemocráticas; que permita la corrupción, el fraude financiero...
Todo eso puede ser producto de la democracia. El imperio de la ley
significa ir más allá de la democracia electiva. Significa crear un
sistema de reglas válidas, independientemente de la mayoría del momento
e independiente de los Estados. La dirección hacia la que avanzamos es un
imperio de la ley universal que, de hecho, ya existe: el Tribunal Penal
Internacional, los convenios contra la droga, los convenios sobre la
asistencia legal internacional. --El caso Pinochet ha
supuesto un empujón en ese sentido.
--Sí, clarísimo. Pero el problema es que la mitad de los estados
miembros de la ONU están dirigidos por gobiernos no democráticos. Este
es un dato objetivo.
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