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PINO ARLACCHI, ITALIANO, EXPERTO EN LA COSA NOSTRA
El cazador de mafiosos

Es un sociólogo con una especialidad rarísima: las sociedades secretas criminales. En los años 80 trabajó con los jueces antimafia italianos y ayudó a destruir la ley del silencio y a entender cómo pensaba el enemigo. Hoy es asesor de la ONU e investiga a otras mafias.

Por Sol Alameda El País


t.gif (862 bytes) --¿Pudo trasladar su experiencia en Italia a su trabajo en Viena, a la lucha contra la droga y el crimen organizado?

  --En un escenario más grande, hago lo mismo que hacía en Italia.

  --Su estrategia para acabar con la mafia resultó un éxito. ¿Qué aprendió de esa experiencia?

  --En primer lugar, que no hay enemigo imbatible. Cuando empecé mi carrera en el servicio público en Italia, en los años ochenta, todos pensaban que la mafia no era sólo una fuerza militar y violenta, sino además una fuerza cultural que estaba en la cabeza de la gente, y que era muy difícil cambiar la mentalidad de las personas. Pero yo pensaba que las culturas también podían cambiarse, y en el plazo de 10 años --al principio éramos un grupo muy pequeño-- conseguimos transformar por completo la situación. Mi problema, en los años ochenta, fue convencer a los italianos de que la mafia era un hecho histórico, con su comienzo y su desarrollo, y que debía terminar, como tantos otros hechos históricos. Todos pensaban que era imposible. Ahora mi problema, cuando hablo con un italiano, es convencerlo de que la mafia sigue existiendo. Se piensa que ha sido derrotada, y que los que llevaron a cabo esa labor han pasado a ser inútiles, son como los héroes de una guerra victoriosa. No es cierto, pero sí lo es que la situación ha cambiado totalmente.

  --¿Así que la mafia no controlaba Italia?

  --Nunca creí que la mafia controlara Italia, ni que la economía mafiosa era más fuerte que la economía legal. Siempre he trabajado en contacto con la realidad y los datos. Y éstos me decían que el mercado criminal en Italia no representaba el 40 por ciento del PIB, sino el 4 por ciento. Había una exageración; las cifras se multiplicaban por 10. En un momento empezó a decirse que la ciudad de Verona se había convertido en la Bangkok italiana: que la droga mandaba, que había decenas de miles de consumidores y que el volumen de ventas de la droga tenía una dimensión equiparable al volumen de ventas legal. Hice indagaciones y descubrí que las cifras se habían exagerado en más de 1000 por ciento; el mercado de la droga en Verona era 10 veces más pequeño de lo que sostenían todos en la ciudad...

  --Entonces, ¿de dónde proviene esa imagen de grandeza de la mafia?

  --Forma parte de la imaginación colectiva. A la gente le gusta pensarlo; a los medios de comunicación, muchas veces, también. Uno ocupa más titulares cuando dice que la mafia en Italia representa 100 billones de dólares. Como los medios masivos tienen cada vez más influencia en la política y en las fuerzas del orden, la consecuencia es que éstas centran su atención en un problema determinado y una situación concreta. Es un círculo vicioso, porque las dos cosas se fuerzan mutuamente.

  --Falcone dijo: "No podremos acabar con la mafia, pero sería muy bueno dejarla en unos límites pequeños". ¿Es esto lo que ha pasado realmente?

  --Sí. La mafia sigue existiendo, y en Sicilia sigue siendo importante. Pero ha perdido, para empezar, el apoyo de la población. Si uno va hoy a Palermo, no ve ninguna diferencia sustancial entre ella y cualquier otra ciudad del sur de Italia. Ya no hay asesinatos en Palermo. En los cinco últimos años quizá haya habido dos o tres, y a principios de los ochenta era normal encontrarse con 100 o 150. El precio pagado para lograr esa normalidad ha sido muy alto. Pasar la página puede ser la base para encontrarnos con sorpresas amargas en el futuro. Quizás, ojalá, no haya tragedias como las de los años ochenta y primeros noventa, cuando los carteles mafiosos pensaron que podían enfrentarse al Estado. Ese intento fracasó. Tanto en Italia como en Colombia o en el sureste asiático, los grandes carteles criminales salieron derrotados.

  --Acabar con los grandes carteles internacionales parece más difícil que hacerlo con la mafia italiana. ¿Lo es?

  --La mafia italiana era más difícil porque actuaba en un país desarrollado y tenía un control de la política ramificado y complejo. No hay comparación posible entre las redes que tenía la mafia siciliana, sus contactos con los políticos y el gobierno italiano y, por ejemplo, la mafia colombiana o la mafia albanesa actual. Yo hice el cálculo de todos los parlamentarios sicilianos vinculados a la mafia en todas las elecciones celebradas a partir de 1947: como media, del 30 por ciento al 50 por ciento de los políticos sicilianos elegidos al Parlamento nacional eran, o bien mafiosos propiamente dichos, miembros de Cosa Nostra, o bien personas que tenían estrechos vínculos orgánicos con la mafia. Esto, con los datos que conocemos. Seguramente, las cifras reales son mucho mayores.

  --¿Andreotti era culpable?

  --Andreotti no es culpable, lo ha dicho un tribunal (risas). Lo ha dicho un tribunal de primera instancia. Y todo ciudadano es inocente hasta que no haya una sentencia definitiva. Por tanto, hay que esperar a la sentencia definitiva para ver si las acusaciones de los magistrados de Palermo son ciertas o no.

  --Esa lucha, con Falcone y Borsellino, estuvo llena de peligro, pero fue fascinante.

  --Yo no cambiaría nada de lo que hice. La única diferencia entre estos amigos y yo es que fui más afortunado, porque estoy vivo y le puedo contar estas cosas. Sólo quedamos dos con vida; el otro es el senador Ayala.

  --¿Tuvo que abandonar Italia?

  --No. Era senador por Florencia, pero tuve esta oferta del secretario general. Le dije a Kofi Annan que estaba encantado de incorporarme a la ONU, pero que, dado que ya conocía la ONU, no estaba dispuesto a venir para ejercer de burócrata. "Voy a Naciones Unidas porque sé que está usted comenzando un programa de reformas, de transformación de la organización, y deseo formar parte de ese cambio".

  --Pero en Italia corría peligro, ¿no?

  --Sí, y todavía lo corro. La mafia no olvida ni perdona.

  --A Falcone le pregunté: "¿Usted cree que la mafia lo matará?". Y él, sonriendo, me respondió: "Sí, lo único que ignoro es cuándo lo hará". Pensé que había algo presuntuoso en su respuesta. Pero cuando lo mataron, me quedé...

  --Cuando la mafia dice que mata... La mafia mata de forma muy profesional, y eso no deja de tener ciertos aspectos positivos, como el hecho de que la víctima no queda nunca herida. Pero también estamos nosotros, y contamos con nuestras armas. La mafia mata cuando se siente fuerte, cuando sabe que lo puede hacer o cuando se encuentra en situación de necesidad. La mafia siciliana, la Cosa Nostra, a diferencia de otras, mata a sus enemigos basándose en una especie de código cultural, cosa que da ventaja respecto de otras formaciones criminales. Por ejemplo, es raro que mate a familiares. Todos los que hemos luchado contra la mafia sabemos que eso es importante. Porque nos permite trabajar. La amenaza contra la familia es una amenaza insoportable. Falcone decía muchas veces: "Yo puedo hacer esto porque no tengo hijos y porque mi mujer es una magistrada que me apoya por completo". La colombiana o las asiáticas tienen una actitud distinta. Son formaciones criminales de una ferocidad inaudita.

  --¿Y la mafia rusa?

  --La opinión pública las llamas mafias, pero son poquísimos los grupos criminales en Rusia que se parecen a los grupos criminales italianos o chinos. Apenas el 10 por ciento del crimen ruso puede ser considerada mafia, tomando como criterios las redes internacionales, la protección política y la fuerza económica. En Rusia no hay 30.000 grupos mafiosos. El 80 por ciento son grupos pequeños, con una tendencia notable a emplear la violencia, pero cuyo radio de acción no sobrepasa un barrio de una ciudad o una región. No tienen gran cohesión interna; basta un choque pequeño, pero serio, con el aparato judicial y de policía para que se derrumben. No poseen la cultura del silencio ni la cultura del grupo. Son más gangsters que mafiosos.

  --He leído que usted, en alguna ocasión, ha dicho: "Tenemos 10 años para acabar con la droga". ¿Cuántos le quedan para cumplir el plazo?

  --Igual que nunca he creído que la mafia fuera una fuerza capaz de enfrentarse a un Estado democrático, creo que si un Estado democrático decide utilizar una mínima parte de su fuerza, dentro del respeto a las leyes, es capaz de derrotar a cualquier grupo criminal organizado. Pero para ello es preciso, en primer lugar, querer hacerlo. Los mafiosos, todos ellos, no son superiores a nosotros. Son personas de poca monta. Inmersas dentro de una gran estructura, pero, como personas, mezquinos. Tienen una gran fama...

  --¿Y lo mismo ocurre con los grandes traficantes de droga?

  --Lo mismo. Cuando propuse formas de acabar con las plantaciones de droga, la reacción fue: "Este hombre está loco. ¿Cómo es posible acabar con las plantaciones de droga en Colombia, Afganistán, Laos...?". Pero yo partía de un análisis de lo que es la producción de droga. Partía de las cifras. El fenómeno no está tan extendido como cree la gente. La opinión pública ha creado esta imagen de la extensión del mercado de la droga.

  --¿Quiere decir que un arma fundamental es minimizar al enemigo?

  --Poner las cosas en su justa medida. En Afganistán, la facturación anual del mercado de la droga no asciende más que a 200 millones de dólares. En su origen, la droga es un pequeño arroyo; cuando llega aquí, es un océano. Pero 200 millones de dólares son 10 kilómetros de autopista en un país desarrollado. Es lo que cuestan los tratamientos de desintoxicación en una ciudad de las dimensiones de Viena. Si yo estuviera convencido de que el enemigo tiene la dimensión que todo el mundo cree, nunca me atrevería a decir que podemos vencer. Sólo cuando me convencí de que los mafiosos italianos no eran lo que describían los periódicos, o lo que ellos mismos pretendían hacer creer, decidí dedicarme a combatirlos. Respecto de la droga, sucede lo mismo. Toda la producción de droga en Afganistán sale de 91.000 hectáreas; eso es todo, del 20 por ciento de la tierra cultivable. No es un tercio de Afganistán.

  --Mi idea era que todo Afganistán es una amapola.

  --Exactamente. La gente no sabe... La fuerza de la mafia, y de los criminales que trafican con droga, es la capacidad de corrupción e intimidación. El problema de la droga es que, después de obtenerla en Afganistán, Colombia o Birmania, viaja a los países occidentales. Cada vez que atraviesa un país occidental, su valor aumenta hasta convertirse en un negocio de miles de millones de dólares. Un kilo de opio en Afganistán cuesta 40 o 50 dólares. Hacen falta 10 kilos de opio para fabricar un kilo de heroína. Por tanto, en Afganistán, un kilo de heroína cuesta 400 o 500 dólares. En una ciudad europea cualquiera, al por mayor, un kilo de heroína cuesta alrededor de 150.000 dólares. Y esa diferencia es el beneficio del crimen organizado. El campesino afgano gana muy poco con el cultivo de opio. Por eso sabemos que es posible cambiarlo. Por eso decimos que bastan 500 millones de dólares al año para cambiar la situación. Cuando le dije hace tres años a James Wolfenson, el presidente del Banco Mundial, que quería eliminar las plantaciones, él me preguntó: "¿Cuánto cuesta?". Respondí: "Cuesta 500 millones de dólares al año, de 5 a 10 años". Me dijo: "¿Cómo es posible? ¡Seguro que es más!".

  --Otro tema del que se ocupa su oficina en Viena es el de la criminalidad financiera. ¿También está sobredimensionada?

  --Sí. Calculamos que, en todo el mundo, es de origen criminal entre el 3 por ciento y el 5 por ciento del producto nacional mundial. En el ámbito del blanqueo de dinero, el dinero procedente de actividades criminales no supera el 2 por ciento de los movimientos financieros internacionales. Es muy poco en términos de porcentaje, pero en cifras absolutas es una cantidad inmensa. El problema es dónde ejerce su capacidad de corrupción ese dinero. Para matar a un presidente, para chantajear a un gobierno, para desestabilizar un país no son necesarias cifras enormes. En gran parte de los países del mundo es cuestión de unos cuantos cientos de miles de dólares. El modo de actuar de los grupos criminales, el uso que hacen de la violencia y de la corrupción son los factores que los hacen fuertes, no la disponibilidad de enormes medios económicos.

  --Y esa corrupción mafiosa creó el problema añadido de que los ciudadanos han perdido en parte su confianza en la clase política.

  --Hoy la gente no tolera la corrupción. Lo que ocurrió en Italia con la Operación Mani Pulitti, las acciones de los jueces antimafia de Palermo, se adelantó en 10 años a lo que hoy ocurre en casi todos los países del mundo. La gente considera la corrupción tan intolerable como la pobreza. La pobreza es el mayor problema del mundo, pero ahora sabemos que está relacionada con la corrupción. Y éste es un dato que ciertos organismos mundiales, como el Banco Mundial, han comprendido.

  --¿Cree que a los líderes del mercado internacional les interesa tener reglas comunes, un imperio de la ley, igual para todos?

  --Este es uno de los grandes desafíos que tenemos.

  --Parece que para comprar diamantes en Sierra Leona a buen precio conviene que haya una guerra...

  --Por supuesto. Es lo que le he dicho: se trata de un combate que libramos contra un mercado, contra una sociedad criminal, formada por personas que están interesadas en sacar provecho de la desestabilización.

  --Pero, por ejemplo, la Organización Mundial de Comercio (OMC) no es una sociedad criminal, ni mucho menos. Otra cosa es que sus reglas de juego sean las que benefician al comercio, no las que requiere el respeto a los derechos humanos, o el imperio de la ley, al que usted se refiere.

  --La OMC empieza a darse cuenta de que una globalización no regulada puede causar enormes perjuicios. Sobre todo para los negocios. Si no se frenan los aspectos negativos de la globalización, las primeras perjudicadas serán las transacciones legales. Por eso nos hemos propuesto el concepto de imperio de la ley. Si no tenemos un marco regulador común, no tendremos ni el desarrollo ni la globalización posterior. La globalización es un proceso en el que podemos influir, no un proceso al que tenemos que adaptarnos. Hay aspectos de la globalización que deben conservarse, como la revolución científica y tecnológica, la revolución de las comunicaciones. Pero algunas otras facetas es preciso combatirlas. Sus efectos en el mercado de trabajo pueden ser un desastre si no actuamos con atención.

  --En publicaciones de su oficina se hacen denuncias de estas y otras graves cuestiones que padece o que amenazan al mundo, que van desde el modo de actuar de los mercados financieros hasta la esclavitud humana. Son denuncias que incluyen recetas para cambiar las cosas. Sinceramente, parecen un montón de buenas intenciones.

  --Sin embargo, no hay otra alternativa que cambiar las cosas. Nunca he pensado que haya que adaptarse al mundo tal como es, por principio.

  --Hoy, dice usted, hay 200 millones de esclavos, entre ellos medio millón de chicas del Este que ejercen la prostitución en Europa.

  --Mire, ése es un tema que yo he llevado a Naciones Unidas. Antes no se hablaba de ello aquí, en este organismo. Pero lo he impuesto. En contra de una enorme resistencia de los funcionarios.

  --¿Por qué no querían hablar de ello?

  --Porque nadie quiere hacer nada. No lo consideran importante.

  --¿De verdad?

  --A mi juicio, hoy se trata de la mayor violación de los derechos humanos que existe por el número de personas afectadas. La esclavitud moderna tiene formas de manifestación muy sutiles y elaboradas. Una forma es la esclavitud por deudas, que es un fenómeno muy extendido en Asia. La esclavitud económica, las mujeres, los niños, los obreros que son forzados a trabajar en condiciones que humillan la dignidad; eso es esclavitud, que no es lo mismo que explotación. La explotación utiliza a la persona, pero no afecta a su dignidad. La esclavitud es explotación más limitación de la libertad personal y, por tanto, perjuicio a la dignidad del ser humano. Otra variante es la esclavitud sexual, que afecta a mujeres y niños. Si tenemos en cuenta todas estas formas de esclavitud, el número de personas afectadas es de 200 millones.

  --En su discurso de apertura del último Congreso de la Oficina contra la Droga y el Crimen Organizado, al hablar del imperio de la ley es evidente que subyacía otra idea; mientras la criminalidad internacional se fortalece, la democracia no sirve para luchar contra ella. ¿Democracia es una palabra que se vacía de contenido?

  --La democracia llega sólo hasta cierto punto. Puede haber un país en el que los ciudadanos voten, y constituyan una mayoría, y después esta mayoría oprima a las minorías basándose en los principios democráticos. Podemos encontrarnos con una mayoría que elabore leyes racistas, antidemocráticas; que permita la corrupción, el fraude financiero... Todo eso puede ser producto de la democracia. El imperio de la ley significa ir más allá de la democracia electiva. Significa crear un sistema de reglas válidas, independientemente de la mayoría del momento e independiente de los Estados. La dirección hacia la que avanzamos es un imperio de la ley universal que, de hecho, ya existe: el Tribunal Penal Internacional, los convenios contra la droga, los convenios sobre la asistencia legal internacional.

  --El caso Pinochet ha supuesto un empujón en ese sentido.

  --Sí, clarísimo. Pero el problema es que la mitad de los estados miembros de la ONU están dirigidos por gobiernos no democráticos. Este es un dato objetivo.

 

POR QUE PINO ARLACCHI
Por S.A.

Un hombre que vive por casualidad

 Se le conoce como el sociólogo de la mafia y tiene 48 años. Cuando, en los años ochenta, el gobierno de Italia lo nombró consejero de la Comisión Antimafia del Parlamento italiano, encontró el trabajo de su vida. Junto al juez Giovanni Falcone y a Borsalino, ambos asesinados años después por los mafiosos, logró que el Estado asestara un golpe definitivo a la Cosa Nostra. Hoy dice que los dos puntales de esa lucha sin cuartel, los verdaderos héroes, fueron Falcone y Buccetta, el más conocido de los arrepentidos. Arlacchi vive en Viena, en una casa en el centro de la ciudad con balaustradas y estatuas en la fachada. Trabaja para la ONU y hace como que no tiene miedo. Pero cuando aún vivía en italia salvó la vida por pura casualidad. Ese día no pudo acudir a dar su clase de sociología en la universidad porque aún le duraba la resaca de una noche de juerga. Se quedó en casa. Luego supo que la mafia lo había estado esperando, al lado de la carretera por la que circulaba cada día, para acabar con él.

 

 

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