OPINION
Oposición
perdida
Por James Neilson
Los
socialistas, alfonsinistas y otros "progresistas" que militan
en la Alianza tienen todo el derecho del mundo a quejarse por la voluntad
de "su" gobierno de aferrarse a lo que llaman el "modelo
conservador" que le fue legado por el peronismo. Pero también
tienen el deber de señalar que la alternativa a "los ajustes
sucesivos" que tantos los molestan no sería el inicio de una
etapa de prosperidad óptimamente repartida por ellos mismos sino
una serie de impuestazos feroces de los cuales las víctimas principales
serían sus propios simpatizantes. He aquí el gran dilema
de la progresía local: dice que quiere reducir, cuando no eliminar
por completo, la brecha terrorífica que separa a los pocos ricos
de los muchos pobres, pero no está dispuesta a reconocer que la
redistribución que según parece reclama tendría consecuencias
desastrosas para los que, si bien no son ricos, distan de ser indigentes.
Sus líderes dan a entender que, una vez ajustados algunos multimillonarios,
sería sencillo "nivelar hacia arriba", aunque saben que
se trata de un disparate, y de este modo contribuyen a prolongar el reino
de quienes tienen motivos de sobra para esperar que las cosas se mantengan
tal como están para siempre.
¿Es posible ser "progresista" en la Argentina actual
sin resignarse a desempeñar un papel meramente testimonial, hablando
pestes del "modelo" a sabiendas de que las palabras elocuentes,
los vaticinios de catástrofes por venir, las alusiones a lo que
acaso hayan hecho los suecos y los análisis sesudos de los costos
sociales del orden imperante con los cuales se consuelan las almas sensibles
tienen más en común con la música que con lo que
efectivamente va a ocurrir en el país en los próximos años?
Puede que sí, pero no es nada fácil y hasta ahora pocos
se han animado a intentarlo. Es que un programa auténticamente
igualitario requeriría una transformación tan drástica,
y tan riesgosa, que nadie salvo un fanático presa de sueños
nihilistas podría considerarlo, mientras que las propuestas "realistas"
servirían para consolidar "el modelo" al atenuar sus
lacras más evidentes. Por cierto, de poder instrumentarse una variante
de la propuesta esbozada por la CTA, el capitalismo local saldría
fortalecido, lo cual no es exactamente lo que la mayoría de sus
impulsores tiene en mente. Peor aún, para estar en condiciones
de ponerla en marcha, el país tendría que dotarse de instituciones
estatales decididamente más eficaces que las existentes, lo cual,
huelga decirlo, no sería del agrado de los dirigentes de los empleados
públicos actuales.
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