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Por Julián Gorodischer Desde Atlanta, EE.UU. ![]() La gente realmente piensa que somos neutrales, y por eso nos mira, dice Riz Khan, el presentador estrella para el resto del mundo. A este Larry King for export se lo ve en todos lados, pero muy poco en los Estados Unidos. Es un yemenita de nariz aguileña y tez oscura, un baluarte del multiculturalismo que en la CNN proclama desde el último cadete al más alto ejecutivo. Pero en los Estados Unidos sólo se emiten repeticiones de su programa durante el fin de semana. Ni la BBC tiene esta mezcla de gente. Aquí hay rostros de todo el mundo. Arriesguen un país..., se enorgullece Khan, que de verdad es muy simpático. Pero para la capital del imperio se reservan otros nombres: el pálido Larry King, ese reflejo respetable de todo estadounidense culto e informado, o la adorable Bobbie Battista, que conduce un talk show (sobre temas serios) a la media tarde. ![]() Hay otro mural, un poco más alejado, que ubica a la cadena en su justo lugar. Allí están dibujados los emblemas de los Estados Unidos: el bate de béisbol, Gene Kelly, Elizabeth Taylor, un tanque, Larry King y, por supuesto, un presentador de la CNN. Es que no podría encontrarse otro símbolo más cabal de la identidad estadounidense que esta señal de noticias. Es la plasmación del sueño americano, nacida en 1980 como una cadena modesta para la escala del país, y que hoy convoca mil millones de espectadores en 212 países. Incluye divisiones en español, en turco, especial para aeropuertos, financiera, internacional y especializada en deportes. Ahora se fusionó con la multinacional AOL, y el valor de toda la compañía (AOL Time Warner) ya supera los 350 mil millones de dólares. Estees el paraíso de la tecnología de vanguardia, donde todo es digital y los recursos siempre son excesivos. Aquí los camareros llegan a jefes: los más altos ejecutivos recuerdan sus comienzos en el montón. Y todos, sin excepción, encontraron la manera de justificarse: rinden culto a la corrección política. Buscamos la diversidad de orígenes y colores porque eso es lo correcto, se convence Gail Evans, que también tiene a cargo la selección del nuevo personal. Es seguro que no es un ardid pour la gallerie porque las redacciones están abiertas y podrían refutarla. Pero eso no sucede. En ellas, hay un completo silencio. Ninguna vibra al ritmo de la primicia: la eficiencia tiene poco que ver con las corridas y los gritos. Son cálidas. Hay relojes de todo el mundo en las paredes (aquí las horas, por supuesto, son plurales, nunca únicas), colores de todos los matices en las caras, frases en español que se cruzan con otras en inglés. Una diversidad que encuentra su pico en Rhiz Khan, casado con una suiza y aprendiz devoto del tango. El todavía conserva un tono levemente foráneo y es un defensor de la opinión del sudasiático, el latino, el africano... Es una pena que sea tan poco conocido en los Estados Unidos. En CNN en español, un poco después, Daniel Viotto uno de los cinco presentadores argentinos en el staff está leyendo noticias al aire. Detrás suyo pasan conversadores que no reprimen el bullicio. No importa: es la trama del vivo y en directo que las cámaras no ocultan. El hombre tiene un tono que aquí es un dogma entre los conductores: nadie podría identificar su procedencia si la ignorara. Habla castellano, pero sin acentos. El canal puede verse en toda Latinoamérica, y ningún arraigo es productivo. Glenda Umaña, también latina, mantiene la misma compostura: un poco solemne, distante, luchando para que su voz no haga presente a su Costa Rica. Jorge Gestoso, el uruguayo que llegó al canal hace más de una década, dice que se esfuerza a diario para que su identidad no se desvanezca. Que nunca se olvida de que ser y hablar del sur es el sentido de que exista un noticiero en castellano. Es la tensión que todos viven a diario: ¿uniformarse o ser singular? No son pocos los que hablan de ponerse la camiseta, el primer rito que debería cumplir todo recién llegado. Están en La Meca y gozan de las horas mejor rentadas. ¿Cómo no agitar esa bandera? Ya bien entrada la noche, una mujer quiere una foto junto a un logo que dice CNN en imponentes letras rojas. Se está yendo la luz del día, y es casi seguro que ese retrato saldrá oscuro. Pero la mujer insiste: necesita la prueba de que estuvo allí. Si no, no sirvió de nada, según señala el dogma de la CNN. Quizás por eso, un último mural, en un rincón, ilustra todas las coberturas: la guerra del Golfo, el juicio a O. J. Simpson, el alegato de Clinton en el Sexgate, el accidente de John John Kennedy... Un cartel que preside todos esos hitos dice: CNN, haciendo noticias. Y es como si en ese último contacto, por medio de esa sola frase, alguien se diera el gusto de ser completamente franco, de revelar la trama ajena a cualquier discurso aprendido de memoria. Apenas unos pasos después está la puerta de salida.
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