Por Fabián
Lebenglik
La pionera Annemarie Heinrich junto con Alicia DAmico y Juan
Travnik son tres fotógrafos independientes, de diferentes generaciones
que han dado gran impulso a la fotografía en la Argentina, en todas
sus vertientes: fotografía de autor, fotoperiodismo, docencia y
fotografía publicitaria. Heinrich, por ejemplo, fue fundadora del
Foto Club Buenos Aires.
Los tres están presentando muestras individuales de carácter
antológico en el Centro Borges, en el marco del Festival de la
Luz.
La exposición de Annemarie Heinrich (1912) tiene la particularidad
de mostrar algunas fotos conocidas y otras inéditas o pocos conocidas.
De las miles de imágenes que ella capturó con su lente
y su sensibilidad explican sus hijos, también fotógrafos,
Alicia y Ricardo Sanguinetti, curadores de la exposición junto
con Travnik muchas de ellas pudieron ser apreciadas, pero muchas
otras permanecían en silencio, como aguardando el momento preciso
(...) Una revisión profunda de la extensa obra de Annemarie Heinrich
nos llevó a descubrir y redescubrir una cantidad de material inédito
o poco visto...
Desde el impecable y extraño autorretrato de 1938, la muestra pasa
a la extraordinaria serie de fotos de las divas y divos de las décadas
del cuarenta y cincuenta Tita Merello, Zully Moreno, Thilda Thamar
(un retrato y el célebre desnudo), Angel Magaña, etc.
y a un grupo de muy buenas y efectivas fotografías publicitarias
que, sin dejar de hacer foco en el centro de interés (ya sean cigarrillos
o medias), componen una situación, una mirada y un contexto absolutamente
personales.
Alicia DAmico (1933) abre su muestra con una serie de autorretratos
que van de la década del sesenta hasta mediados de la década
del noventa, como vía para exhibir, a través de treinta
años, que el paso del tiempo en el propio cuerpo es el sustento
de una obstinada convicción fotográfica.
La exposición, una selección antológica, va de la
imagen de la abyección y el dolor a la del conocimiento y el placer
del cuerpo.
La serie Humanario es un ensayo sobre las instituciones del
abandono, donde los cuerpos anónimos están perdidos en vida.
En la pared de enfrente, los rostros con nombre: un conjunto de retratos
de escritores, entre los que se cuentan Mujica Lainez, Cortázar,
Borges, Olga Orozco, Vargas Llosa, Octavio Paz, Sabato y Neruda, en tomas
que se hicieron célebres.
Hay también una breve serie de desnudos del Gato Barbieri en 1971,
posando con su saxo.
También se destaca otra serie, en las que parejas o grupos de desnudos
femeninos exaltan el amor entre mujeres, no a través de la fotografía
como pancarta, sino más bien mostrando una perspectiva sensual,
natural y cotidiana.
La exposición de Travnik (1950) curada por Sonia Becce
resume veinte años de trabajo. En series o en fotos aisladas, el
fotógrafo recorre los géneros tradicionales, retratos y
paisajes, con un rigor clásico, en los contextos del estudio o
de exteriores. En las series de retratos elige clasificar a sus fotografiados
alrededor de identidades biológicas o sociológicas tan elocuentes
como definidas: por una parte, se exhibe una galería de adolescentes,
tomada entre comienzos y mediados de la década del ochenta. En
este grupo de fotografías, según la imagen que le devuelve
cada cara, el punto de vista de vista sufrirá sutiles cambios de
perspectiva; y por la otra una serie de ex combatientes de Malvinas, a
quienes Travnik empezó a fotografiar diez años después
de la guerra, como para buscar y actualizar en sus rostros las secuelas
de una tragedia que socialmente se vive como ajena.
Otra serie, sobre la decadencia de los carnavales, hace foco en los travestis,
que condensan la metáfora central del Carnaval: querer serotro/a.
A diferencia de 1985, hoy toda marginalidad es vista socialmente desde
la perspectiva policial.
En los paisajes, ya sea de tipo rural o urbano, Travnik busca, por una
parte, la cercanía de la relación personal (la serie de
Claromecó); y, por la otra, en un conjunto de fotos tomadas en
distintos lugares del país, intenta hacer descubrir al espectador
lo que él mismo acaba de descubrir a través de la cámara.
(En Viamonte y San Martín, hasta el 31 de agosto.)
ENTREVISTA
A ROGER HALOUA, DIRECTOR DEL CENTRO BORGES
El público viene cuando hay calidad
Por
F. L.
La inauguración del Borges
en el último piso de las Galerías Pacífico fue en
octubre de 1995, con dos exposiciones a toda orquesta. Por una parte Arte
argentino 1920-1994, una muestra buena y caprichosa, pensada por
David Elliot, entonces director del Museo de Arte Moderno de Oxford. Aquella
exposición que partió de Europa y desembarcó en Buenos
Aires incluyó una especie de seleccionado de 27 artistas argentinos,
elegidos en base a una mezcla de impacto visual y significado histórico:
Arden Quin, Benedit, Berni, De la Vega, Forner, Mónica Girón,
Grippo, Miguel Harte, Alberto Heredia, Hlito, Iommi, Kosice, Kuitca, Lozza,
Tomás Maldonado, Minujin, Noé, Seguí, Pablo Suárez
y Xul Solar, entre otros.
Simultáneamente
una exposición de casi cincuenta grandes cuadros de Jorge de la
Vega daba cuenta de los últimos diez años de su producción,
clausurados con la muerte del pintor, en 1970. Desde la nueva figuración,
pasando por sus zoologías fantásticas, sus impactantes collages,
las particulares deformaciones de las imágenes, las anamorfosis
y cambios de registros. Con aquella exposición se vio cómo
el pintor no sólo marcó una época del arte argentino
que estaba en sintonía con los demás campos de la cultura
y la política, sino que resultó premonitorio de los años
de plomo que se vendrían, con sus monstruos y visiones violentas.
Apenas se inauguró el Centro Borges dice su director,
Roger Haloua hubo quienes le daban seis meses de vida. Ahora estamos
a punto de cumplir cinco años. Y vamos a seguir sorprendiendo a
todos, con cuatro muestras muy importantes, antes de fin de año.
A casi cinco años sigue Haloua tenemos buenas
exposiciones como las recientes y masivas muestras de Giorgio de Chirico,
y la de arte brasileño contemporáneo en homenaje a Chico
Buarque; están los talleres de los becarios de Guillermo Kuitca
y de Julio Bocca; más sesenta talleres de experimentación,
espectáculos teatrales y musicales, una publicación propia,
El laberinto; un ciclo propio de televisión, Puerto Cultura,
que conduce Jorge Coscia; un programa educativo, gracias al cual nos visitan
colegios por las mañanas. También hay dos extensiones universitarias:
San Andrés y 3 de Febrero. Ciclos de música con la orquesta
de cámara Mayo y la Fundación Piazzolla. Y algo muy importante
y que me gustaría destacar es el funcionamiento de la sala Ojo
al País, destinada a excelentes artistas del interior. La
sala está dirigida por Noé y sostenida por el Fondo Nacional
de las Artes, la Fundación Antorchas y nuestro propio aporte logístico
y técnico.
¿Cómo influyó la cultura shopping
en la circulación del Centro Borges?
En otros países ya era costumbre que la cultura fuera parte
de los shoppings. Hay que aclarar que si bien nosotros recibimos el apoyo
de Galerías Pacífico, el Centro Borges es una fundación
completamente independiente del shopping. Pero es indudable que un shopping
ofrece seguridad y comodidad. Los cines y el patio de comidas producen
una buena circulación y atraen gente hacia el centro cultural.
Pero también se da a la inversa, que la gente que viene por cultura
a nuestro centro luego circula por el shopping.
¿Cómo se sostiene el Centro Borges?
Con esfuerzo... Con los sponsors que auspician las muestras y espectáculos
y con la entrada que paga el público. La situación del centro
no escapa a las dificultades del país. Los sponsors están
ahora más reticentes y a la expectativa. Pero tenemos un muy buen
equipo de organización y producción.... Volviendo al principio,
creo que la única manera de que el centro siga como hasta ahora
es, precisamente, apuntando a la buena calidad. Siempre que hacemos buenas
muestras, como por ejemplo la de Lucio Fontana, el público responde
masivamente.
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